Un pequeño equipo de
espías militares rusos logró infiltrarse en los servidores del partido
Demócrata y alterar el rumbo de la campaña electoral de 2016
Era el 27 de julio de
2016 en torno a las 10:30 de la mañana en Florida. Donald Trump, recién
designado candidato republicano a las elecciones presidenciales de noviembre de
ese año, lanzó una alarmante petición: “Rusia, si estás escuchando, espero que
seas capaz de encontrar los 30.000 correos perdidos”. Al alentar a un país
rival a lanzar una operación de pirateo informático contra un estadounidense,
Trump se refería a los correos que habían sido borrados del servidor privado de
Hillary Clinton cuando era secretaria de Estado. Pocos días antes, Wikileaks
había empezado a publicar correos electrónicos de la campaña de la candidata
demócrata. Los primeros indicios de los servicios de inteligencia
estadounidenses eran que Rusia había robado esos emails.
Es imposible saber si
los piratas rusos escucharon o no la petición de Trump, pero casualmente ese
mismo día trataron por primera vez de acceder a un dominio de correo de
Clinton. “Por ejemplo, alrededor del 27 de julio de 2016 los conspiradores
intentaron hacer un spearphish [el nombre de una técnica para infiltrarse
cibernéticamente] por primera vez en cuentas de correo en un dominio albergado
por un proveedor ajeno y utilizado por la oficina personal de Clinton. En ese o
alrededor de ese mismo momento, también apuntaron a 76 direcciones de correo
del dominio de la campaña de Clinton”, se lee en el escrito del fiscal especial
de la trama rusa, Robert Mueller, que imputa a 12 espías rusos por piratear y
difundir información sobre la candidata demócrata en 2016.
El texto de Mueller,
difundido el viernes y de 29 páginas, permite conocer los entresijos de cómo
operaban los agentes de la agencia de inteligencia militar rusa (conocida por
las siglas GRU) que a principios de 2016 lanzaron una sofisticada estrategia
cibernética, propia de un guion cinematográfico, con el objetivo de
“interferir” en las elecciones presidenciales. La conclusión de los servicios
de inteligencia estadounidenses es que Moscú quería ayudar a Trump a ganar los
comicios, pero no hay pruebas de que sus acciones alteraran directamente el
resultado.
La injerencia rusa
empezó cuatro meses antes de la incendiaria declaración de Trump en una rueda
de prensa en su club de golf en Doral (Florida). Sin saberlo, el 19 de marzo de
2016, John Podesta, el presidente de la campaña de Clinton, abrió una especia
de Caja de Pandora que derivó en una pesadilla para la candidata demócrata y
que nunca se sabrá si acabó propiciando su derrota electoral.
El falso correo de Gmail
Tras haber estado
estudiando vulnerabilidades en el sistema informático de la campaña de Clinton
y del partido Demócrata, ese día Aleksey Viktorovich Lukashev decidió pasar a
la acción. Desde la unidad 26165 del GRU, el lugarteniente militar ruso envió
un correo electrónico a Podesta, un veterano de los Gobiernos de Bill Clinton y
Barack Obama. Lukashev utilizó una cuenta falsa, bajo el nombre john356gh, y
alteró la apariencia del mensaje para que pareciera un correo de seguridad de
Google para cuentas de Gmail. El mensaje instaba al usuario a clicar un enlace
para cambiar su contraseña. Y Podesta lo hizo. Sin saberlo, con esa
aparentemente anodina acción, permitió que el espionaje ruso se infiltrara en
su cuenta y empezara a tirar de un largo hilo.
Lukashev y su equipo
le robaron la friolera de 50.000 correos. Muchos contenían información
comprometedora que salió a la luz. Y gracias a esos correos, pudieron obtener
otras cuentas de email a las que mandaron mensajes falsos. Tras penetrar en la
campaña de Clinton, lo hicieron en cuentas del Comité Congresista de Campaña
Demócrata y más tarde del Comité Nacional Demócrata. En total, el GRU puso en
su diana a unas 300 personas relacionadas con Clinton, según la acusación del
fiscal especial.
Los hackers lograron
infiltrarse en hasta 33 ordenadores del Comité Nacional Demócrata sin que los
usuarios supieran que sus datos se estaban enviando a un servidor que los
espías habían alquilado en Arizona. Lo bautizaron como AMS. Más adelante,
lograron conectar un ordenador en el extranjero con el servidor y con las
computadoras demócratas infiltradas. Para evitar suspicacias, comprimían los
documentos y los sustraían mediante sistemas encriptados. Robaron información
relacionada con Trump, planes operativos sobre las elecciones o mensajes
internos de las primarias demócratas.
El misterioso Guccifer 2.0
El 19 de abril, la
operación entró en una nueva fase: la de difusión de los documentos extraídos.
El equipo del GRU registró la página web Dcleaks.com a través de un usuario
anónimo. El 8 de junio, la web entró en funcionamiento, se describía como una
plataforma de “hacktivistas estadounidenses” y empezó a colgar mensajes robados
sobre Clinton. El 14 de junio, después de que el Comité Nacional Demócrata
anunciara que había sido pirateado por Rusia, el GRU creó otro perfil online
falso: Guccifer 2.0, que se presentó como un “solitario pirata rumano” que se
atribuía el hackeo.
Tanto la creación de
esas páginas falsas como el alquiler de los servidores se financió con
criptomonedas para evitar el mayor escrutinio del sistema financiero
convencional. Mueller acusa a los imputados de lavar dinero por valor de 95.000
dólares (81.000 euros) mediante las monedas virtuales. Si ese fue el coste
total de la operación rusa de robo y difusión de documentos demócratas fue una
inversión baratísima dado su enorme impacto.
Otro detalle
revelador del escrito del fiscal especial son las comunicaciones de Guccifer
2.0 y cómo los documentados robados acabaron siendo difundidos por Wikileaks.
No está claro quién contactó a quién primero. Lo que se sabe es que el 22 de
junio de ese año el colectivo fundado por Julian Assange, que Mueller describe
como “Organización 1”, mandó un mensaje privado a Guccifer 2.0 diciendo que si
le enviaba los documentos demócratas tendrían un “impacto mucho mayor”.
El 6 de julio,
Wikileaks pidió priorizar la información robada sobre Clinton porque la
convención nacional demócrata, que iba a declararla candidata a la Casa Blanca,
se celebraba a finales de mes. Wikileaks alegó que Clinton iba a atraer a los
votantes de Bernie Sanders, al que había derrotado en las primarias, y sugirió
que deseaba atizar la división entre ellos: “Creemos que Trump solo tiene un
25% de opciones de ganar frente a Hillary… así que el conflicto entre Bernie y
Hillary es interesante”.
Wikileaks entra en juego
El 22 de julio, tres
días antes del inicio de la convención demócrata, Wikileaks publicó unos 20.000
documentos robados por Rusia. Y como pretendía, propiciaron tensión entre
Clinton y Sanders al desvelar cierto favoritismo de la cúpula del partido por
la ex primera dama. No fue hasta el 7 de octubre que la organización de Assange
empezó a publicar unos 30.000 correos robados a Podesta. Lo hizo hasta el 7 de
noviembre, el día antes de los comicios que Clinton perdió frente a Trump.
Pero no solo Wikileaks
contactó a Guccifer 2.0. La acusación de Mueller revela que el 15 de agosto
recibió un mensaje de un candidato al Congreso que pedía y obtuvo información
sobre su rival electoral. También se enviaron documentos a lobistas y
periodistas. Y al entorno de Trump. También el 15 de agosto Guccifer 2.0
escribió a una “persona que estaba en contacto regular con altos cargos” de la
campaña del republicano, según la descripción del fiscal especial, y le
preguntó si consideraba interesantes los documentos que había colgado en su
página web.
Mueller no revela de
quién se trata, pero es posible que sea Roger Stone, un veterano asesor
republicano que ha admitido haberse comunicado con Guccifer 2.0 y es objeto de
investigación. No hay pruebas, sin embargo, de que los ciudadanos
estadounidenses supieran que en realidad con quien estaban hablando era con
espías militares rusos.
Fuente: El Pais.com