19 de marzo de 2024

OPINIÓN. Cruzada del PP en España y por España

Como los príncipes de antaño cuando pedían la mediación del Papa, el PP exigió la de la Comisión de Venecia a propósito de la ley de amnistía pero ha salido escaldado.

   

También el partido popular pidió la mediación del Comisario de Justicia de la UE, a efectos de la renovación del Consejo General del Poder Judicial, que tras varias reuniones al respecto,  según el señor Pons, negociador del PP "no se dan las circunstancias apropiadas para llevarla a cabo" que supongo entiende no se darán hasta que el PP por justicia divina, vuelva a gobernar este país de la mano de Vox.  ¿Es o no es justo?

En el PP y en buena parte de sus votantes, cunde la idea de que Pedro Sánchez les arrebató el poder con malas artes, merced a una alianza contra natura con los enemigos de España. La derecha está embarcada en una guerra santa, derivación a su vez de aquella que inicialmente los teólogos del pasado identificaron como ‘guerra justa’. Cuando alguien decide librar contra ti una cruzada, eso significa que la fe ha suplantado a la política, de manera que los argumentos en tu defensa, aun siendo razonables, no hacen mella alguna en la ciega determinación de tus agresores.

Una larga tradición

La derecha española lleva dos siglos librando guerras santas: santas fueron las guerras civiles del XIX que la historiografía conoce como guerras carlistas y santa fue la Guerra Civil del 36, que no se denomina guerra carlista pero que en el fondo era una prolongación de sus hermanas del siglo anterior, el último coletazo del monstruo insaciable que había ensangrentado los campos de España desde hacía más de cien años.

Antes del golpe de Estado que desencadenó la Guerra Civil, las derechas combatieron sin descanso a la República alineadas bajo el estandarte de la guerra santa, cuya principal ventaja es que que para declararla no necesitas perder antes el tiempo parlamentando, pues con los herejes no se discute, simplemente se acaba con ellos, y no porque hayan hecho mal esto o aquello, sino porque han dejado de adorar al verdadero Dios, que siempre será de derechas, para sucumbir a la idolatría. 

También, a su manera, la de Carles Puigdemont es una guerra santa en la que los herejes son todos los españoles y parte de los catalanes, en concreto los catalanes que, por haber apostatado de la verdadera fe, no votan candidaturas patrióticas en general y, en último término, la suya en particular. No en vano Puigdemont es nuestro último carlista genuino. Desde hace demasiado tiempo, en España estamos sobrados de guerras santas. Es una desgracia, porque son guerras que no se libran contra un adversario o un enemigo, sino contra un hereje, que por definición es alguien equivocado.

La guerra de la derecha contra la ley de amnistía ha sido y es una batalla más de la guerra santa. ¿Hasta cuándo lo seguirá siendo? Seguramente hasta que Feijóo sea presidente del Gobierno. Desde el principio, el rechazo a la amnistía no era argumental sino visceral, no era racional sino teologal, era una impugnación previa y anterior a todo argumento; de haberse tratado de una recusación racional, sus detractores se habrían remitido al Tribunal Constitucional, dejando bien sentado que, como no puede ser de otra manera, es este órgano y solo él quien debe determinar si la ley de amnistía es lo que dice la derecha o es lo que dice la izquierda.

El cónclave

Pero mientras llega el dictamen del Constitucional, la Comisión de Venecia ha hablado. Ha hablado y ha dado la razón al Gobierno en lo importante y al PP en lo accesorio. Bastaba ver esta semana las portadas de los digitales más importantes: el dictamen de la Comisión era la noticia de apertura en los diarios que simpatizan con el Ejecutivo y era relegada a rincones subalternos de la Home en los medios antigubernamentales.

El PP había acudido a la Comisión de Venecia como los príncipes y reyes de antaño acudían al papa de Roma para que mediara en los litigios entre ellos. Lo que dijera el Papa iba a misa. Y quien no aceptara su dictamen, excomunión y a otra cosa. Al pío PP le ha salido esta vez el tiro por la culata porque los príncipes de la inteligencia y del derecho –que precisamente por tener tales atributos son miembros del cónclave de Venecia– no le han dado la razón. Es seguro que Feijóo se agarrará a los reproches colaterales de la comisión, pero es poco probable que mantenga tan alto y en los mismos términos que hasta ahora el innoble listón del ruido y la injuria.

El éxito de la Moncloa ha sido inequívoco pero, a Dios gracias, no total: si lo hubiera sido, la Comisión de Venecia no tendría seguramente el prestigio que tiene. Los reproches de la Comisión a la ley de amnistía son colaterales con respecto a la sustancia de lo aprobado, pero nucleares con respecto a la forma en que se ha aprobado. El argumento principal de la calle Génova era que se trataba de una ley ilegítima que atentaba contra la división de poderes. La Comisión de Venecia dice taxativamente que no es así y recuerda que, en muchos países democráticos, las leyes de amnistía han demostrado ser una buena herramienta para restañar heridas y curar divisiones de naturaleza política pero con derivadas penales.

Un escollo insalvable

También dice la Comisión que una ley tan importante requeriría una mayoría parlamentaria mucho más holgada y, en consecuencia, un consenso social más amplio cuya ausencia en el caso de la ley española “ha profundizado una honda y virulenta división en la clase política, las instituciones, la judicatura, el mundo académico y la sociedad españolas”. Cierto, pero el escollo insalvable para alcanzar ese deseable consenso social que recomienda la Comisión de Venecia es que nuestra derecha jamás se avendrá a él; no al menos hasta que no alcance el poder.

Mas no dramaticemos. Al fin y al cabo, en la España de hoy las guerras santas tienen al menos dos grandísimas ventajas con respecto a sus primas hermanas del pasado: que acostumbran a durar lo que sus promotores tardan en dejar la oposición y regresar al poder; y que las armas con que se libran no son el obús y la pólvora, sino la mentira y el barro, que ciertamente lo ensucian todo, pero al menos no matan a nadie.

Fuente: El Plural.com

POSDATA

OPINIÓN. A propósito de la denuncia del Colegio de Abogados de Madrid a la Fiscalía.

La fiscal Susana Gisbert desmonta a aquellos que acusan a la Fiscalía de filtrar datos sobre el novio de Ayuso

Normalmente, una debe evitar pisar más charcos de los necesarios. Pero otra, no queda más remedio que mojarse las botas. Y creo que esta es una de esas ocasiones.

Saltaba en estos días la noticia de algo de lo que, o mucho me equivoco, o se seguirá hablando durante mucho tiempo. La presunta comisión de un delito por parte de quien mantiene una relación sentimental con la más famosa presidenta de una Comunidad Autónoma y la no tan presunta admisión de esos hechos en busca de un acuerdo con la fiscalía en busca de una posible conformidad, probablemente lo más limpia y silente que fuera posible.

Pero no es fácil en estos tiempos que corren que nada quede en silencio, por más que su protagonista lo pretenda, si ese protagonista tiene relevancia pública, como es el caso.

Así que, como dice el refrán, cuando menos se espera, salta la liebre. Y la liebre saltó en forma de publicación en un periódico de esos correos. ¿De dónde salió la información? Pues ni se sabe ni se sabrá a ciencia cierta porque es de sobra conocido el derecho del informador a no revelar sus fuentes. Faltaría más.

A partir de ahí, comienzan los juegos del hambre. Insinuaciones, y mucho más que eso, de que ha sido la fiscalía quien ha “filtrado”. Y nótese el entrecomillado porque, tratándose de una fuente oficial, es difícil emplear el término “filtración”. Y la fiscalía tiene el deber de informar a la opinión pública según nuestro propio Estatuto Orgánico y las circulares e Instrucciones que lo desarrollan.

Precisamente la transcripción literal de ese precepto me ha valido un aluvión de respuestas en una red social. Muchas de ellas insistían en que el propio artículo establece los límites en el secreto de sumario y los deberes de reserva y sigilo inherentes al cargo. Y ahí está el quid de la cuestión.

Me alucina la cantidad de gente con supuestos conocimientos jurídicos que esgrime un secreto de sumario inexistente. Porque aquí no hay secreto de sumario, simple y llanamente, porque no se ha decretado, que está perfectamente regulado en la ley y no es el caso. Por eso no se puede mantener lo de que todos los sumarios son secretos, porque ni es un sumario ni está declarado tal. Lo que sí tiene, como toda causa judicial, es la obligación de reserva, sobre todo para no frustrar los fines de la instrucción.

Pero hete tú aquí que la reserva se quebró cuando de algún modo llegó la noticia a la prensa. Y entonces la fiscalía no hace otra cosa que, en cumplimiento de su obligación, informar a la opinión pública de lo que ha pasado. Sin revelar nada, porque todo había sido revelado ya.

Como fiscal, sé muy bien que el comodín del fiscal y las órdenes del gobierno está siempre ahí, pero no siempre puede usarse. Recordemos que los comodines solo se usan cuando no hay un naipe que encaje. Y aquí lo había. Aunque haya a quien no le guste y prefiera sacar otro.

Fuente: El Plural.com

 OTRO POSDATA

 La Oficina de Conflictos de Intereses archiva la denuncia contra Sánchez

La Oficina de Conflictos de Intereses ha archivado la denuncia interpuesta por el Partido Popular contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por la presunta relación del rescate de Air Europa en 2020 y los “vínculos de naturaleza económica y profesional” de la mujer del jefe del Ejecutivo, Begoña Gómez.

Así lo ha hecho saber el Partido Socialista, a través de la portavoz de la Ejecutiva Federal, Esther Peña. Según reza en el escrito adelantado por El País, tras analizar la denuncia de los conservadores, el organismo entiende que “no se da el supuesto previsto en la norma que permita considerar que el presidente del Gobierno haya podido incurrir en una causa de abstención que obligue a iniciar un procedimiento de investigación”.

Así que al Sr. Feijóo, ya no tiene más atajos para llegar a la Moncloa y solo le queda la vía de las urnas, que evidentemente no le gustan, porque jugar en primera división no es lo mismo que las ligas regionales. Hablo de futbol, naturalmente.

Fuente: El Plural.com