España es el país de los “ismos”
y no solo me refiero al realismo, al expresionismo o al cubismo, que también.
Cuando hablamos de la España política,
hablamos de populismos, liberalismos, centrismos, socialismos, comunismos, independentismos,
nacionalismos, constitucionalismos, regionalismos, y totalitarismos.
Pero también hablamos de regionalismos
nacionalistas, independentismos centristas, totalitarismos independentistas y
totalitarismos nacionalistas, (seguro que se me olvida alguno más), y como si
estuviésemos en clase, que cada partido político se apunte debajo de la columna
que corresponda, pero sin trampas, que estoy mirando.
En en mi opinión entiendo, que todos los
partidos políticos son lícitos, mientras sustenten sus ideas, manifestaciones y reclamaciones políticas, desde posiciones
pacíficas y democráticas.
Además, partiendo de la
base que la perfección no existe, “la democracia es la suma de las
imperfecciones de sus miembros”, por tanto, la calidad democrática es un
hecho subjetivo por definición.
Comparemos como ejemplo, las democracias de Rusia y España. En la española, que conozca, a los disidentes políticos no
se los envenena con polonio, ni con ninguna otra sustancia química, aunque
también, cierto es, que en 2019 el Tribunal Supremo español, tras proceso
judicial con todas las garantías legales, determinó el cambio de estatus de
algunos líderes políticos al de políticos presos.
Y tampoco creo que mandemos a funcionarios públicos a quemar
ciudades como si ocurrió
en Barcelona y otras ciudades de Cataluña en 2019, que coincidió con la llegada
de agitadores profesionales rusos. Con el empuje y la bendición del “apreteu”
del expresident Torra, que me recuerda al “marchemos al capitolio” del
expresidente Trump, que ambos dos terminaron, con las turbas de sus seguidores,
partidarios de atentar contra la democracia, intentado invadir sus respectivos
Parlamentos, cosa que si consiguieron en el caso de EEUU. Y que a diferencia de
Estados Unidos, los líderes políticos acusados en España de intentar subvertir el Orden Constitucional,
terminaron en la cárcel.
Y ahora vamos a la segunda cuestión, ¿puede
un ciudadano, motu proprio, declararse a sí mismo negacionista de la Constitución
de su propio país?
La democracia es tan grande que pueden permitir la existencia de ideologías contrarias a la Constitución misma del país, pues es un derecho Constitucional, pero no así del incumplimiento de la Ley, aunque parezca una contradicción.
¿Y por qué ocurre esto?
Bien, imaginemos la distotopía de un país como España,
en el que todos en mayor o menor medida, nos declarásemos negacionistas de todo o parte de la
Constitución y que ello, implicase que no existiese la Ley.
¿No se imaginan ustedes lo que
ocurriría?
Bueno. Sería la anarquía total. Es decir, llegaría la ruina y la revolución. Que precisamente países como Rusia persiguen para desestabilizar el país y por extensión a la Unión Europea, porque ya se sabe, a río revuelto ganancia de pescadores.
Por eso la Ley, que emana de la Constitución, es el salvoconducto que todos los españoles nos hemos otorgado para que se respeten los derechos y libertades, tanto nuestros, como de los demás, sin excluir a nadie. Y cuando la Ley, no se ajustase a los tiempos actuales es perfeccionable, a través del Poder Legislativo. Es decir, se puede optimizar la Legislación, bien modificando las leyes actuales o creando nuevas leyes al respecto, desde los Parlamentos, Nacional o Autonómicos, según corresponda. E incluso pasado el tiempo, con un alto grado de consenso, sin presiones políticas y de ser imprescindible, podría llegarse a modificar la Constitución.
Pero con todo y con ello, en el
supuesto que alguna Comunidad o Autonomía desease no seguir formando parte de
este gran país llamado España y aislarse en este mundo globalizado, la misma
Constitución marca el camino para hacerlo, y no es el del odio, sino el del
diálogo, del consenso y de la colaboración. No como ha ocurrido y sigue
ocurriendo durante la pandemia.
Y recuerden que nada es imposible,
solo hay que intentarlo una y mil veces si fuese necesario, porque toda la
ciudadanía somos merecedores de sus esfuerzos. Y es por ello que les hemos elegido y dado nuestra
confianza, porque esperamos que no traicionen nuestras esperanzas y conduzcan a
este gran país hacia la paz y la prosperidad y no hacia la confrontación y la
ruina.
Y por último, a los ciudadanos solo nos
queda cumplir con nuestro derecho constitucional de la participación en los
comicios electorales cuando corresponda. No dejemos que nadie decida por
nosotros. Las elecciones son nuestra fuerza.
No podemos cambiar el pasado pero debemos prever el futuro, que decía Cicerón.
Fuente:
Redacción