No es posible apaciguar al dictador ruso: Chechenia, Georgia, Crimea y ahora toda Ucrania. Pues que recoja lo sembrado y la comunidad internacional lo juzgue personalmente por este crimen tan horrible.
Autor: Pillipppe Sands (*)
En septiembre de 1914 tomó la
ciudad de Leópolis y obligó a decenas de miles de habitantes a huir hacia el
oeste, entre ellos mi abuelo, que tenía 10 años. La Unión Soviética volvió a
por otra tajada en septiembre de 1939, y de nuevo en el verano de 1944, y en
esa ocasión se hizo con el control de la ciudad y lo conservó hasta que Ucrania
obtuvo la independencia, en 1991.
Por consiguiente, el uso del
poder militar ruso en estas zonas no es desconocido, aunque los acontecimientos
de la semana pasada hayan causado conmoción entre los europeos que han vivido
durante tres generaciones sin experimentar una agresión militar de semejante
dimensión.
La historia no desaparece sin más, y los recuerdos se reavivan con facilidad. Una de las cosas que son diferentes hoy es que existen normas para protegernos de este tipo de acciones, consagradas en la Carta de Naciones Unidas, lo más parecido que tenemos a una constitución internacional.
Putin hizo añicos los compromisos fundamentales de la Carta de Naciones Unidas
Putin ha hecho su apuesta confiando en que Occidente ni pestañee.
Tras los fracasos de las potencias
occidentales, que incluyen una guerra ilegal y fallida en Irak y el reciente
desmoronamiento de la voluntad política en Afganistán, además de la aceptación
del dinero de los oligarcas y la dependencia del gas ruso, Putin espera que no
tengan el valor necesario para hacerle frente. Quizá tenga razón, pero esa
apuesta es un desafío muy grave, que no puede abordarse solo con sanciones y
medidas financieras.
Se necesita mucho más, y cuanto antes.
Ante un ílicito semejante como es la violación tan flagrante de
las normas, es lícito emprender acciones conjuntas para proteger Ucrania y los
derechos fundamentales de su población, con el suministro de material militar,
medidas para impedir que Rusia utilice su aviación y, en última instancia, con
soldados sobre el terreno para imponer zonas seguras, trazar límites e impedir
que Rusia los atraviese.
También hay que tener en
cuenta la cuestión de la criminalidad, aunque las etiquetas de ese tipo no me
hacen muy feliz. El uso de la fuerza militar por parte de Putin es un crimen de
agresión, una guerra ilegal, un concepto que se creó en Núremberg con el nombre
de “crímenes contra la paz”.
Las imágenes espantosas que
hemos visto parecen mostrar que hay ataques dirigidos contra la población
civil, lo cual constituye un crimen de guerra, y bien podría ser también contra
la humanidad (un concepto legal cuyo origen, como el del término genocidio, se
remonta precisamente a la ciudad de Leópolis). La Corte Penal Internacional
—hija del Tribunal de Núremberg— tiene competencia sobre algunos de los
crímenes cometidos en territorio ucranio (los crímenes de guerra y de lesa
humanidad, pero no el de agresión). Los rusos están sujetos a su jurisdicción,
y el hecho de que Putin sea presidente no le confiere inmunidad. El fiscal de
la CPI, Karim Khan, está facultado para abrir una investigación formal y, si
las pruebas lo avalan y los jueces lo autorizan, proceder a la acusación y al
enjuiciamiento.
Sin embargo, la CPI tiene una
laguna, ya que su jurisdicción aún no se extiende al crimen de agresión
perpetrado en el territorio de Ucrania, entonces,
¿Por qué no
crear un tribunal penal internacional dedicado a investigar a Putin y sus
acólitos por este crimen?
Después de todo, fue un
jurista soviético, Aron Trainin, quien hizo gran parte del trabajo de campo
para introducir los “crímenes contra la paz” en el derecho internacional. Como
ha señalado Francine Hirsch en su libro Soviet Judgment at Nuremberg, fueron en
gran medida las ideas de Trainin las que convencieron a estadounidenses y británicos para que se incluyeran los “crímenes contra la paz” en el Estatuto
de Núremberg y en los autos de acusación contra los alemanes enjuiciados.
Putin conoce muy bien todo lo
relacionado con Núremberg: su hermano mayor murió cuando tenía dos años en el
sitio de Leningrado, y él da la impresión de ser un defensor de la famosa
sentencia de 1946. Hace tres años reprendió al Parlamento Europeo por poner en
duda las conclusiones del Tribunal: que el origen de todo aquel horror estuvo
en la “traición de Múnich”, que permitió la anexión de territorios checos con
la vana esperanza de apaciguar a Hitler.
No es posible apaciguar a
Putin. Chechenia, Georgia, Crimea y ahora toda Ucrania. Y así sucesivamente.
Que recoja lo que ha sembrado, incluido el legado de Núremberg. Que se le
investigue personalmente por este crimen tan espantoso.
(*) Pillipppe Sands es
catedrático de Derecho en University College, Londres, y autor de Calle
Este-Oeste. Sobre los orígenes de “genocidio” y “crímenes contra la humanidad".
Fuente: El Pais.com