“La derecha española
cree hoy que la libertad es sustraerse de lo común; es perverso”.
FOTOS. (fila superior)
manifestación organizada por Vox (la Vanguardia 24-5-2020).
FOTOS (fila inferior)
protestas o celebraciones alentadas por Vox y PP.
Todo ello en “Estado
de Alarma”, en evidente riesgo de rebrote epidémico y claro desprecio a los sanitarios que dieron su vida en la lucha contra la epidemia y al resto de la ciudadanía.
El filósofo bilbaíno Daniel Innerarity
(Bilbao, 1959) publica esta semana Pandemocracia (Galaxia Gutenberg), un libro
en el que aborda los errores cognitivos cometidos en esta crisis vírica: no es una
guerra ni una cuestión de comportamiento personal, sino que pone al descubierto
las deficiencias estructurales del sistema. Una crisis que no es el fin del
mundo pero sí de un mundo con certezas en el que nos sentíamos invulnerables y
autosuficientes.
Partimos de que la confianza entre los
actores políticos está bajo mínimos y en el subconsciente político del país se
cree que los cambios de verdad se han dado siempre por una catástrofe bien
aprovechada: los atentados de Atocha, la crisis económica. Y la aceleración del
ritmo político hace que los líderes al mando perciban que sólo tienen un tiro
disponible y genera un comportamiento ansioso. Luego, la derecha española ha
tenido varios formatos, ha sido conservadora, tecnocrática, nacionalista, pero
nunca había estado muy interesada en los derechos individuales. Ahora vive un
desplazamiento muy curioso: ha adquirido los rasgos del libertarianismo
estadounidense. Casado ha acusado a Sánchez de dictadura constitucional. La
sospecha de que el confinamiento es una represión injustificada de la libertad
como si no hubiera un riesgo fuertísimo fuera. La derecha en España tiende a
pensar hoy que las libertades individuales sólo son reales cuando se sustraen
de lo común y es una idea muy perversa. Libertad es que no haya dominio de unos
sobre otros. Hoy salir a la calle sin protección adoptando conductas de riesgo
es una forma brutal de ejercer dominación sobre los demás.
El mundo de hoy, remarca, es muy
complejo por las crecientes interacciones de todo tipo. Un mundo común y frágil
donde debemos aceptar nuestra ignorancia y en el que esta crisis ha mostrado
que la globalización no tenía instrumentos de protección acordes a las amenazas
a que nos expone. El camino para prosperar pasa por avanzar, dice, en la gobernanza
global. Las medidas de cierre son inútiles en un mundo de destinos compartidos.
Afirma que hemos repetido los errores
del 2008 al interpretar esta crisis. ¿Por qué?
El ser humano coge del repertorio
conceptual lo primero disponible, pero vivimos en sociedades donde hay más
disrupción que cambio y muchas situaciones inéditas donde la experiencia pasada
no vale. Se explicó la crisis del 2008 a partir de comportamientos
individuales, gente que vivía por encima de sus posibilidades o banqueros
estafadores, y no de fallos sistémicos. Y en la actual pandemia el abordaje a
nivel europeo fue al inicio muy claro: el esquema explicatorio de
irresponsabilidad financiera de ciertos países, como si que el coronavirus haya
tenido especial incidencia en los países del sur tuviera que ver con algún
problema moral de mal comportamiento. Luego está la aplicación de categorías
bélicas para entender esta pandemia: no tenemos una narrativa adecuada. Y eso
explica muchos fallos. Si se instala la lógica de la guerra, los que están en
la oposición sospechan que los gobernantes quieren procurarse una ventaja
electoral. Cuando lo que estamos es ante una excepcionalidad que requiere no
tanto suspender el pluralismo político como suavizar el elemento competitivo de
toda sociedad pluralista.
¿Eso es una enmienda a lo que ha hecho
la oposición en España?
Partimos de que la confianza entre los
actores políticos está bajo mínimos y en el subconsciente político del país se
cree que los cambios de verdad se han dado siempre por una catástrofe bien
aprovechada: los atentados de Atocha, la crisis económica. Y la aceleración del
ritmo político hace que los líderes al mando perciban que sólo tienen un tiro
disponible y genera un comportamiento ansioso. Luego, la derecha española ha
tenido varios formatos, ha sido conservadora, tecnocrática, nacionalista, pero
nunca había estado muy interesada en los derechos individuales. Ahora vive un
desplazamiento muy curioso: ha adquirido los rasgos del libertarianismo
estadounidense. Casado ha acusado a Sánchez de dictadura constitucional. La
sospecha de que el confinamiento es una represión injustificada de la libertad
como si no hubiera un riesgo fuertísimo fuera. La derecha en España tiende a
pensar hoy que las libertades individuales sólo son reales cuando se sustraen
de lo común y es una idea muy perversa. Libertad es que no haya dominio de unos
sobre otros. Hoy salir a la calle sin protección adoptando conductas de riesgo
es una forma brutal de ejercer dominación sobre los demás.
En Pandemocracia dice que se acaba un
mundo. ¿Cuál?
No se acaba el mundo, pero sí un mundo
de certezas, individuos autosuficientes, varones, por cierto, y de
comportamientos estancos. Entramos en un espacio que da vértigo pero nos obliga
a una evolución del pensamiento. Primero, a una revolución en los conceptos
para comprender la sociedad, que aún son newtonianos. Y segundo, a cambios en
nuestra manera de entender nuestras interacciones. Debemos pensarnos más como
sujetos que se protegen colectivamente de riesgos muy diferentes a los de la
sociedad industrial y que deben entrar en lógicas de poder más cooperativas y
menos competitivas. En la sucesión de crisis que nos asaltan desde finales del
siglo pasado, climática, ecológica, migratoria, financiera, europea y ahora
sanitaria, hay un hilo común: entramos en horizontes de ignorancia insuprimible
y debemos entendernos como sujetos cuya clave es organizar bien su interacción.
Quiere decir que las crisis se suceden
porque hemos creado sociedades muy complejas.
Sí, todas esas crisis son el resultado
de una complejidad sistémica que no terminamos de entender. Hay crisis
climática porque la interacción de nuestros comportamientos en términos de
consumo, movilidad, producción industrial, genera un resultado final catastrófico,
no porque aisladamente nuestro comportamiento sea perverso, lo malo es la
interacción. Hay crisis financiera porque hay debilidad sistémica de la
gobernanza económica global y no se puede reconducir con comportamientos
individuales de consumidores o banqueros. Por citar la famosa frase de “Es la
política, estúpido”, o “Es la economía, estúpido”, hoy “Es la interacción,
estúpido”.
La otra crisis de la que habla es la
de la globalización. ¿Cómo va a cambiar?
Ha habido desequilibrios. Así, se ha globalizado
mucho el mundo económico y muy poco el político. Ya nos podía haber China
globalizado la información sobre el virus en su momento y no habernos regalado
mascarillas a destiempo. Si hay globalización financiera tiene que haber mayor
y mejor regulación política. Si hay globalización de la contaminación, también
de los instrumentos para hacerle frente. Si hay globalización de las crisis
sanitarias, tiene que haber instituciones a nivel mundial con recursos para enfrentarlas.
Se producirán muchos debates sobre la escala de la globalización, qué ámbito de
decisión es el más adecuado para gestionar qué tipo de riesgos. Y habrá
fenómenos de retracción y también de más globalización.
¿Lo que denomina glocalización sostenible?
Es muy probable que hayamos
descubierto con la pandemia que no era buena idea deslocalizar la producción de
tantas cosas, algunas estratégicas en momentos de crisis. Al mismo tiempo,
veremos que hay que hacer mayor transferencia de soberanía a planos internacionales
o globales. Habrá debate sobre la OMS y, respecto a las vacunas, habrá que
decidir cuáles son los bienes comunes de la humanidad que no pueden estar
sometidos a la ley del mercado.
¿En esta crisis es el autoritarismo
chino el ganador?
Los regímenes autoritarios se pueden
permitir actuaciones brutales con mayor facilidad, como el confinamiento, pero
carecen de un recurso de las sociedades democráticas: buena información. El
sistema autoritario se priva del libre flujo de información y de la crítica. A
corto plazo, ofrece ventaja competitiva. A largo, es una rémora. No conocemos
los datos reales en China, pero no me extrañaría que esto haya producido un
deterioro del régimen. Un sistema político que interpreta la discrepancia como
ilegítima y mete en la cárcel al que da la alerta no está a salvo de cometer
las mayores estupideces. La democracia es más inteligente.
¿Qué pasa con el populismo?
Es una situación muy ambivalente. Podemos
salir en una dirección y en la opuesta. Hay gente que cree que hay que salir
con un green new deal y otros se reconfortan por la efectividad del cierre de
fronteras. La pandemia da un golpe duro al populismo por despreciar tres
cuestiones que se revalorizan: el saber experto, la lógica institucional y la
idea de comunidad global. Pero a la vez se produce un caldo de cultivo, una
turbulencia, que pueden aprovechar.
En su libro, apuesta por una mayor
gobernanza global.
Sería lógico frente a las amenazas
globales, pero la historia humana no es la de la lógica, y no me creo eso de
que las crisis son oportunidades, porque crisis de gran envergadura se llevaron
imperios, instituciones y grupos sociales de los que no tenemos casi noticia.
Aprendemos de las crisis, pero con lentitud y no con la profundidad que
requeriría la situación.
La filosofía está reaccionando a esta
situación a toda velocidad.
En mi caso, se trataba de ver si el
marco desarrollado durante 20 años funcionaba en esta crisis. Aun así, soy muy
crítico con algunos filósofos que han aplicado el viejo recetario sin ninguna
reflexión original y han sustituido el análisis por la arenga. Giorgio Agamben
diciendo que esta situación demuestra que estamos en un estado de excepción
cuando hay un estado de alarma porque no vivimos en él. O el enésimo anuncio de
Zizek de que es el final del capitalismo. Lo lleva diciendo mucho tiempo sin
ningún argumento nuevo. Es parte de cierta payasada filosófica que los lectores
no se merecen.
Fuente: laVanguardia.com