26 de noviembre de 2023

OPINION. De la conveniencia del reconocimiento del Estado palestino

 Varias resoluciones de la ONU defienden el Estado palestino, pero la comunidad occidental lleva años dando pasos contrarios a la creación del mismo, regalando tiempo a Israel para extender su ocupación

Por gentileza del “El Diario.es” y en interés general de todos los ciudadanos reproduzco el siguiente artículo.

La defensa del derecho internacional y de los derechos humanos de los palestinos suele ser respondida por Israel con ataques y tergiversaciones. La más habitual de ellas es identificar esa defensa con un apoyo a Hamás. Lo han sufrido recientemente diplomáticos, portavoces de Naciones Unidas e incluso el propio Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, cuando en plena masacre en Gaza expresaban la mínima condena.

Ahora les ha tocado el turno al primer ministro belga Alexander De Croo y al presidente del Gobierno español Pedro Sánchez, tras haber viajado a Israel y Egipto y haber dicho que la ley internacional debe ser respetada, que es “completamente inaceptable” la matanza “indiscriminada” de civiles, que no hay solución militar para el conflicto y que es preciso un alto el fuego definitivo. Israel ha acusado a ambos mandatarios de “apoyar el terrorismo” y de verter acusaciones “falsas e inaceptables”, a pesar de que desde todas las agencias de Naciones Unidas, así como desde múltiples organizaciones internacionales de derechos humanos, se insiste en condenar el castigo colectivo al que se somete a la población de Gaza y en defender la vía política frente a la militar.

Aunque sorprende la timidez de la reacción del gobierno israelí a la visita del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, por tierras palestinas. A fin de cuentas, se ha limitado a acusarlo de dar apoyo al terrorismo de Hamás, cuando lo habitual hubiera sido que completara el exabrupto acusándolo de antisemita. Esa es la forma habitual con que Benjamin Netanyahu y los suyos, tradicionalmente pretenden acallar voces críticas, como si señalar las violaciones del derecho internacional que vienen cometiendo desde hace tiempo significara un alineamiento con los terroristas y un odio visceral a los judíos.

Y es un hecho incuestionable, que Israel incumple las resoluciones de la ONU y la ley internacional, matando indiscriminadamente a civiles. Esta semana el Secretario General Adjunto de Asuntos Humanitarios de la ONU ha recordado que “el 68% de los muertos en Gaza son mujeres y niños”. Y añadía: “Es lo peor que he visto nunca, no lo digo a la ligera (...). Es una carnicería completa”.

Más allá de estas declaraciones, está la intención anunciada por el Gobierno español de reconocer el Estado palestino, para lo que el presidente ha apelado a la comunidad internacional y en especial a los países europeos. “Valdría la pena que lo hiciésemos todos juntos, pero si eso no ocurre, España por supuesto tomará sus propias decisiones”, señalaba Sánchez este viernes en la frontera de Egipto con Gaza.

Del reconocimiento del Estado palestino

De los 193 Estados integrantes de las Naciones Unidas, 139 han reconocido el Estado de Palestina, entre ellos, Rusia, China, Sudáfrica o Brasil. Entre los que no lo reconocen están la mayoría de los países europeos, Canadá, Australia, Japón y Estados Unidos. De ellos, tres tienen poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU: Francia, Reino Unido y Estados Unidos. Esto inclina la balanza contra los intereses y derechos del pueblo palestino, sobre todo en lo que se refiere a Washington, que ha bloqueado varias resoluciones contra políticas ilegales israelíes.

En 2012 la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó el reconocimiento de Palestina como Estado observador no miembro de la ONU, lo que le ha permitido poder adherirse al Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional y a otros tratados de derechos internacional humanitario y de los derechos humanos.

Pero a pesar de ese reconocimiento en dicha Asamblea, la Autoridad Palestina sigue ejerciendo un control efectivo limitado o casi nulo -dependiendo de la zona- sobre el territorio que le corresponde según las resoluciones de la ONU.

Más allá del reconocimiento del Estado palestino es preciso impulsar medidas para que la creación del mismo sea posible

El reconocimiento del Estado palestino por parte de España lleva implícito el mensaje de que la cuestión palestina debe ser de una vez por todas desbloqueada. Tiene un importante valor simbólico, aunque en la práctica no implicaría ningún cambio de facto inmediato. La política de hechos consumados de Israel es más potente que cualquier resolución de la ONU a día de hoy, porque cuenta con el apoyo cerrado de la mayoría de la comunidad occidental, con Estados Unidos a la cabeza.

El peso de España en el orden internacional no es lo suficientemente fuerte como para modificar esta tendencia, pero podría abrir un cauce interesante en Europa y animar a alguna otra nación como Bélgica -con una sociedad que, al igual que la española, entiende la legitimidad de la defensa de los derechos de los palestinos- a seguir el mismo camino.

Tiene una carga simbólica añadida que esto haya sido planteado durante la presidencia de España del Consejo de la Unión Europea y que, tras el término de la misma, le toque el turno a Bélgica. Pero chocará con la posición de otros países, algunos de gran peso como Alemania, que cierran filas en torno a Israel y miran hacia otro lado ante sus violaciones de derechos humanos.

De la creación de un Estado palestino

La solución para una paz justa en la zona lleva décadas encima de la mesa en las conferencias de paz celebradas, con muchas palabras y escasos resultados. Tanto varias resoluciones vinculantes de Naciones Unidas como las declaraciones de líderes occidentales defienden la llamada solución de los dos Estados, que implica la creación del Estado palestino con plenos derechos e independencia en los territorios palestinos ocupados ilegalmente por Israel en 1967: Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este.

Este Estado conformaría el 22% del territorio de lo que fue la Palestina histórica antes de la proclamación del Estado israelí en 1948. En 1947 el 70% de la población era palestina y el 30%, judía. El plan de partición propuesto por Naciones Unidas ese mismo año concedió el 44,8% del territorio de Palestina para los palestinos y el 54,7% para Israel, que recibió así el permiso para actuar como ente colonial en el territorio tras el fin del mandato de Reino Unido, la potencia colonial que había controlado Palestina de facto desde 1917.

La guerra que los países árabes vecinos declararon a Israel tras su proclamación de independencia en mayo de 1948 fue aprovechada por el ejército israelí para hacerse con más territorio.

De la retirada de más de 700.000 colonos

En la práctica la comunidad internacional occidental ha permitido a Israel seguir avanzando en el camino contrario a la vía del Estado palestino. En las últimas dos décadas Israel no solo no ha dado pasos hacia los compromisos adquiridos, sino que en la práctica ha extendido notablemente su ocupación ilegal en Jerusalén Este y Cisjordania, pasando de los 200.000 colonos ocupando tierra palestina a finales del siglo pasado a los más de 700.000 en la actualidad.

Varias resoluciones vinculantes de Naciones Unidas exigen la retirada de esa estructura ocupante. La resolución 242, aprobada en 1967 por el Consejo de Seguridad de la ONU -y reiterada en otras resoluciones posteriores- establece “la instauración de una paz justa y perdurable” que pasa por “la retirada del ejército israelí de territorios ocupados durante el reciente conflicto” -en el que Israel ocupó Cisjordania, Gaza, Jerusalén Este, los Altos del Golán sirios y el Sinaí egipcios- y el “respeto de la soberanía y la integridad territorial y la independencia política de cada Estado de la región y su derecho a vivir en paz en el interior de fronteras reconocidas y seguras”. Ha sido incumplida por Israel hasta el día de hoy.

La resolución 1515, aprobada en 2003 en el Consejo de Seguridad de la ONU, recuerda la validez de todas las resoluciones anteriores y reafirma la “visión de dos Estados, Israel y Palestina, uno junto al otro dentro de fronteras seguras y reconocidas”, fronteras que a día de hoy controla Israel.

No hay Estado palestino posible sin la retirada de los más de 700.000 colonos que ocupan ilegalmente Cisjordania y Jerusalén Este

Del fin del muro y del control de fronteras

No hay Estado palestino posible sin la retirada de todos los colonos israelíes de las tierras palestinas ocupadas. Ese paso implicaría también el desmantelamiento de toda la estructura de ocupación levantada por Israel en Cisjordania y Jerusalén Este. Esto incluye el muro de más de seiscientos kilómetros, que priva a la población palestina del diez por ciento de su territorio y que impone un aislamiento entre pueblos y ciudades palestinas dentro de la propia Cisjordania.

Junto con los checkpoints -controles militares israelíes-, los asentamientos ilegales y las carreteras de uso exclusivo israelí, el muro fragmenta y separa el territorio palestino, convirtiéndolo en un conjunto de islas desconectadas entre sí.

Israel controla en los territorios palestinos las fronteras, el espacio aéreo y marítimo -también en Gaza- así como la gestión de los impuestos aduaneros. La creación de un Estado palestino supondría también el fin de todo este control, así como la dinámicas de apartheid aplicadas sobre la población palestina, que sufre un sistema de segregación de facto.

Serían necesarios otros pasos, entre ellos plantear soluciones para la desconexión territorial entre Gaza y Cisjordania.

De la responsabidad de todos con avanzar hacia la paz y el respeto a los Derechos Humanos

Sin un empuje contundente Israel no variará su postura. Junto a ello son importantes -incluso para el sentido mismo del derecho internacional- las iniciativas presentadas ante la Corte Penal Internacional para que se investiguen posibles crímenes de guerra y de lesa humanidad. Otro Israel es posible, como otra Sudáfrica fue posible. Pero sigue sin haber voluntad no solo de Israel, sino de la mayoría de la comunidad occidental, que ni siquiera pide un alto el fuego duradero.

Se necesita mucha presión política y diplomática llena de cultura de paz y de derechos humanos, precisa para garantizar igualdad, justicia y seguridad. Esa vía de derechos humanos y de paz beneficiaría no solo al pueblo palestino, sino a toda la sociedad israelí y al planeta entero.

 El resto de caminos solo conducirían a más ley de la selva, a más legitimación del abuso, al abismo, u otra guerra, quizás mundial, sería la tercera.

Fuente: El Diario.es

POSDATA

Solo añadir respecto lo anterior, que el posicionamiento de PP y Vox, como no podía de ser de otra manera, viene a reconocer que, están a favor del genocidio del pueblo palestino. O al menos, es lo que interpreto de las manifestaciones y exabruptos de sus líderes, contra la propuesta del Presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, favorable al reconocimiento conjunto por parte de la UE del Estado palestino, como única solución al eterno conflicto entre Israel y Palestina, incluso abriendo la posibilidad al reconocimiento unilateral de España a Palestina, caso la UE no estimase oportuno dicho reconocimiento.

Fuente: Redacción

ANALISIS. Los extremistas radicales españoles, se encontraron con un fascismo hispano, importado desde Cuba

 Los historiadores Xavier Casals Meseguer y Enric Ucelay-Da Cal, publicaron un interesante libro, “El fascio de las Ramblas. Los orígenes catalanes delfascismo español”, sobre un movimiento que culminó con la llegada al poder de Franco tras la Guerra Civil.

En la obra se indaga en los orígenes cubanos del fascio hispánico. La Habana en el siglo XIX era la tercera ciudad española más importante (después de Madrid y Barcelona) y en ella “tuvieron lugar dos procesos clave en el tema que nos ocupa”, según los autores. 

Uno fue la concentración de poder que conoció el titular de su Capitanía y que le convirtió en virtual “virrey” de la isla con el apoyo de sus élites pro-peninsulares (opuestas a toda reforma que alterase el statu quo de Cuba) que formaron una suerte de “Corte” en torno al capitán general. Asimismo, este dispuso de una milicia civil que las citadas élites promovieron y lideraron, el llamado Cuerpo de Voluntarios. Este se creó en 1855 para luchar contra el “separatismo” (que incluyó a cubanos autonomistas e independentistas) y contra posibles revueltas de esclavos. “Los voluntarios, que iban uniformados y armados, profesaron un nacionalismo intransigente que les convierte en precursores del futuro fascismo peninsular”, aseguran los historiadores.

En 1869 acaeció la conjunción organizada de estos tres elementos: Capitanía, élites y los voluntarios. El entonces capitán general Domingo Dulce quiso introducir reformas y ampliar el marco de libertades de Cuba siguiendo órdenes del gobierno, pero topó con la oposición de las élites citadas. Estas urdieron un complot contra este militar mediante el capitán general que le precedió, Francisco Lersundi, y el Cuerpo de Voluntarios. Así, en mayo Lersundi asedió la Capitanía con cientos de voluntarios y forzó a Dulce a renunciar a su cargo al carecer de fuerzas para imponerse. “Como este renunció a sus poderes de forma reglamentaria, el cambio de titular de Capitanía fue legal y pacífico. Desde entonces las élites mencionadas actuaron con autonomía de Madrid y solidificaron sus lazos con Capitanía, mientras los voluntarios reprimieron a reformistas e independentistas cubanos a sus anchas”.

“Esta experiencia antillana, apenas conocida en la narrativa de la historia de España, fue decisiva tanto en la evolución del militarismo español como en la del fascismo porque configuró un artefacto político-militar singular que denominamos ‘Capitanía cubana’”, aseguran. Tal expresión alude a la asunción del poder civil por Capitanía de forma dictatorial, con el apoyo de las élites locales y una milicia civil auxiliar. Esta última, que en Cuba encarnaron los voluntarios, reflejó ya el limitado espacio político que el militarismo español dejaría al desarrollo del futuro fascismo en la Península. De hecho, la definición de “militarismo” presume que los oficiales del Ejército han de predominar sobre los políticos civiles. Ello fue así porque el Ejército se autoerigió en garante del orden establecido ante toda amenaza “separatista” o revolucionaria y quiso monopolizar el patriotismo.

El otro proceso que se desarrolló en Cuba e interactuó con el anterior fue que allí afloraron tanto el nacionalismo español exacerbado como los nacionalismos centrífugos peninsulares. De este modo, la llamada Guerra de los Diez Años (1868-1878) contra los insurrectos de la isla hizo cristalizar un autodenominado “españolismo” que asimiló nación e imperio (concibió a la Península y a sus dependencias de Ultramar como un todo indivisible) y reclamó una adhesión “incondicional” contando con el apoyo de Capitanía.

Tras la pérdida de Cuba en 1898, la pauta de ocupación castrense del poder civil de la “Capitanía cubana” se exportó a la Península y arraigó en Barcelona. Allí los militares procedentes de Ultramar creyeron hallarse ante la misma amenaza bifronte de La Habana: el “separatismo” (encarnado por el catalanismo emergente) y la revolución (el temor al obrerismo organizado sustituyó al que infundían las revueltas de esclavos). De este modo, a partir de los problemas de orden público, Capitanía empezó a asumir competencias civiles en detrimento del gobernador civil, en un proceso que tendría su inicio en la huelga general de 1902.

Por esta vía, entre 1919 y 1923, cuajó una genuina “Capitanía cubana” en Barcelona, según Xavier Casals Meseguer y Enric Ucelay-Da Cal. En ese periodo fueron sus “virreyes” de facto los generales Joaquín Milans del Bosch (capitán general de Cataluña entre septiembre de 1918 y febrero de 1920) y Severiano Martínez Anido (gobernador civil desde noviembre de 1920 hasta octubre de 1922). Milans expandió su poder al reprimir la agitación que el fin de la Gran Guerra en 1918 generó entre catalanistas y sindicalistas. “La de los primeros se materializó en una campaña de demanda de autonomía en la que el Ejército vio un separatismo tan amenazador como el cubano. Y la de los segundos la estimuló el triunfo de la revolución bolchevique en 1917, que incentivó la radicalización del potente sindicato de cariz anarcosindicalista omnipresente en la zona metropolitana barcelonesa: la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Esta organización alumbró grupos de acción que generaron un pistolerismo endémico que Milans quiso contener con mano dura. Su actuación esbozó entonces una dictadura regional sin quebrar de forma oficial la legalidad (como en Cuba)”. Pero no la pudo consolidar al ser forzado a dimitir en febrero de 1920. Le sustituyó como “hombre fuerte” Martínez Anido, quien durante su mandato (el “anidato”) consolidó la autocracia en Cataluña que Milans perfiló. En consecuencia, ambos militares actuaron como los capitanes generales de La Habana: ocuparon el poder civil con apoyo de las élites locales y una milicia auxiliar, conformando una “Capitanía cubana” en Barcelona.

En este escenario, la milicia auxiliar de esta Capitanía cubana surgió de modo espontáneo o se improvisó sobre la marcha, de modo que desempeñaron su rol en Barcelona cuatro actores distintos entre 1919 y 1922. Primero, entre fines de 1918 e inicios de 1919 lo hizo una Liga Patriótica Española (LPE), que practicó el escuadrismo contra el catalanismo. Al estallar una intensa conflictividad social a partir de febrero de 1919, la LPE se esfumó y desempeñó tal función el Somatén, una milicia civil que actuaba como cuerpo auxiliar de orden público. Pero el protagonismo creciente de los grupos de acción del cenetismo requirió que desarrollasen la función de milicia auxiliar otros actores: primero fueron grupos parapoliciales conocidos como la ‘banda negra’ y desde 1920 ejerció este rol el llamado Sindicato Libre. Así las cosas, veremos cómo la LPE y el Libre, amparados por Capitanía, encarnaron el primer fascismo barcelonés.

“Hemos designado a este último como ‘Fascio de Las Ramblas’, una expresión que fue acuñada en 1931 por ámbitos de izquierda para aludir de forma irónica a una organización fascista que supuestamente organizaba Ramón Sales, el dirigente del citado Sindicato Libre”, añaden. Sales anunció la creación de tal milicia el 11 de abril de ese año a bombo y platillo, pero sus declaraciones posiblemente fueron un globo sonda o un farol político. “Pese a su inexistencia, hemos escogido esta expresión para designar al fascismo barcelonés inicial porque Las Ramblas fueron un escenario y escaparate a la vez de las primeras tramas fascistas barcelonesas. Y es que en este bulevar primero se enfrentaron catalanistas y españolistas de la LPE. Después Las Ramblas fueron un espacio de eclosión del pistolerismo. Los matones de ambos sindicatos (Libre y CNT) se reunían en sus cafés y sus grupos de acción actuaron en buena medida en la zona marcada por esta arteria: el casco antiguo y la zona que sería conocida como barrio chino”. También Las Ramblas reflejaron la importancia de los militares que mediaron en aquel universo de choques entre catalanistas y españolistas, libres y cenetistas. Sus centros coronaban simbólicamente el principio y el final de Las Ramblas: el Casino Militar estaba al principio, en la plaza Cataluña, y la Capitanía al final, en la zona próxima al mar.

“Ateniéndonos a lo hasta aquí expuesto, partimos de las premisas siguientes: que la emergencia y la evolución del fascismo en España fue inseparable de la del militarismo del siglo XX (por lo que es necesario estudiar la configuración de ambos de forma simultánea); que ambos fenómenos tuvieron sus orígenes en la Cuba decimonónica, pero también los marcaron las campañas militares de Marruecos; que su configuración y eclosión tuvo lugar en la Barcelona del período 1919-1923, caracterizada por una conflictividad política y social intensa con un poderoso tema identitario de fondo; y que en su desarrollo interactuaron de forma compleja propuestas fascistas de Barcelona y, en menor grado, otras de Madrid”, concluyen los autores..

Fuente: conversacionsobreHistoria.info