La humanidad se
enfrenta a una crisis mundial. Quizá la mayor crisis de nuestra generación. Las
decisiones que tomen los ciudadanos y los gobiernos en las próximas semanas
moldearán el mundo durante los próximos años.
No sólo moldearán los
sistemas sanitarios, sino también la economía, la política y la cultura.
Debemos actuar con rapidez y resolución. Debemos tener en cuenta, además, las
consecuencias a largo plazo de nuestras acciones. Al elegir entre alternativas,
hay que preguntarse no sólo cómo superar la amenaza inmediata, sino también qué
clase de mundo queremos habitar una vez pasada la tormenta. Sí, la tormenta
pasará, la humanidad sobrevivirá, la mayoría de nosotros seguiremos vivos...
pero viviremos en un mundo diferente.
Muchas medidas a
corto plazo tomadas durante la emergencia se convertirán en parte integral de
la vida. Esa es la naturaleza de las emergencias. Aceleran los procesos
históricos. Decisiones que en tiempos normales llevarían años de deliberación
se aprueban en cuestión de horas. Tecnologías incipientes o incluso peligrosas
se introducen a toda prisa, porque son mayores los riesgos de no hacer nada.
Países enteros hacen de cobayas en experimentos sociales a gran escala. ¿Qué
ocurre cuando todo el mundo trabaja desde casa y se comunica sólo a distancia?
¿Qué ocurre cuando escuelas y universidades dejan de ser presenciales? En
tiempos normales, los gobiernos, las empresas y los juntas educativas no
aceptarían nunca llevar a cabo semejantes experimentos. Pero no son estos
tiempos normales.
En este momento de
crisis, nos enfrentamos a dos elecciones particularmente importantes. La
primera es entre vigilancia totalitaria y empoderamiento ciudadano. La segunda
es entre aislamiento nacionalista y solidaridad mundial.
Vigilancia
“hipodérmica”
Con el fin de detener
la epidemia, toda la población debe seguir ciertas pautas. Hay dos formas
principales de lograrlo. Un método es que el gobierno vigile a la población y
castigue a quienes incumplan las reglas.
En su batalla contra
la epidemia del coronavirus, varios gobiernos han desplegado ya las nuevas
herramientas de vigilancia. El caso más notable es China. Escudriñando los
teléfonos de los ciudadanos, haciendo uso de cientos de millones de cámaras con
reconocimiento facial y obligando a las personas a controlar su temperatura y
situación médica e informar sobre ellas, las autoridades chinas no sólo son
capaces de determinar rápidamente quiénes son los posibles portadores del
coronavirus, sino también de seguir sus movimientos e identificar a quienes
entran en contacto con ellos. Toda una gama de aplicaciones para el móvil
advierten a los ciudadanos de la proximidad de personas infectadas.
Esa clase de
tecnología no se limita a Asia oriental.
Y no sólo porque cabe
la posibilidad de que normalice el despliegue de los instrumentos de vigilancia
masiva en países que hasta ahora los habían rechazado, sino también porque
supone una drástica transición de una vigilancia “epidérmica” a una vigilancia
“hipodérmica”.
Hasta la fecha,
cuando tocábamos la pantalla del móvil y clicábamos sobre un enlace, el
gobierno quería saber sobre qué clicaba exactamente nuestro dedo. Sin embargo,
con el coronavirus, el objeto de atención se desplaza. El gobierno quiere saber
ahora la temperatura del dedo y la presión sanguínea bajo la piel.
Necesitamos un plan
mundial
La segunda elección
importante a la que debemos enfrentamos es entre el aislamiento nacionalista y
la solidaridad mundial. Tanto la propia epidemia como la crisis económica
resultante son problemas mundiales. Sólo pueden resolverse eficazmente mediante
la cooperación mundial.
En primer lugar, para
derrotar el virus necesitamos ante todo compartir globalmente la información.
Es la gran ventaja de los seres humanos sobre los virus. Un coronavirus en
China y un coronavirus en Estados Unidos no pueden intercambiar consejos sobre
cómo infectar a los humanos. Sin embargo, China puede enseñar a Estados Unidos
muchas lecciones valiosas sobre los coronavirus y cómo tratarlos. Lo que un
médico italiano descubre en Milán a primera hora de la mañana puede salvar vidas
en Teherán por la tarde. Cuando el gobierno del Reino Unido duda entre diversas
políticas, puede obtener consejo de los coreanos que ya se enfrentaron a un
dilema similar hace un mes. Ahora bien, para que eso suceda, necesitamos un
espíritu de cooperación y confianza mundial.
Los países deben
estar dispuestos a compartir información de forma abierta y buscar humildemente
asesoramiento, y ser capaces de confiar en los datos y las ideas que reciben.
También necesitamos un esfuerzo mundial para producir y distribuir equipos
médicos; sobre todo, kits de pruebas y respiradores. En lugar de que cada país
trate de actuar localmente y acumule todos los equipos que pueda acaparar, el
esfuerzo mundial coordinado aceleraría enormemente la producción de equipos
susceptibles de salvar vidas y aseguraría una distribución más justa. Así como
los países nacionalizan sectores clave durante una guerra, la guerra humana
contra el coronavirus nos exige que “humanicemos” las cadenas de producción
cruciales. Un país rico con pocos casos de infectados debería estar dispuesto a
enviar los preciados equipos a un país más pobre con muchos casos, convencido
de que, si más tarde necesita ayuda, otros países se la brindarán.
Consideremos un
esfuerzo mundial similar para reunir personal médico. Los países hoy menos
afectados podrían enviar personal médico a las regiones más afectadas del
mundo, tanto para ayudarlos en sus momentos de necesidad como para adquirir una
valiosa experiencia. Si más adelante el foco de la epidemia se desplaza, la
ayuda podría empezar a fluir en la dirección opuesta.
La cooperación
mundial es esencial también en el frente económico. Dada la naturaleza global
de la economía y las cadenas de suministro, si cada gobierno obra por su cuenta
haciendo caso omiso de los demás, el resultado será el caos y el agravamiento
de la crisis. Necesitamos un plan de acción mundial, y lo necesitamos sin
tardanza.
Una parálisis
colectiva se ha apoderado de la comunidad internacional. No parece que haya
adultos en la sala
Otro requisito es
alcanzar un acuerdo mundial sobre los viajes. La suspensión de todos los viajes
internacionales durante meses causará tremendas dificultades y obstaculizará la
guerra contra el coronavirus. Los países deben cooperar para permitir que al
menos un pequeño grupo de viajeros esenciales sigan cruzando las fronteras:
científicos, médicos, periodistas, políticos, empresarios. Se puede conseguir
mediante un acuerdo mundial sobre preselección de viajeros en el país de
origen. Si sólo se permite subir a un avión a viajeros cuidadosamente
seleccionados, se estará más dispuesto a aceptarlos en el país de destino.
Por desgracia, los
países apenas toman hoy alguna de esas medidas. Una parálisis colectiva se ha
apoderado de la comunidad internacional. No parece que haya adultos en la sala.
La celebración de una reunión de emergencia de los dirigentes mundiales para
trazar a un plan de acción común habría sido deseable hace ya muchas semanas.
Sólo a mediados de marzo lograron los dirigentes del G-7 organizar una
videoconferencia, sin que por otra parte saliera de ella ningún plan en ese
sentido.
En anteriores crisis
mundiales (como la crisis económica de 2008 y la epidemia del ébola de 2014),
Estados Unidos asumió el papel de líder mundial. Sin embargo, el actual
gobierno estadounidense ha renunciado a la labor de liderazgo. Ha dejado bien
claro que la grandeza de Estados Unidos le importa mucho más que el futuro de
la humanidad.
Esa administración ha
abandonado incluso a sus aliados más estrechos. Cuando prohibió todos los
viajes procedentes de la Unión Europea, ni siquiera se molestó en notificarla
con antelación, y mucho menos en llevar a cabo una consulta sobre una medida
tan drástica. Ha escandalizado a Alemania ofreciendo supuestamente mil millones
de dólares a una empresa farmacéutica de ese país para comprar los derechos
monopólicos de una nueva vacuna contra la covid-19. Incluso si el actual
gobierno estadounidense cambiara finalmente de rumbo y presentara un plan de
acción mundial, pocos seguirían a un dirigente que nunca asume ninguna
responsabilidad, nunca admite ningún error y que acostumbra a atribuirse
siempre todos los méritos y achacar toda la culpa a los demás.
Toda crisis es una
oportunidad: esperemos que la actual epidemia contribuya a que la humanidad se
dé cuenta del peligro que supone la desunión
Si el vacío dejado
por Estados Unidos no es ocupado por otros países, no sólo será mucho más
difícil detener la actual epidemia, sino que su legado seguirá envenenando las
relaciones internacionales en los próximos años. Sin embargo, toda crisis es
también una oportunidad. Esperemos que la actual epidemia contribuya a que la
humanidad se dé cuenta del grave peligro que supone la desunión mundial.
Debemos tomar una
decisión. ¿Viajaremos por la senda de la desunión o tomaremos el camino de la
solidaridad mundial? Elegir la desunión no sólo prolongará la crisis, sino que
probablemente dará lugar a catástrofes aún peores en el futuro. Elegir la
solidaridad mundial no sólo será una victoria contra el coronavirus, sino
también contra todas las futuras crisis y epidemias que puedan asolar a la
humanidad en el siglo XXI.
Fuente: lavanguardia.com