La mayoría de los estadounidenses creen
que las políticas energéticas deben centrarse en buscar nuevos modelos como los
renovables, pero las medidas del presidente van justo en dirección contraria.
Tras tan sólo una semana de
presidencia, las opiniones de Donald Trump sobre energía ya están bastante
claras. Sin embargo, su punto de vista va en contra de la opinión pública, y
también de las fuerzas de mercado que están modelando la industria energética.
Según un nuevo informe del Centro de
Investigaciones Pew, el 65% de los estadounidenses cree que el país debería
priorizar la creación de formas alternativas de energía como la eólica y la
solar. Tan sólo un 27% cree que Estados Unidos deba centrarse más en ampliar el
petróleo, el gas natural y el carbón.
Eso está más o menos en línea con los
avances del sector energético del país. Las renovables crecen deprisa en
términos de capacidad instalada, las emisiones globales de carbono siguen una
tendencia descendente y la generación energética a carbón está decreciendo
rápidamente (gracias en gran parte a un auge del gas natural).
Pero estas tendencias parecen
totalmente contrarias a la idea del futuro de la energía que el presidente
Trump parece estar planeando para el país.
La optimista postura de Trump frente a
los combustibles fósiles y su indiferencia respecto a la importancia de frenar
las emisiones de carbono se remontan, como poco, a su campaña. En aquel momento
hizo declaraciones bravuconas sobre resucitar la industria del carbón y tuiteó
que el cambio climático era una "patraña" perpetrada por China
(aunque luego dijo que era una broma y que mantiene "la mente
abierta" respecto al cambio climático). Sus nombramientos de gabinete
incluyen al antiguo CEO de ExxonMobil Rex Tillerson y al antiguo gobernador de
Tejas Rick Perry, que anteriormente formó parte de las juntas directivas de dos
empresas de oleoductos.
Si existían dudas acerca de hacia
dónde iba todo esto, desaparecieron la semana pasada cuando Trump firmó una
serie de memorándums ejecutivos para impulsar la producción y el consumo de
combustibles fósiles. Dos de los documentos resucitaron el Oleoducto Keystone
XL y allanaron el camino para que se termine de construir el Oleoducto de
Acceso de Dakota, mientras un tercero ordena que los oleoductos construidos en
Estados Unidos empleen acero estadounidense.
Es probable que esto sólo sea el
principio de lo que parece ser un cambio sísmico en las políticas energéticas.
La administración Obama impulsó investigaciones de energías renovables y
elaboró la Ley de Energías Limpias que la Agencia de Protecciones del Medio
Ambiente de EEUU (EPA, pos sus siglas en inglés) pudiera límites para las
emisiones de carbono. La administración Trump, no tanto: parece estar
preparando al Departamento de Energía para que realice cortes radicales,
incluida la eliminación de las oficinas que supervisan iniciativas de energías
renovables y eficiencia energética. Y el negacionista del cambio climático
Myron Ebell, miembro destacado del equipo de transición de Trump, tiene una
lista de cosas que quiere que la EPA ya no pueda hacer.
Si esos cambios llegan a producirse,
lo harán a pesar de la opinión pública y las tendencias del negocio energético,
en lugar de en consonancia con ellos.
Fuente: MIT Technology Review