Wall Street pierde la paciencia con Trump, pues los inversores que recibieron con júbilo la victoria del republicano, huyen ahora despavoridos de los mercados estadounidenses y ejercen la presión más dura, para que dé marcha atrás a sus medidas más controvertidas.
Las acciones de la empresa automovilística estuvieron entre las más penalizadas de la jornada, y pierden ya más de la mitad de su valor desde los máximos de diciembre por la mala evolución de sus ventas, algo que el presidente de EE UU achaca a un boicot de la izquierda a Elon Musk. La caída en desgracia del fabricante de vehículos eléctricos es el indicador más extremo de lo que está sucediendo en los mercados estadounidenses: el GPS bursátil lleva tres semanas, desde sus récords del 19 de febrero, en modo recalculando. ¿Y si el mandato de Trump no es lo que esperábamos?, parecen empezar a preguntarse en el mundo del dinero.
Lo que esperaban eran rebajas de impuestos a las grandes empresas, desregulación y un boom de crecimiento. Incluso, en las previsiones más optimistas, la sorpresa positiva de un acuerdo de paz en Ucrania que borrara de un plumazo una de las grandes incertidumbres geopolíticas. En lugar de esa espiral virtuosa, el primer mes y medio en el Despacho Oval del republicano ha estado marcado por la inestabilidad. Una errática guerra arancelaria que ha castigado más al país que los ha propuesto que a sus supuestas víctimas. Despidos masivos en la Administración. Un enfrentamiento público con Volodímir Zelenski que ha culminado con la suspensión temporal de la ayuda militar a Ucrania —recobrada ayer— y se ha convertido en el empujón definitivo para un rearme europeo que pondrá a trabajar su industria a pleno rendimiento.
La sensación, cada vez más generalizada, es que la economía estadounidense pierde fuelle: un informe del banco suizo UBS publicado este martes eleva del 20 al 30% la posibilidad de estanflación, el peor de sus escenarios. La tesis central que manejan, en cualquier caso, tampoco trae buenas noticias: otorgan un 50% de opciones a que el crecimiento se modere respecto al año pasado.
Los comentarios de Trump no han hecho más que echar leña al fuego. En una entrevista en Fox News el domingo, en la víspera del lunes negro de las Bolsas, dijo que la economía pasa por una fase de “transición”. Y no cerró la puerta a una recesión. “Odio predecir cosas así. [...] Habrá disrupciones, pero estamos cómodos con ello”. Olivier Blanchard, execonomista jefe del FMI, descarta que el dolor recetado por Trump ahora vaya a traducirse en beneficios venideros. “A veces, el argumento tiene sentido: una consolidación fiscal puede devolver la deuda a un rumbo sostenible pese a conducir inicialmente a una recesión. Una regulación más estricta puede frenar la actividad ahora, pero hacer que el sistema sea más resistente más adelante. Lo que estamos viendo ahora no tiene nada que ver con esto. La razón de la aparente desaceleración es la extrema incertidumbre política, que lleva a los consumidores a preocuparse, a las empresas a esperar para invertir y a la caída de la demanda. A cambio de nada particularmente bueno en el futuro. Solo una pérdida pura”.
El resumen es que casi todo va a peor. Y la consecuencia más visible es que el dinero, al que suele atribuirse cobardía, pero que según se mire, puede ganarse el apelativo de inteligente, está abandonando los mercados estadounidenses. El S&P 500, que agrupa a las mayores compañías del país, está en mínimos de seis meses, igual que el Nasdaq tecnológico, que vivió al comenzar la semana su peor sesión desde 2022, con pérdidas de más del 4%.
Wall Street ha cimentado su bonanza de los últimos dos años y medio a partir de siete grandes tecnológicas cuyas valoraciones han alcanzado cotas tan estratosféricas como complicadas de mantener. Apple todavía supera los tres billones de dólares de capitalización. Y Microsoft, Nvidia, Alphabet y Amazon se mueven por encima de los dos billones, el equivalente, cada una de ellas, a unas tres veces todo el Ibex 35. Pero los incentivos para seguir alimentando lo que para algunos es una nueva burbuja tecnológica a punto de explotar, esta vez a lomos de la inteligencia artificial, y para otros solo el comienzo de una revolución nunca antes vista, se han reducido exponencialmente.
Los inversores están saltado a otros mercados. Citigroup y HSBC han rebajado el potencial de las acciones estadounidenses desde comprar a neutral, y a su vez han mejorado a comprar respectivamente sus recomendaciones sobre China y Europa, que están viviendo un 2025 pletórico —pese al castigo acumulado lunes y martes, el Dax alemán y el Ibex 35 superan el 10% de subida—. Mientras tanto, en EE UU se salvan de la quema los sectores más defensivos, como las empresas de consumo, las farmacéuticas o los REITs inmobiliarios, con menos volatilidad y más dividendos que las tecnológicas. Y por tanto más estables y predecibles, justo lo que no ofrece Washington.
Trump no parece darse por aludido. Este domingo aseguró que su misión es construir un país fuerte y no estar mirando lo que hace el mercado de valores. Y ayer martes, lejos de aflojar, subió la apuesta doblando los aranceles al acero y el aluminio canadiense, causando nuevos retrocesos en las Bolsas, para luego, solo unas horas después, dar marcha atrás.
Este método de negociación basado en la amenaza y la coacción comerciales está generando una incertidumbre perniciosa para los mercados. Y Estados Unidos es un país de pequeños inversores. Los datos de una encuesta reciente de Gallup indican que el 62% de los adultos poseen acciones, esto es, 162 millones de personas, la mayoría a través de fondos, muchos de ellos de pensiones. El Nvidia Day, que sigue la presentación de resultados de la compañía de chips, se ha vuelto todo un acontecimiento en medios económicos, reloj de cuenta atrás incluido. Ese culto al dinero, en definitiva, que ha permitido a millonarios como Trump asomarse al poder dos veces, puede ser ahora el peor enemigo del presidente: al consultar cada día sus cuentas en bancos y brokers, las cantidades que ven millones de ciudadanos de a pie, votantes todos ellos, no dejan de menguar.
¿Un freno a sus excesos?
Por eso, mientras Trump que parece ir por libre (moviéndose entre el victimismo y la guerra arancelaria) desde la Casa Blanca han salido a intentar calmar los ánimos. “Estamos viendo una fuerte divergencia entre los espíritus animales del mercado de valores y lo que realmente estamos viendo desarrollarse en las empresas y los líderes empresariales”, señaló a los periodistas un portavoz en la tarde del lunes. Con espíritus animales se refieren a movimientos irracionales dictados por emociones, y no por los fundamentales de la economía, una forma de delegar las culpas.
La pérdida de paciencia de Wall Street con Trump, al que ha pasado de considerar un aliado, a verlo como un molesto obstáculo que ha roto una inercia positiva que parecía imparable, puede ejercer presión para que dé marcha atrás en la intensidad de su guerra comercial. Así lo espera Clément Inbona, gestor de fondos en La Financière de l’Échiquier, aunque no las tiene todas consigo. “A la luz de su primer mandato, parece que, para Trump, la consecución de su mantra Make America Great Again pasa también por unas Bolsas resistentes. Esperemos que este termómetro siga siendo un freno para algunos de sus excesos, ya que, sin él, los próximos cuatro años amenazan con ser largos para los inversores expuestos a los activos estadounidenses”, sostiene.
Deseo o realidad, sorprende la velocidad con la que se están desvaneciendo las expectativas puestas en Trump por el mercado. No solo de acciones. Los criptocreyentes, uno de sus graneros de votos y donaciones durante la campaña, han visto derrumbarse el precio del bitcoin desde su toma de posesión más de un 20%, aunque todavía aguanta por encima de niveles previos a la victoria electoral. Si algo le importan estos vaivenes al político neoyorquino —lo cual no está nada claro—, la mejor noticia para él es que aún le quedan tres años y 10 meses para revertir la tendencia. En el caso de Tesla, golpeada por la competencia china y el creciente rechazo a Musk, necesitará algo más que pedir a las bases republicanas en redes sociales que le imiten y compren sus coches eléctricos.
ULTIMA HORA
Trump, sin tener en cuenta el efecto búmeran en la inflación, reparte aranceles entre países a nivel mundial como si fuesen tarjetas de navidad, a éste el 10%, a éste el 25%, a éste el 50% y a estos, que les odio por respondones, el 200%.
Y a Putin, que aún estando condenado por crímenes de guerra y lesa humanidad, nada de nada que es coleguita, y supuestamente su "Alter ego".
Pero de que se quejan ustedes. Es la diplomafia estúpidos, que no se aprende en universidades sino viendo películas de la saga "El Padrino". Naturalmente.
Fuente: El País.com
Según las encuestas, las políticas convergentes de los actuales presidentes de EE.UU. y Rusia, mayoritariamente ofenden a los españoles, lo cual ha puesto en guardia al Partido Popular y a Vox.
Y cómo estará de mal el asunto, que hasta Aznar, caudillo posmoderno donde les
haya, parece un peligroso rojo cuando habla de Trump o Putin.
En las últimas horas, la mente más lúcida de FAES se ha convertido en ariete que embiste contra el trumpismo putinista, marcando perfil propio y línea editorial, dejando
descolocado a Feijóo. El expresidente del Gobierno ha llamado a analizar en
profundidad lo que está pasando y advierte, “Trump ha cambiado de aliados,
sus aliados son los rusos”. Al tiempo que vaticina consecuencias “muy
graves” para el mundo, por lo que “significa entregar Europa del Este a
Rusia”.
Las contradicciones son tremendas.
Conservadores y
ultraconservadores españoles, dan la impresión de estar a punto de colapsar.
Pues el nuevo desorden mundial que ha llegado de la mano de Trump y Putin, finalmente ha terminado trasladándose a PP y Vox.
Los líderes del Partido Popular están haciendo auténticos malabares,
para desmarcarse de los nuevos dictadores sin romper con los ultras de Abascal,
a los que por cierto, la Fiscalía investiga estos días por financiarse con un
banco de Viktor Orbán (el infiltrado de Putin en la Unión Europea)
Mientras que en Vox, las incoherencias son tan singulares y flagrantes,
que agricultores y ganaderos españoles empiezan a preguntarse, qué hacen ellos
votando a un partido aliado de Trump, el hombre que viene a vender el
campo español a los oligarcas rusos y les están cosiendo a aranceles, sus quesos,
aceites, vinos y demás manjares de este nuestro país. Y dicho sea de paso,
que tipo de genio económico imprevisible se habrá sentado en el trono de norte
américa –Trump admitió abiertamente que sus políticas van a causar una gran
recesión mundial– que hasta el mismísimo, Aznar el magnífico, ha entendido la locura en la que nos han
instalado.
Evidente, la historia, ha trastocado el ideario de la
derecha española.
Hasta ahora, Feijóo seguía con el plan previsto, esto es, cara al público es un partido liberal y centrado, pero de puertas a dentro, –¡ay! mis presupuestos autonómicos, que dice el PP– miman a sus socios ultras de Vox, monaguillos españoles de Trump, cuyos aranceles prometen arruinar a media España. Y ahora ya ven más claramente –mejor tarde que nunca– el ir de la mano de Vox, conduce inevitablemente a la miopía económica, al aislacionismo y a la derrota electoral.
Todas las ocurrencias del trumpismo, como querer
dirigir la primera potencia mundial como si se fuese una agencia tributaria universal
o una constructora de parques temáticos en países en guerra, tiene
consecuencias nefastas.
- En primer lugar, que ya no hay huevos en los supermercados yanquis –cunde el desabastecimiento y el racionamiento– y los pocos que quedan son a precio de oro, es decir, puede decirse sin temor a equivocarse, que cuestan un huevo cada uno.
- Las Bolsas se hunden llevadas por el pánico a los aranceles y las multinacionales pagan con números rojos la guerra comercial, que empieza a ganar China estrechando lazos comerciales con la Unión Europea, frente a la absurda hostilidad norteamericana.
- El Brexit a la americana ( a fin de cuentas, es lo que está impulsado Trump, al emanciparse suicidamente de la globalización, desertando de mercados y organizaciones supranacionales) lo van a pagar muy caro los norteamericanos, pero también los demás, incluido los españoles, aunque esperemos sea en menor medida.
Todo ello bien lo sabe Feijóo, que empieza a considerar
la dupla Trump/Putin un mal negocio, que además da mala imagen, algo así como le
ocurre con el caso Mazón por los fallecidos de la dana valenciana, puesto que,
todos aquellos que asumen como propias, las citadas causas corrosivas, que cual
lluvia ácida, tarde o temprano acaban quemándoles electoralmente, aunque los
pusilánimes del PP no lo quieran ver y utilicen para taparse, toda su verborrea para manchar
las Instituciones democráticas españolas después que jueces que tienen en el
bolsillo, les haya hecho el trabajo sucio de difamación hacia las máximas
Autoridades del Estado, de las que por ahora, solo falta el Rey.
Al tiempo que en Vox….
Nos consta, que se ha abierto un fuerte debate, entre quienes reclaman
una política autónoma desligada de Washington (pro-Putin, como el nuevo líder del
sindicato Solidaridad de Vox) y los pro-Trump, que apuestan por unir su futuro al
proyecto MAGA (ahí estaría el jefe Abascal, que últimamente no se pierde sarao alguno de la Casa Blanca). Las dos almas, ultraliberales, y neonazis, tratan de
imponer sus tesis, y abundan las dimisiones y/o ceses.
Lo único cierto a esta hora, es que el líder de Vox está haciendo carrera profesional con el trumpismo y no es descartable que pille algún carguete o mamandurria del Despacho Oval –desde luego, la oficina de español en USA no, ya que el millonario neoyorquino, decretó el racismo lingüístico, al designar el inglés como único idioma oficial–. Sin embargo, que él vaya, pa’rriba y no pa’lante, no significa que el partido esté prosperando, más bien lo contrario. Pues no quiero dar ideas, pero lo mismo Trump decreta una deportación masiva de inmigrantes españoles, a los que identificaría con musulmanes de Hamás, y/o los encierra en Guantánamo por antisemitas o rojos, y se le hunde el chiringuito a Abascal.
CONCLUSIÓN
Todo este movimiento trumputiniano, no es más que puro racismo, y de eso
sabemos mucho los españoles, que lo sufrimos cuando tuvimos que emigrar.
Xenofobia y un desquiciado retorno a una economía autárquica y decimonónica
imposible de ejecutar, entre otras cosas porque vivimos en un mundo globalizado
en el que, si China estornuda, Occidente agarra una pulmonía.
A la larga, la trumputin-manía, dolo es pan para hoy y hambre
para mañana, y un lastre para cualquier partido español, medianamente serio, que se considere así mismo partido de Estado, porque en este país no hay tanto ignorante como supuestamente piensa la
derecha, que pueda tragarse toda esa ideología tóxica con la que se debe tratar a
nuestros hermanos mexicanos como seres inferiores, y a palestinos o ucranianos, como cucarachas a las que se debe exterminar.
Los problemas crecen para el PP. Y Vox se tensa al máximo.
La cuerda está a punto de romperse en las derechas ibéricas mientras dos
de cada tres votantes reniegan de la alianza Trump-Putin.
El trágala de todo este potaje ideológico no se lo va a poner fácil a la
digestión de Feijóo. Y menos aún cuando hasta el mismísimo Aznar, desde su
púlpito de FAES, le está marcando el paso y el camino a seguir, con la ayuda
inestimable de Ayuso, la todavía pro-Trump, faltaría más.
ULTIMA HORA
Resulta que tras la reuniones en Moncloa, mantenidas ayer entre el Presidente del Gobierno con cada líder de la mayoría de partidos representados en el Congreso de los Diputados, parece ser que bastantes de ellos –por no decir todos– no están de acuerdo con destinar partidas en los PGE, a efectos de cubrir los fondos necesarios para aumentar la defensa y seguridad de nuestras fronteras, porque dicen no entender la necesidad de hacer esto, porque argumentan que podría implicar en merma de calidad de vida de los españoles, y no les falta razón, pero es precisamente por lo contrario. Me explico.
Bien, en pocas palabras, voy a tratar de exponerles las razones, por las cuales entiendo, habría que tomar medidas para aumentar nuestras defensas.
- Si quieren la paz prepárense para la guerra.
- Piensen en la herencia que quieren dejar a su descendencia, si una democracia española o una dictadura rusa.
- Si en 15 años o menos, no estamos preparados para defendernos, todos calvos(*) o hablando ruso.
El expresidente Aznar y el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, parecen coincidir en este caso. Ahora esperemos que al resto de partidos y políticos, les vuelva el buen juicio y la lógica política necesaria, para que no prioricen su propia longevidad política y la cuantía de sus respectivos patrimonios, sobre la supervivencia de toda la ciudadanía española.
(*) Existe una famosa expresión que dice así "dentro de 100 años todos calvos", hace referencia a que una persona que nazca hoy, dentro de 100 años ya no existirá, dicho de otro modo, su cráneo estará calvo. En nuestro caso sería en 15 años o menos. ¿Nos vamos entendiendo?
Fuente: Diario16plus.com
ANEXO
Guerra por delegación de EE.UU. en Ucrania
The U. S. proxy war in Ukraine
John Bellamy
Foster(*)
(*)John Bellamy
Foster, Universidad de Oregon y Monthly Review Estados Unidos.
RESUMEN
Asimismo, reflexiona sobre la supremacía nuclear,
las políticas que han seguido las potencias de los Estados Unidos, Rusia y
China en este tema, y lo que está en juego para el mundo con la guerra en
Ucrania en ese sentido.
Al hablar de la guerra de Ucrania, es esencial que reconozcamos desde el principio que se trata de una guerra por encargo (proxy war). En este sentido, nada menos que Leon Panetta, quien fue director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y luego secretario de Defensa durante el gobierno de Barack Obama, reconoció recientemente —aunque rara vez se admitía— que la guerra en Ucrania era una “guerra proxy” de los Estados Unidos. Para ser explícito, los Estados Unidos (respaldados por toda la Organización del Tratado del Atlántico Norte u OTAN) están en una larga guerra proxy en contra de Rusia, con Ucrania como campo de batalla. El papel de los Estados Unidos en esta guerra, como enfatizó Panetta, es proporcionar cada vez más rápido, más y más armas, mientras Ucrania ejecuta la lucha, que a su vez es reforzada por mercenarios extranjeros.
Entonces, ¿cómo surgió esta guerra proxy? Para entenderlo, debemos mirar hacia la gran estrategia imperial de los Estados Unidos. Es necesario remontarnos a 1991, cuando se disolvió la Unión Soviética (URSS), o incluso más lejos, a la década de los ochenta. Hay dos vertientes en esta gran estrategia imperial: una se conforma por la expansión y el posicionamiento geopolítico, lo cual incluye la ampliación de la OTAN; la otra es la campaña de los Estados Unidos por la supremacía nuclear. Una tercera vertiente –que no se considerará aquí–involucra a la economía, del cual la guerra de los aranceles forma parte de la misma, añado yo.
I. Primera vertiente. La expansión geopolítica
La primera vertiente se enunció en febrero de 1992 en las directrices de
política de defensa de Paul Wolfowitz para los Estados Unidos, sólo unos meses
después de la disolución de la Unión Soviética. La gran estrategia imperial
adoptada en ese momento, y seguida desde entonces, tenía que ver con el avance
geopolítico de los Estados Unidos hacia el territorio de la antigua URSS, así
como hacia lo que había sido la esfera de influencia soviética. La idea era
evitar que Rusia resurgiera como una gran potencia. Este proceso de expansión
geopolítica de los Estados Unidos y la OTAN comenzó de inmediato, y ha sido
visible en todas las guerras que han tenido lugar en las últimas tres décadas
de los Estados Unidos y la OTAN en Asia, África y Europa. La guerra de la OTAN
en Yugoslavia en la década de los noventa fue particularmente importante en
este sentido. Incluso mientras se producía el desmembramiento de Yugoslavia,
los Estados Unidos comenzaron el proceso de ampliación de la OTAN, al moverla
cada vez más hacia el este a fin de abarcar todos los países del antiguo Pacto
de Varsovia, así como partes de la antigua URSS. En su campaña electoral de
1996, Bill Clinton hizo de la ampliación de la OTAN parte de su plataforma.
Washington comenzó a implementar tal estrategia en 1997; al final había
agregado 15 países a la OTAN, con lo que duplicó su tamaño y creó una Alianza
Atlántica de 30 naciones que tenían a Rusia como blanco principal, al mismo
tiempo que se le dio a la OTAN un papel global más intervencionista, como en
Yugoslavia, Siria y Libia.
Sin embargo, el objetivo era Ucrania. Zbigniew Brzezinski, quien fue el
estratega más importante de todo esto y había sido asesor de seguridad nacional
de Jimmy Carter, dijo en su Gran Tablero Mundial de 1997 que Ucrania era el
“pivote geopolítico”, particularmente en Occidente; que si se incorporara a la
OTAN y estuviera bajo el control occidental debilitaría tanto a Rusia que
podría mantenerla atada, si no es que llevaría a su desmembramiento. Éste ha
sido el objetivo desde el principio, y los planificadores estratégicos de los
Estados Unidos, los funcionarios de Washington, junto con los aliados de la
OTAN habían declarado una y otra vez que querían que Ucrania formara parte de
la OTAN. Este organismo hizo oficial tal objetivo en 2008. Hace sólo unos meses,
en noviembre de 2021, en el nuevo estatuto estratégico entre el gobierno de
Biden en Washington y el gobierno de Zelensky en Kiev, se acordó que el
objetivo inmediato era incorporar a Ucrania a la OTAN. Ésta también ha sido la
política de la OTAN desde hace mucho tiempo. Los Estados Unidos en los últimos
meses de 2021 y principios de 2022 se movilizaron muy rápido para militarizar
Ucrania y consumarlo como un hecho.
La idea, articulada por Brzezinski y otros, era que una vez que Ucrania
estuviera asegurada como parte de la OTAN, Rusia sería vencida; la proximidad
de Moscú con Ucrania como la trigésima primera nación en la alianza de la OTAN
le daría a la organización una frontera de cerca de 1 900 kilómetros con Rusia,
el mismo camino por el que los ejércitos de Hitler habían invadido la Unión
Soviética, pero en este caso Rusia se enfrentaría a la mayor alianza nuclear
del mundo. Ello cambiaría todo el mapa geopolítico y daría a Occidente el
control de Eurasia, al oeste de China.
Es importante saber cómo se desarrolló todo esto en la práctica. La
guerra proxy comenzó en 2014 cuando sucedió el golpe de Estado de Maidan en
Ucrania, diseñado por los Estados Unidos; se destituyó al presidente elegido
democráticamente y se dejó a los ultranacionalistas tomar el control de gran
parte del país. El resultado inmediato fue que Ucrania comenzó a dividirse.
Crimea había sido un Estado independiente y autónomo desde 1991 y hasta 1995.
Ese año Ucrania anuló ilegalmente la Constitución de Crimea y la anexó en
contra de su voluntad. El pueblo de Crimea no se consideraba a sí mismo parte
de Ucrania, y en su mayoría hablaba ruso y tenía profundas conexiones
culturales con Rusia. Cuando ocurrió el golpe, con los ultranacionalistas
ucranianos en el poder, la población de Crimea buscó una salida. Rusia les dio
la oportunidad de quedarse en Ucrania o unirse a Rusia mediante un referéndum.
Eligieron unirse a Rusia. Sin embargo, en el este de Ucrania la población
principalmente rusa fue objeto de represión por parte de las fuerzas
ultranacionalistas y neonazis de Kiev. Iniciaron la rusofobia y la represión
extrema de las poblaciones de habla rusa en el este, con el infame caso de los
neonazis asociados con el Batallón Azov que hicieron estallar a 40 personas en
un edificio público. Originalmente hubo una serie de repúblicas separatistas;
dos sobrevivieron en la región de Donbass, con poblaciones dominantes de habla
rusa: las repúblicas de Luhansk y Donetsk.
Así surgió una guerra civil en Ucrania, entre Kiev en el oeste y Donbass
en el este. También fue una guerra subsidiaria, con el apoyo de los Estados
Unidos y la OTAN a Kiev, y de Rusia a Donbass. La guerra civil comenzó justo
después del golpe de Estado, cuando se prohibió el idioma ruso: las personas
podían ser multadas por hablar ruso en una tienda. Fue un ataque a la lengua y
la cultura rusas, así como una represión violenta de las poblaciones en las
partes orientales de Ucrania.
Al principio, se perdieron alrededor de 14 000 vidas en la guerra civil.
Estas bajas se produjeron en el este del país, mientras alrededor de 2,5
millones de refugiados llegaron a Rusia. Los Acuerdos de Minsk de 2014 y 2015
consiguieron un alto el fuego, con la mediación de Francia y Alemania, y el
apoyo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En estos acuerdos las
repúblicas de Lugansk y Donetsk obtuvieron autonomía dentro de Ucrania. Pero
Kiev rompió los acuerdos de Minsk una y otra vez, y siguió atacando las
repúblicas disidentes en Donbass, aunque a menor escala, a la vez que los
Estados Unidos continuaron la provisión de armas y el entrenamiento militar
redoblados.
Washington brindó un fuerte apoyo militar a Kiev entre 1991 y 2021. La
ayuda militar directa desde los Estados Unidos fue de 3.800 millones de dólares
entre 1991 y 2014; de 2014 a 2021 fue de 2.400 millones de dólares; aumentó y
finalmente se disparó una vez que Joe Biden asumió la presidencia en
Washington. Los Estados Unidos estaban militarizando Ucrania muy rápido. El
Reino Unido y Canadá entrenaron a alrededor de 50.000 soldados ucranianos, sin
contar los entrenados por los Estados Unidos. De hecho, la CIA preparó al
Batallón Azov y a los paramilitares de derecha. Todo ello apuntaba la mira
hacia Rusia.
Los rusos estaban particularmente preocupados por el aspecto nuclear, ya
que la OTAN es una alianza nuclear, y si Ucrania fuera incluida en la OTAN y se
colocaran misiles en Ucrania, un ataque de esta naturaleza podría ocurrir antes
de que el Kremlin tuviera tiempo de responder. Ya existen instalaciones de
defensa antimisiles balísticos en Polonia y Rumania, cruciales como armas de
contrafuerza en un primer ataque de la OTAN. Es importante entender que los
sistemas de defensa antimisiles Aegis colocados allí también son capaces de
lanzar misiles ofensivos nucleares. Todo esto influyó en que Rusia interviniera
en la guerra civil ucraniana. En febrero de 2022 Kiev estaba preparando una
gran ofensiva, con 130.000 soldados en las fronteras de Donbass en el este y el
sur, que disparaban contra la región, con el apoyo continuo de los Estados
Unidos y la OTAN. Esto cruzó los límites claramente definidos de Moscú. Como
respuesta, Rusia primero declaró que los Acuerdos de Minsk habían fracasado y
que las repúblicas de Donbass debían considerarse Estados independientes y
autónomos. Luego intervino en la guerra civil ucraniana del lado de Donbass, en
línea con lo que consideraba su propia defensa nacional.
El resultado es una guerra proxy entre los Estados Unidos, junto con la
OTAN, y Rusia que se libra en Ucrania, la cual se desarrolló a partir de una
guerra civil en la propia Ucrania que, a su vez, inició por un golpe de Estado
orquestado por los Estados Unidos. A diferencia de otras guerras proxy entre
Estados capitalistas, está ocurriendo en las fronteras de una de las grandes
potencias nucleares y es provocada por la gran estrategia imperial de largo
aliento en Washington, destinada a capturar Ucrania para la OTAN con el fin de
destruir Rusia como un gran poder y establecer, como dijo Brzezinski, la
supremacía de los Estados Unidos sobre el mundo. Obviamente, esta guerra proxy
en particular conlleva graves peligros a niveles no vistos desde la crisis de
los misiles en Cuba. Tras la ofensiva rusa, Francia declaró que la OTAN era una
potencia nuclear e inmediatamente después, el 27 de febrero, los rusos pusieron
en alerta máxima a sus fuerzas nucleares.
Otra cosa que hay que entender sobre la guerra subsidiaria es que los
rusos han estado tratando de evitar bajas civiles con un éxito considerable.
Las poblaciones de Rusia y Ucrania están entretejidas, y Moscú ha intentado
disminuir las bajas civiles. Cifras en el ejército estadunidense y en los
ejércitos europeos indican que las bajas civiles son notablemente menores en
comparación con el estándar de las guerras del país norteamericano. Un indicio
de esto es que las bajas militares de las tropas rusas son mayores que las
bajas civiles de los ucranianos, que es el revés de la forma en que funciona la
guerra estadunidense. Si se observa la manera en que los Estados Unidos pelean
una guerra, como en Irak, atacan las instalaciones eléctricas y de agua y toda la
infraestructura civil(*) con el propósito de crear discordias entre la población y
una revuelta en contra del gobierno. Atacar la infraestructura civil
naturalmente aumenta las bajas civiles, como en Irak, donde la invasión
estadunidense provocó cientos de miles de muertos. Rusia, por el contrario, no
ha buscado destruir la infraestructura civil (al menos hasta ahora) lo que sería fácil para sus
fuerzas. Incluso en medio de la guerra sigue vendiendo gas natural a Kiev y
cumpliendo con sus contratos; no ha destruido el internet en Ucrania.
(*) Atacar infraestructuras civiles en tiempos de guerra se consideran crímenes de guerra.
Rusia intervino principalmente con el propósito de liberar Donbass, gran
parte de la cual estaba ocupada por las fuerzas de Kiev. Una prioridad ha sido
obtener el control de Mariupol, el principal puerto ucraniano, lo que haría
viable la liberación de Donbass. Mariupol había sido ocupado por el batallón
neonazi Azov. Este batallón ahora controla menos de 20% de la ciudad. Se
esconde en los viejos búnkeres soviéticos en una parte de la urbe. La Milicia
Popular de Donetsk y los rusos controlan el resto. Hay alrededor de, cien mil fuerzas
paramilitares en Ucrania. La mayoría de éstas se encuentra dentro de las
fuerzas ucranianas, que constituían la mayor parte de las 130.000 tropas que
rodeaban Donbass, y ha sido aislada por el ejército ruso. Además de obtener el
control de Donbass junto con las milicias populares, Moscú busca obligar a
Ucrania a desmilitarizarse y aceptar un estatus neutral, mientras permanezca
fuera de la OTAN.
Si se analiza la situación desde el punto de vista de los acuerdos de
paz (el Global Times publicó un buen informe al respecto el 31 de marzo), puede
apreciarse de qué se trata la guerra. Kiev ha aceptado provisionalmente la
neutralidad, que será supervisada por ciertos garantes de Occidente, como
Canadá. No obstante, el punto conflictivo en las negociaciones es lo que Kiev
llama “soberanía”. Eso se trata por completo de Donbass y la guerra civil.
Ucrania insiste en que Donbass es parte de su territorio soberano,
independientemente de los deseos de la población en las repúblicas separatistas
de Donetsk y Lugansk. La gente de las repúblicas de Donbass y los rusos no
pueden aceptar esto. De hecho, las milicias populares y los rusos todavía están
trabajando para liberar partes de Donbass que están ocupadas por estas fuerzas
paramilitares. Es ahí donde radica el principal problema de las negociaciones,
y esto se remonta a la realidad de la guerra civil en Ucrania. El papel de los
Estados Unidos en esto ha sido el de arruinar las negociaciones.
II. Segunda vertiente. La campaña hacia la supremacía nuclear
Ahora es necesario pasar a la segunda vertiente de la estrategia
imperial de los Estados Unidos. Hasta aquí he discutido la gran estrategia en
términos de geopolítica, la expansión hacia el territorio de la antigua Unión
Soviética y la esfera de influencia soviética, que fue mejor expresada por
Brzezinski. Hay otra vertiente de tal estrategia de los Estados Unidos que debe
discutirse en este contexto: se trata de la campaña hacia una nueva supremacía
nuclear. Si se lee El gran tablero mundial de Brzezinski, su libro sobre la
estrategia geopolítica de los Estados Unidos, no se encontrará nada sobre armas
nucleares. Creo que la palabra nuclear no aparece en absoluto en su libro. Sin
embargo, esto es crucial para la estrategia general de los Estados Unidos respecto
de Rusia. En 1979 durante el gobierno de Jimmy Carter, cuando Brzezinski era
asesor de seguridad nacional, se decidió ir más allá de la Destrucción Mutua
Asegurada (DMA) y que los Estados Unidos siguieran una estrategia de
contrafuerza de supremacía nuclear. Ello involucraba colocar misiles nucleares
en Europa. En su “Carta a América”, que aparece en Protest and Survive
publicado por Monthly Review Press en 1981, el historiador marxista y activista
antinuclear E. P. Thompson cita a Brzezinski, quien admite que la estrategia de
los Estados Unidos se había desplazado hacia una guerra de contrafuerza.
Es necesario retroceder un poco a fin de explicar esto. En la década de
los sesenta la Unión Soviética había logrado la paridad nuclear con los Estados
Unidos. Hubo un gran debate dentro del Pentágono y el stablishment de seguridad
al respecto, porque la paridad nuclear significaba DMA. Si una nación atacara a
la otra, ambas serían completamente destruidas. Robert McNamara, el secretario
de Defensa de John F. Kennedy, promovió la noción de contrafuerza para eludir
la DMA.
En esencia, hay dos tipos de ataques nucleares. Uno es un contravalor
que apunta a las ciudades, la población y la economía del adversario; en eso se
basa la DMA. El otro tipo es una guerra de contrafuerza destinada a destruir
las fuerzas nucleares del enemigo antes de que puedan lanzarse. Por supuesto,
una estrategia de contrafuerza remite a quien da el primer golpe. Los Estados
Unidos con McNamara comenzaron a explorar la contrafuerza. McNamara decidió que
tal enfoque era una locura, y eligió la DMA como política de disuasión de su
país. Eso duró la mayor parte de las décadas de los sesenta y los setenta. Pero
en 1979, en el gobierno de Carter, cuando Brzezinski era el asesor de seguridad
nacional, se decidió implementar una estrategia de contrafuerza. Los Estados
Unidos determinaron en ese momento colocar misiles Pershing II y de crucero con
armas nucleares en Europa, lo cual llevó al surgimiento del movimiento europeo
de desarme nuclear, el gran movimiento pacifista europeo.
Esta colocación de misiles en territorio europeo se convirtió en un
problema importante para el movimiento por la paz tanto en Europa como en los
Estados Unidos. Los peligros de una guerra nuclear aumentaron de manera
exponencial. El gobierno de Ronald Reagan promovió en gran medida la estrategia
de contrafuerza y agregó su Iniciativa de Defensa Estratégica de ciencia
ficción (más conocida por su apodo: Star Wars), la cual consideraba un sistema
que derribaría todos los misiles enemigos al mismo tiempo. Esto fue en gran
parte una fantasía. Con el tiempo, la carrera armamentista nuclear en este
periodo se detuvo como resultado de los movimientos pacifistas masivos en
Europa a ambos lados del Muro de Berlín y el movimiento antinuclear en los
Estados Unidos, así como del ascenso de Gorbachov en la Unión Soviética. Pero,
tras la disolución de la URSS, Washington decidió dar continuidad a la
estrategia de contrafuerza con su campaña hacia la supremacía nuclear.
Durante las siguientes tres décadas, Washington siguió desarrollando
armas y estrategias de contrafuerza, y así potenciaba las capacidades
estadunidenses en ese sentido. Hasta el punto en que, en 2006, se declaró que
los Estados Unidos estaban cerca de la supremacía nuclear, como se explicó en
ese momento en la revista Foreign Affairs, publicada por el Consejo de
Relaciones Exteriores, que era el centro principal de la gran estrategia
estadunidense. El artículo de Foreign Affairs declaró que China no tenía una
disuasión nuclear contra un primer ataque de los Estados Unidos, debido a las
mejoras en la tecnología estadunidense para detección y dirección, y que
incluso los rusos ya no podían contar con la capacidad de supervivencia de su
disuasión nuclear. Washington estaba esforzándose para lograr la supremacía
nuclear completa. Esto fue de la mano con la ampliación de la OTAN en Europa,
porque parte de la estrategia de contrafuerza, era acercar más y más armas a
Rusia, a fin de disminuir el tiempo que Moscú tendría para lanzar una
respuesta.
Rusia era el objetivo principal de la estrategia. China estaba
claramente destinada a ser el objetivo posterior. Sin embargo, en su entrada
Trump decidió buscar la distensión con Rusia y concentrarse en China. Eso
alteró las cosas por un tiempo, y se desestabilizó así la gran estrategia de
los Estados Unidos y la OTAN, ya que la ampliación de la OTAN era una parte
esencial de la estrategia de supremacía nuclear. Una vez que Biden asumió el
cargo de presidente, se hicieron intentos para recuperar el tiempo perdido:
apretar el nudo en Ucrania, cerca de Rusia.
Los rusos, conformados ahora en un Estado capitalista que recuperaba el
estatus de gran potencia, no se dejaron engañar. Ellos lo vieron venir. En 2007
Vladimir Putin declaró que el mundo unipolar era imposible, que los Estados
Unidos no serían capaces de lograr la supremacía nuclear. Tanto Rusia como
China comenzaron a desarrollar armas que evitarían la estrategia de
contrafuerza de los Estados Unidos. La idea de un primer golpe es que el
atacante (sólo los Estados Unidos tienen algo parecido a esta capacidad)
elimina los misiles en tierra, ya sea en silos reforzados o móviles, y al
rastrear los submarinos, queda en posición de eliminarlos también. En ese
momento, el papel de los sistemas de misiles antibalísticos es suprimir
cualquier ataque de represalia que se mantenga. Como es de esperarse, en el
otro lado, es decir, Rusia y China entre las grandes potencias nucleares, saben
todo esto, por lo que hacen lo posible para proteger su disuasión nuclear o su
capacidad de ataque de represalia. En los últimos años Rusia y China
desarrollaron misiles hipersónicos. Éstos se mueven extraordinariamente rápido,
por encima de Mach-5 (cinco veces la velocidad del sonido) y al mismo tiempo
son maniobrables, por lo que no pueden ser detenidos por los sistemas de
misiles antibalísticos, lo cual debilita la capacidad de contrafuerza de los
Estados Unidos. Este país aún no ha desarrollado tecnologías de misiles
hipersónicos así. Tal tipo de arma es lo que China llama una “maza de asesino”,
lo que significa que puede ser utilizada por un país con menor poder a fin de
contrarrestar una ventaja avasallante en el poder militar del oponente. Luego,
esto aumenta la disuasión básica de Rusia y China, al proteger sus capacidades
de represalia en caso de un primer ataque contra ellas. Es uno de los
principales factores que está contrarrestando las capacidades de primer golpe
de los Estados Unidos.
Otro aspecto en este juego del gallina nuclear es el dominio de los
Estados Unidos y la OTAN en los satélites. Es en gran parte debido a esto, que
la ubicación de objetivos del Pentágono es tan precisa y pueden concebir la
posibilidad de destruir los silos endurecidos que protegen a los misiles con
ojivas más pequeñas, al mismo tiempo que apuntan a los submarinos, debido a la
precisión absoluta de su localización. Todo esto tiene que ver con los sistemas
satelitales. La mayoría cree que esto les da a los Estados Unidos la capacidad
de destruir misiles en silos reforzados o al menos centros de comando y control
con armas que no son nucleares, o con ojivas nucleares más pequeñas, debido a
la mayor precisión. Por lo tanto, los ejércitos ruso y chino se han centrado
mucho en las armas anti-satélite, a fin de quitarles esta ventaja.
III. Invierno nuclear y OMNICIDIO
Todo esto puede sonar suficientemente mal; sin embargo, es necesario
decir algo sobre el invierno nuclear. Si uno lee los documentos desclasificados
del ejército de los Estados Unidos, y me imagino que también es cierto para el
ejército ruso, verá que se han alejado por completo de la ciencia sobre la
guerra nuclear. En el documento desclasificado sobre armamento y guerra
nucleares no se mencionan las tormentas de fuego en ninguna parte de la
discusión sobre la guerra nuclear. No obstante, éstas son en realidad las que
provocarían el mayor número de muertes en un ataque nuclear; pueden extenderse
hasta casi 400 kilómetros cuadrados en un ataque termonuclear a una ciudad. Los
establecimientos militares, que tienen que ver con luchar y prevalecer en una
guerra nuclear, no toman en cuenta las tormentas de fuego en sus análisis,
incluso en los cálculos de la DMA. También hay otra razón para esto, ya que las
tormentas de fuego son las que generan el invierno nuclear.
En 1983, cuando se colocaron armas de contrafuerza en Europa, los
científicos atmosféricos soviéticos y estadunidenses, trabajando juntos,
crearon los primeros modelos de un invierno nuclear. Varios de los científicos
clave, tanto en la Unión Soviética como en los Estados Unidos, participaron en
la investigación del cambio climático, que es en principio lo contrario del
invierno nuclear, aunque no tan abrupto. Estos científicos descubrieron que en
una guerra nuclear con tormentas de fuego en 100 ciudades el efecto sería una
caída en la temperatura global promedio, que según Carl Sagan llegaría a
“varias decenas de grados” Celsius. Más tarde se retractaron de eso con más
estudios y dijeron que la caída sería de hasta 20 grados centígrados. Pueden imaginarse lo que eso significa. Las tormentas de fuego arrojarían el hollín y
el humo a la estratósfera. Esto bloquearía hasta 70% de la energía solar que
llega a la tierra, lo que implicaría que todas las cosechas en la Tierra
morirían. Se destruiría casi toda la vida vegetal, por lo que los efectos
nucleares directos en el hemisferio norte irían acompañados de la muerte de
casi todos en el hemisferio sur también. Sólo unas pocas personas sobrevivirían
en el planeta.
Los estudios del invierno nuclear fueron tachados de exageraciones por
los militares y por el sistema en los Estados Unidos. Pero en el siglo XXI, a
partir de 2007, tales estudios se ampliaron, replicaron y validaron en
numerosas ocasiones. Demostraron que, incluso en una guerra entre la India y
Pakistán donde se usaran bombas atómicas al grado de Hiroshima, el resultado
sería un invierno nuclear no tan severo, pero con el efecto de reducir la
energía solar que llega al planeta lo suficiente para matar a miles de millones
de personas. Por el contrario, en una guerra termonuclear global, como han
demostrado los nuevos estudios, el invierno nuclear sería al menos tan malo o
peor que como lo habían determinado los estudios originales en la década de los
ochenta. Ésta es la ciencia. Se acepta en las principales revistas científicas
con revisión por pares y los hallazgos se han validado repetidamente. Está muy
claro en términos de la ciencia que, si tenemos un intercambio termonuclear
global, morirá toda la población de la Tierra con tal vez la supervivencia de
algunos restos de la especie humana en algún lugar del hemisferio sur. El
resultado será un omnicidio planetario.
Al principio, McNamara pensó que la contrafuerza era una buena idea,
porque se consideraba una estrategia que no afectaría las ciudades. Los Estados
Unidos podrían simplemente destruir las armas nucleares del otro lado y dejar
las ciudades intactas. Sin embargo, eso se disolvió rápidamente, y ya nadie lo
cree porque la mayoría de los centros de comando y control está en las ciudades
o cerca de ellas. No hay forma de que éstos puedan ser destruidos en un primer
golpe sin atacar las ciudades. Además, no hay forma de que la disuasión nuclear
del otro lado pueda ser completamente destruida en lo que respecta a las
principales potencias nucleares, y sólo una parte relativamente pequeña de los
arsenales nucleares de éstas puede destruir todas las principales ciudades del
otro lado. Pensar lo contrario es perseguir una fantasía peligrosa que aumenta
la posibilidad de una guerra termonuclear global que destruirá a la humanidad.
Esto significa que los principales analistas nucleares, que están profundamente
comprometidos con las doctrinas de contrafuerza, están promoviendo la locura
total. Los planificadores de la guerra nuclear pretenden que pueden prevalecer
en una guerra nuclear. Sin embargo, ahora sabemos que la DMA, destrucción mutua
asegurada, como se concibió originalmente, es menos extrema de lo que significa
hoy una guerra termonuclear global. La destrucción mutua asegurada significaba
que cientos de millones de personas en ambos bandos serían aniquiladas. El
invierno nuclear significa que prácticamente toda la población del planeta sea
exterminada.
La estrategia de contrafuerza, la búsqueda incesante de la capacidad de
primer golpe y la supremacía nuclear significan que la carrera de armamentos
nucleares sigue aumentando con la esperanza de eludir la DMA, mientras que en
realidad amenaza con la extinción humana. Incluso si el número de armas
nucleares es limitado, la llamada “modernización” del arsenal nuclear,
particularmente del lado de los Estados Unidos, está diseñada para hacer que la
contrafuerza y, por lo tanto, un primer golpe pueda considerarse. Es por ello
que Washington se retiró de tratados nucleares como el Tratado ABM (sobre
Misiles Antibalísticos) y el Tratado de Misiles Nucleares de Alcance
Intermedio. Éstos fueron vistos como bloqueadores de armas de contrafuerza, que
interferían con la campaña del Pentágono hacia la supremacía nuclear.
Washington los abandonó todos y luego se mostró dispuesto a aceptar un límite
en el número total de armas nucleares, porque el juego se estaba jugando de una
manera diferente. La estrategia de los Estados Unidos ahora se centra en la
contrafuerza, no en el contravalor.
Todo esto es mucho para ser procesado en poco tiempo, pero creo que es
importante comprender las dos vertientes de la gran estrategia imperial de los
Estados Unidos y la OTAN a fin de entender por qué el Kremlin se considera
amenazado, por qué actuó como lo hizo y por qué esta guerra proxy es tan
peligrosa para el mundo en su conjunto. Lo que debemos tener en cuenta en este
momento es que todas estas maniobras por la supremacía mundial absoluta nos han
llevado al borde de una guerra termo nuclear global y de un omnicidio global.
La única respuesta es crear un movimiento mundial masivo por la paz, la
ecología y el socialismo.
CONCLUSION
En mi opinión, Rusia no estaba legitimada por el derecho internacional a intervenir en la guerra civil, que desde hacía años, estaba ocurriendo en Ucrania. Y muchísimo menos tenía derecho a invadirla (cometiendo crímenes de guerra) ni si quiera teniendo coartada desde el punto de vista geopolítico y/o geoestratégico (The USA proxy war in Ukraine).
Puesto que, dada la estupidez humana, no es descartable la extinción de toda la humanidad, según lo expuesto en el apartado III, del anexo anterior.
Que de ocurrir lo anterior, supongo todos continuaremos librando las guerras pendientes en los inframundos de los infiernos.
Fuente: scielo.org.mx