Cree también que Alemania ya pudo mandar “una señal” a
Moscú para reducir su dependencia a partir de 2010, con el boom del 'shale gas'
de EEUU, que ha dotado a este país de “una nueva capacidad de ejercer el poder
en el mundo, con profundas consecuencias en Oriente Medio”
Helen Thompson, profesora de Economía
Política en la Universidad de Cambridge, acaba de publicar el fascinante
'Disorder: Hard Times in the 21st Century' (Oxford University Press, 2022),
donde analiza, con perspectiva a largo plazo, los orígenes de la frágil
situación mundial y, sin quererlo, ofrece una guía imprescindible para seguir y
comprender la profundidad de los acontecimientos geopolíticos desencadenados en
torno a la guerra en Ucrania.
Para Thompson, el momento actual puede
comprenderse bajo la premisa de que “son necesarias varias historias diferentes
para identificar las fuerzas causales que actúan, y la convicción de que estas
historias deben superponerse”. La académica británica lo consigue al entrelazar
los temas geopolíticos, económicos y de política interior en una sola
narración. La entrevista, editada por su duración, tuvo lugar por Skype y versa
sobre la parte geopolítica del libro.
Usted sostiene que la historia
geopolítica del siglo XX es impenetrable si no se comprende el impacto del
petróleo.
En la primera década del siglo XX, la
historia geopolítica comienza cuando los Estados más poderosos del mundo toman
conciencia de que el futuro del poder militar depende del acceso al petróleo
como fuente de energía, y no del carbón. Para Reino Unido, que era la mayor potencia
naval a principios del siglo XX, el riesgo de no resolver este problema era
verse eclipsado por Estados Unidos, que tenía petróleo en su propio territorio.
Para obtener crudo, Reino Unido dependía de su imperio, pero estaba al otro
lado del mundo. El resultado es que al comenzar el siglo XX se produce un
cambio geopolítico que da mucho mayor poder a EEUU en Eurasia.
El papel decisivo del petróleo durante
y desde la I Guerra Mundial.
El suministro de petróleo de EEUU a
Francia y Reino Unido fue más importante para el fin de ese conflicto que su
intervención militar. En los años de entreguerras, para Alemania fue un
problema no tener petróleo en su territorio ni imperio que se lo pudiera
proporcionar. La política exterior alemana del período de Weimar y el nazi
trató de resolver este problema. Al mismo tiempo, Rusia, que se integró en la
Unión Soviética (URSS), era junto a EEUU el gran productor mundial de crudo.
Se puede comprender la geopolítica del
siglo XX por la dominación mundial como la entrada en forma preeminente de los
dos grandes productores de petróleo: EEUU y Rusia. Por otra parte, en 1920
empieza en EEUU el auge de la sociedad de consumo en torno al automóvil. En
Europa se consolida a partir de 1960, cuando el petróleo se convierte en la
fuente de energía más importante. Si el crudo es indispensable para el poder
militar también lo es para la economía, al permitir cubrir las necesidades de
la sociedad de consumo.
La ausencia de petróleo en Europa
produce consecuencias geopolíticas que comienzan en la Guerra Fría y duran
hasta hoy: la dependencia energética europea de Rusia.
Al comienzo de la Guerra Fría, a la
administración Truman no le agradó que Europa Occidental comprase petróleo a la
URSS, como había estado haciendo hasta finales de los años 30. También lo hizo
Alemania hasta que invadió la URSS. En la primera década de la Guerra Fría, la
posición de EEUU fue firme: Europa debía importar petróleo de Oriente Medio y
no del Hemisferio Occidental (EEUU, Venezuela y México), porque los
estadounidenses estaban preocupados por su propio suministro a largo
plazo.
¿Cómo se garantiza Europa la seguridad
energética en torno a Oriente Medio?
Gracias al Reino Unido, que después de
la II Guerra Mundial seguía conservando una posición imperial en Oriente Medio
y, en particular, su base militar en Suez.
En 1956, la nacionalización del Canal
de Suez por el presidente de Egipto, Gamal Nasser, provoca una grave crisis en
Europa: pone en riesgo su seguridad energética.
Los británicos se aliaron con
franceses e israelíes y emprendieron una acción militar contra Egipto para
intentar restablecer el control del canal. Estos países siguieron una lógica estadounidense,
pero al presidente Eisenhower le escandalizó esta acción militar.
¿Por qué EE UU se opuso entonces a la
intervención militar de sus aliados?
La crisis de Suez coincidió con el
levantamiento húngaro, reprimido con violencia por los soviéticos, y unas
elecciones presidenciales de EEUU. Los estadounidenses intentaban, por un lado,
simpatizar con el nacionalismo árabe y, por otro, proteger la existencia de
Israel como un país independiente. Mantener este equilibrio era difícil, pero
el resultado fue que EEUU ejerció tal presión financiera sobre Reino Unido que
obligó a su primer ministro, Anthony Eden, a abandonar la intervención militar
en Egipto. Esto indignó a Londres, París y Bonn.
Europa respondió a EEUU.
Cuando Konrad Adenauer, presidente de
Alemania del Oeste, supo por Anthony Eden que Reino Unido se sometía a las
presiones de Eisenhower y abandonaba la intervención militar en Suez, viajó a
París y le dijo a su homólogo francés: “No tenemos tiempo que perder. Europa
será nuestra venganza”.
Y lo que sigue...
Francia llegó a la conclusión de que
necesitaba el arma atómica para reducir su dependencia de EEUU en seguridad y
tecnología. Lo más importante a largo plazo es que Alemania Occidental e Italia
empezaron a importar petróleo soviético. A raíz de esa crisis, a principios de
los 60 la URSS construirá el oleoducto Drushba –amistad en ruso– para
transportar su petróleo hasta Europa Occidental. El oleoducto atraviesa
Ucrania, por aquel entonces integrada en la URSS; no era un país independiente.
A finales de los 60 se reproduce ese esquema cuando la URSS descubre enormes
yacimientos de gas en Siberia Occidental. La dinámica se consolidó en Alemania
Occidental con la ostpolitik, liderada por Willy Brandt, de acercarse a la URSS
como forma de conseguir a largo plazo la unificación alemana.
Desde la crisis de Suez, se consolida
en el tiempo el suministro de energía proveniente de la URSS, después Rusia, a
Alemania e Italia.
El razonamiento era que ante la
imposibilidad de obtener su suministro energético de sus amigos europeos era
mejor confiar en la Unión Soviética y luego en Rusia.
La guerra de Ucrania y la crítica a
Alemania por depender del gas ruso progresan en paralelo. ¿Cuál era la
alternativa?
La posición alemana es bastante comprensible
durante mucho tiempo. En los años 90, la gran promesa era Azerbaiyán, gran
productor de gas, pero hacer llegar la materia prima a Europa era bastante
complicado. La otra alternativa era Irán, pero había una serie de dificultades
políticas y éticas. Además, en los 90 EEUU empezó a sancionar a empresas
europeas que operaban en Irán. No obstante, Alemania podría haber recurrido
antes al gas natural licuado (GNL) para diversificar su suministro de energía,
cuando Qatar se convirtió en un gran exportador. El momento en el que, creo, se
puede decir que Alemania tuvo serias alternativas o, al menos, la posibilidad
de mandar una señal a Rusia, fue cuando se produjo el boom del gas de esquisto
en EEUU, a partir de 2010.
Usted considera que ese boom del 'shale
gas' en EEUU es uno de los acontecimientos más importantes del siglo XXI y sin
él no se puede comprender el presente, por sus profundas consecuencias
geopolíticas. EEUU consigue su independencia energética y compite en el mercado
energético mundial.
Sí, y a la vista de lo que está
pasando con Rusia, lo pienso más que cuando escribí Disorder. Con el petróleo y
el gas de esquisto EEUU posee una nueva capacidad de ejercer el poder en el
mundo, con profundas consecuencias en Oriente Medio. En particular, complica su
relación con Arabia Saudí, lo que desestabiliza aún más una región ya de por sí
complicada de manejar para los estadounidenses.
Respecto a Europa, fue una ruptura
porque Rusia ahora tiene un rival en el mercado europeo de gas. Es un duro golpe
para Rusia, que pensaba tener un dominio absoluto del mercado europeo y poder
entrar en un futuro en el estadounidense. Para los países con relaciones
históricas muy difíciles con Rusia, como Polonia y los países bálticos, el gas
estadounidense era un salvavidas. Sin embargo, Alemania no estaba interesada en
comprar gas de EEUU: no construyó ningún puerto de GNL para recibirlo. En
Europa existía una profunda división entre los países de la UE que esperaban
romper con Rusia y recurrir al gas estadounidense y aquellos que se oponían
rotundamente.
¿Por qué el Gobierno alemán no
diversificó su suministro de gas respecto a Rusia?
Consideraban que las cosas iban muy
bien como estaban. En la década de 2010 era inverosímil que Alemania pudiera
eliminar su dependencia del gas ruso, pero al menos podría haber empezado a
diversificar su suministro.
La UE quiere reducir la dependencia
del gas ruso en dos tercios antes de final de año. Sin embargo, el ministro de
Energía de Qatar afirma que es “casi imposible” sustituir rápidamente los
suministros rusos.
Creo que va a llevar bastante tiempo.
La idea de que las sanciones energéticas no tendrán consecuencias drásticas en
las economías europeas es errónea. Quienes dicen: “Bueno, será un 2% del PIB al
año”... no se han parado a pensar en las consecuencias sistémicas. En
particular para Alemania, por la gran cantidad de gas que consume su industria.
Y las consecuencias se resentirían en el resto del mundo. Los datos no
demuestran que los productores de gas esquisto en EEUU vayan a poder compensar
el volumen crítico de producción rusa que consume Europa. Qatar podría producir
un poco más, pero su producción está atada por contratos a largo plazo con los
mercados asiáticos.
En mi opinión, la única forma de que
ese cambio se produzca, y en un periodo de tres o cuatros años, es reducir la
demanda de gas en Europa, como discutieron los líderes de la UE hace unas
semanas en Versalles. Sin embargo, no estoy convencida de que la transición del
gas a la electricidad pueda ocurrir tan rápidamente, salvo que se produzca un
avance tecnológico en el almacenamiento de la energía solar y eólica. Nadie
sabe cuándo va a ocurrir.
A principios de febrero, China y Rusia
se prometieron “una amistad eterna”. Usted explica que la guerra de Irak
produjo en China un “replanteamiento estratégico” y su acercamiento energético
a Rusia.
En 1993, ante la falta de suministro
interno, China comenzó a importar un volumen significativo de petróleo. La
dependencia energética era, desde hacía tiempo, una seria preocupación para su
clase dirigente, que siempre había sido muy sensible a la historia económica de
Japón en el siglo XX. En particular, a cómo la dependencia energética de Japón
jugó un rol importante en su camino hacia la II Guerra Mundial y, después de
esta contienda, en sus dificultades de suministro energético.
Mientras Occidente discutía los
verdaderos motivos de la guerra en Irak, para Pekín era evidente: EEUU estaba
preocupado por su suministro energético a largo plazo y quería integrar a Irak
en su esfera de influencia. Pekín se preocupaba de su propio suministro ante un
EEUU cada vez más “muscular” en asuntos energéticos, y profundizaba en el
llamado “dilema de Malaca” formulado por el presidente de China en 2003 [Hu
Jintao].
¿El “dilema de Malaca”?
Consistía en que la demanda china de
petróleo, y muchos otros intercambios comerciales, pasaba necesariamente por
ese lugar, el estrecho de Malaca. Y un bloqueo naval estadounidense sería una
absoluta catástrofe porque no tendrían acceso al suministro de petróleo. China
constató que necesitaba diversificar su aprovisionamiento de energía. Sus
suministros de Angola y Oriente Medio no eran suficientes: necesitaba a Rusia.
Pero la dificultad de construir un oleoducto por la gran distancia entre Siberia
y China siempre fue disuasoria para las autoridades chinas. Este cálculo cambió
con la caída de Sadam Hussein. Y poco tiempo después, Rusia y China acordaron
construir un oleoducto. Después del primer conflicto en Ucrania en 2014,
también acordaron construir un gasoducto. Desde el punto de vista de Rusia, era
una buena noticia, porque si tenían dificultades con los mercados europeos
tenían la capacidad de dar la vuelta en ambos sentidos.
Recientemente ha escrito que “los
europeos occidentales se acomodaron bajo la ilusión de que el evidente desorden
de las dos últimas décadas no era real”. En mi opinión, un ejemplo de su
argumento son las recientes declaraciones del presidente de Francia de que “el
mundo de la paz que creíamos eterno parece desmoronarse por completo ante
nuestros ojos”.
En los años 90, en Europa y en algunas
partes de EEUU se adopta el relato, por decirlo de algún modo, “del fin de la
Historia”. Eso era un delirio ya en los años 90, una década terrible en varias
partes del mundo: la Guerra del Golfo, las guerras civiles en África (Congo,
Sierra Leona, Ruanda...), la guerra de los Balcanes en Europa, etc.
Es interesante comparar las
motivaciones de la Guerra del Golfo por George Bush padre y la guerra de Irak
por Bush Junior. Bush I no escondió en ningún momento que la razón principal de
EEUU y los aliados para intervenir militarmente –además de la evidente invasión
de Kuwait– es el petróleo. En 1990, para un presidente de EEUU la garantía
energética justifica una intervención militar, sin que provoque problemas
políticos internos. Sin embargo, si saltamos a 2003, la idea de invadir un país
por cuestiones energéticas era inaceptable. Por eso el énfasis puesto en otras
razones para justificar la Guerra de Irak: las armas de destrucción masiva –que
no existían– y exportar la democracia.
Usted explica se este cambio.
A partir de los años 90, cierta
conciencia política europea y americana se desvinculó de las consideraciones
materiales económicas y geopolíticas. Por ejemplo, la disolución pacífica de la
URSS en 1991 se produjo por una serie de razones materiales que entonces no se
entendieron en su totalidad. Sin embargo, presentar la disolución de la URSS
como la supuesta victoria de la democracia liberal occidental en términos
ideológicos es un pensamiento que se desvincula del mundo material real,
económico y geopolítico. Este pensamiento o imaginación política occidental se
complacía en pensar que las cuestiones políticas pueden resolverse mediante una
contienda de ideales en la que los ideales occidentales están, por utilizar su
lenguaje, en el lado correcto de la historia.
Este pensamiento o imaginación es una
limitación para comprender la complejidad del mundo.
A partir de 2016 una serie de
cuestiones empezaron a derrumbarse, como, por ejemplo, la inevitabilidad de la
integración de la UE, con el Brexit, y que una persona como Donald Trump
accediese a la presidencia de EEUU. Pero también en estos últimos años
ocurrieron una serie de acontecimientos, con profundas consecuencias
geopolíticas, a los que no se ha dado suficiente importancia, ni a sus
consecuencias.
¿Por ejemplo?
A la consolidación de Rusia en Oriente
Medio o a cómo la administración Obama fue un verdadero desastre en esa región,
desde la perspectiva americana. El ascenso del califato del ISIS, la
intervención militar rusa en Siria, la ruptura de las relaciones con Arabia
Saudí, especialmente a partir de septiembre de 2013, y dentro de este país, con
miembros de la Familia Real torturándose unos a otros en el hotel Ritz; o el
horror de Siria.
Lo mismo se puede decir respecto a
Ucrania con la anexión de Crimea por Rusia en 2014. Vladímir Putin demostró que
no aceptaba la integridad territorial de un país que se encuentra entre
Alemania y Rusia. Fue un momento bastante revelador, y no se le dio la
importancia suficiente más allá de declaraciones como, por ejemplo, la de
Angela Merkel de: “¿Cómo puede ocurrir esto en Europa 25 años después de de la
caída del muro de Berlín?” Es lo mismo que levantar los brazos y decir que mi
imaginación no me permite entender qué está ocurriendo
Fuente:
El Diario.es