Por el interés general, reproduzco al magnífico artículo escrito en "El Pais.com" por el gran filósofo y sociólogo alemán, Jürgen Habermas. Con el fin que todo el mundo tenga la oportunidad de leerlo en su propio idioma, y la esperanza que al igual que este que escribe, lleguen a concienciarse de la necesidad de subir las defensas y aumentar la seguridad en la UE, frente a un futuro incierto y enemigos comunes. Por iguales motivos, me tomo la libertad de adjuntar resumen del mismo a pie página, al igual que algunas reflexiones al respecto.
Llamamiento a Europa: por una fuerza militar disuasoria común
No es que los principales responsables políticos nacionales de Occidente —y, en un sentido más amplio, de los países del G-7— hayan estado siempre en perfecta sintonía en sus perspectivas políticas; pero siempre compartieron ese común entendimiento de fondo respecto a su pertenencia “al” Occidente bajo el liderazgo de Estados Unidos. Este pilar político se ha desmoronado con la reciente llegada al poder de Donald Trump y el consiguiente cambio de sistema en EE UU, aun cuando formalmente el destino de la OTAN de momento siga siendo una incógnita. Desde una perspectiva europea, esta ruptura de época tiene consecuencias de gran calado, tanto para el desarrollo y posible final de la guerra en Ucrania como para la necesidad, la disposición y la capacidad de la Unión Europea de encontrar una respuesta que nos salve ante esta nueva situación. De lo contrario, Europa también se verá arrastrada por la vorágine producida por la superpotencia en declive.
La triste relación entre estos dos
preocupantes temas se debe a la incomprensible miopía de la política europea.
Es difícil entender por qué los líderes políticos europeos, especialmente los
de la República Federal de Alemania, no vieron venir o, al menos, por qué se
hicieron los ciegos ante una conmoción del sistema democrático que ya se venía
gestando en Estados Unidos desde hacía tiempo. Después de que el Gobierno
estadounidense no hiciera ningún intento de evitar mediante negociaciones el
ataque ruso, que se había visto venir con el despliegue de tropas, se hizo
necesaria la ayuda militar para preservar la existencia del Estado de Ucrania.
Pero lo que resultó incomprensible fue que los europeos, en la engañosa
suposición de que la alianza con Estados Unidos estaba intacta, se pusieran
completamente en manos del Gobierno ucranio, es decir, que sin sentar objetivos
propios y sin orientación propia se prestaran a apoyar incondicionalmente la
estrategia bélica ucrania.
Un error político tanto o más
imperdonable todavía fue que la República Federal de Alemania, confiando
ciegamente en la “unidad de Occidente”, eludiera una y otra vez el desafío, ya
evidente desde hacía tiempo, de reforzar la capacidad de acción internacional
de la Unión Europea. Por eso resulta angustiante la limitada perspectiva desde
la que se debate el inusual esfuerzo en curso por rearmar al ejército alemán en
un clima de acalorada crispación contra Rusia. Esto reaviva viejos prejuicios.
Porque con este rearme, planificado a largo plazo, de lo que se trata no es
directamente del destino de Ucrania, que en este momento es particularmente
incierto y que causa una preocupación más que justificada, ni tampoco de un
posible o imaginario peligro actual para los países de la OTAN proveniente de
Rusia. El objetivo general de este rearme es más bien la autoafirmación
existencial de una Unión Europea a la que Estados Unidos posiblemente va a
dejar de proteger en una situación geopolítica que se ha vuelto impredecible.
La extravagante actuación y el
desconcertante discurso del reelegido presidente Donald Trump durante la toma
de posesión de su cargo fueron un golpe de efecto que hizo añicos las últimas
falsas ilusiones sobre la estabilidad de la potencia líder que es Estados
Unidos, incluso en países como Alemania o en la vecina Polonia. Mientras que al
menos Michelle Obama fue lo suficientemente inteligente como para no exponerse
al espectáculo de este evento fantasmagórico, los expresidentes asistentes
tuvieron que soportar impávidos los insultos. La evocación fantasiosa de una
nueva edad de oro y los ademanes narcisistas del orador causaban en un
telespectador desprevenido, acostumbrado a las ceremonias de investidura de
anteriores jefes de Gobierno, la impresión de estar asistiendo a la exposición
clínica de un caso psicopatológico. Pero el estruendoso aplauso de la sala y el
asentimiento expectante de Musk y los demás magnates de Silicon Valley no
dejaron lugar a dudas sobre la determinación del círculo interno de Trump de
llevar a cabo la remodelación institucional del Estado según el plan de acción
de la Heritage Foundation, conocido desde hacía tiempo. Como siempre, una cosa
son los objetivos políticos y otra su realización. Los ejemplos europeos, como
la Hungría de Orbán o el régimen de Kaczyński en Polonia, ahora depuesto, solo
se parecen a los planes de Trump en lo que respecta a la restricción estatista
del ordenamiento jurídico.
Las primeras medidas del nuevo
presidente se han centrado en la electoralmente efectiva deportación de
inmigrantes ilegales que, en muchos casos, llevaban décadas viviendo en el
país. A esto le siguió el cierre, problemático desde una perspectiva jurídica,
de importantes programas de ayuda internacional. No es casualidad que estas
primeras intervenciones en el aparato administrativo federal, en gran medida
ilegales, estén dirigidas por Elon Musk, nombrado comisario “de eficiencia”,
quien, tras adquirir Twitter, ya había “saneado” esta organización con un
estilo similar. Estas medidas iniciales evidencian el objetivo político de
mayor alcance, consistente en un desmantelamiento radical de la Administración
estatal, y apuntan a una política económica libertaria. Pero esta
caracterización se queda corta, ya que es de esperar que el adelgazamiento del
Estado, a largo plazo, siga seguramente de la mano de un cambio a una
tecnocracia gestionada digitalmente.
En Silicon Valley llevan tiempo con
este sueño libertario de abolición de la política: esta debe ser reconducida a
un modo de gestión empresarial dirigida por nuevas tecnologías. Aún no está
nada claro cómo estas ideas de largo alcance van a poder ser compaginadas con
el estilo de actuación de Trump, con una política de decisiones arbitrarias
sorprendentes y desvinculada de las normas establecidas. No solo resulta
desconcertante el estilo del dealmaker, de carácter imprevisible, que actúa por
interés nacional a corto plazo. Como en el caso de la fantasía obscena de
agente inmobiliario sobre la reconstrucción de la desolada Franja de Gaza, es
la irracionalidad de esta persona, cuya imprevisibilidad probablemente sea
intencionada, la que podría chocar con los planes a largo plazo del
vicepresidente o de sus nuevos amigos tecnócratas.
Nuevo autoritarismo de era digital no relacionado con fascismo
histórico
Lo más difícil de predecir es la
implementación política del cambio de régimen planeado y puesto en marcha, que,
manteniendo a nivel formal una constitución de facto vaciada de contenido, ha
de conducir a una nueva forma de dominación tecnocrática y autoritaria. Dado
que los problemas que requieren regulación política son cada vez más complejos,
un régimen de este tipo respondería a la creciente necesidad de una población
despolitizada y aliviada de decisiones políticas trascendentales de disponer de
un sistema que funcione por sí mismo. La ciencia política ya lleva tiempo
reflejando esta tendencia en su terminología, al hablar de democracias
“reguladoras” de forma eufemística. En estos casos, basta la mera celebración
formal de elecciones democráticas, con independencia del grado de participación
real de votantes informados en un proceso de formación de opinión. Este nuevo
tipo de dominación no tiene ninguna similitud con el fascismo histórico. En
Estados Unidos no se ven tropas uniformadas, sino una vida normal, salvo un
reducido grupo de hordas alborotadoras como las que asaltaron el Capitolio hace
cuatro años animadas por su presidente y que después sus miembros fueron
indultados del delito de alta traición. Aún son criterios sociales y culturales
más o menos inequívocos los que dividen a la población en dos bandos políticos
prácticamente iguales. Los procesos judiciales por las flagrantes violaciones
de la Constitución por parte del Gobierno todavía se encuentran en los
tribunales de primera instancia. La prensa aún no está uniformada, aunque, en
parte, se haya adaptado a las nuevas circunstancias. Se están gestando aún las
primeras resistencias en las universidades y en otros ámbitos culturales. Pero
no hay duda de que este Gobierno actúa con rapidez.
Este giro era previsible desde hacía
tiempo. A principios de los años noventa, con el programa de George H. W. Bush,
Estados Unidos se encontraba sin duda en el cénit de una superpotencia: era
perfectamente plausible que Occidente pudiera entonces impulsar el régimen de
los derechos humanos en todo el mundo. El fin de la Guerra Fría había hecho
albergar esperanzas en el florecimiento duradero de una sociedad mundial
pacificada. En aquella época surgieron nuevos sistemas democráticos en muchos
lugares del mundo. Las intervenciones humanitarias eran un tema importante,
aunque los intentos exitosos no llegaran a consolidar su éxito a largo plazo.
En 1998 se aprobó el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional. La
guerra de Kosovo había desencadenado los debates que llevaron al reconocimiento
de la “responsibility to protect” [la responsabilidad para proteger]. Pero esta
perspectiva idealista cambió a principios del nuevo siglo con la investidura de
Gobierno de George W. Bush, que había accedido al poder gracias a una dudosa
sentencia del Tribunal Supremo contra Al Gore [sobre el recuento de los votos
en Florida]. Y con los atentados terroristas del 11 de septiembre, la posterior
declaración de la “guerra contra el terror”, con controvertidas restricciones
de los derechos fundamentales y un aumento de los controles en todo el país, el
clima político de Estados Unidos cambió radicalmente. Este tenso clima fue el
telón de fondo de la agresiva toma de posición contra el “eje del mal” y de la
invasión de Irak violando el derecho internacional, de la autorización de
prácticas de tortura, del establecimiento de Guantánamo y, en general, del
intento de una movilización agresiva de Occidente.
Una vez destruidas las instituciones, no se pueden restaurar sin más
Después de que Bush fuera reelegido a
pesar de todo, este primer mandato pudo percibirse como el punto de inflexión
que más tarde resultó ser. Desde entonces, hay voces que hablan del declive de
la superpotencia. La elección de Barack Obama, el primer presidente negro,
aclamado a escala nacional e internacional, no supuso el cambio esperado.
Durante su mandato se impuso también la práctica, cuestionable desde el punto
de vista del derecho internacional, de ejecutar a personas consideradas
“enemigas” en cualquier lugar del mundo mediante drones teledirigidos. Y, a más
tardar, la victoria en 2016 de un tipo errático como Donald Trump, que en su
momento todavía provocó protestas, tendría que haber puesto de manifiesto la
fractura político-cultural del electorado, que obviamente tenía causas
socioeconómicas más profundas.
Esta elección, a esas alturas, tendría
que haber centrado la atención de los europeos en la convulsión de las
instituciones políticas en Estados Unidos. Y es que la infiltración
plebiscitaria del Partido Republicano, iniciada a finales de los años noventa,
había acabado por hundir un sistema bipartidista estable. Hoy en día se ve que
instituciones como esta, en largo proceso de descomposición, no pueden ser
restauradas en el transcurso de una legislatura, incluso si la propuesta de
Trump volviera a fracasar en las próximas elecciones. No menos alarmante es la
politización del Tribunal Supremo, que, por ejemplo, absolvió a Trump, justo
antes de su reelección, en un caso cometido durante su primer mandato, alegando
que los presidentes no pueden ser procesados a posteriori por un delito
cometido durante el ejercicio de su cargo. Este veredicto abre las puertas a la
política sin consideraciones y errática de Trump en la actualidad.
Será necesario que pase el tiempo para
que los historiadores puedan emitir un juicio sobre las interpretaciones
encontradas de los antecedentes y de la posible evitabilidad de la invasión
rusa de Ucrania. Sea cual sea el veredicto, la situación política después del
23 de febrero de 2022 era inequívoca: con la ayuda de EE UU, Europa tenía que
acudir en ayuda de la Ucrania atacada con la suficiente rapidez para preservar
su existencia como Estado. Pero en lugar de agitar banderas y gritar consignas
de guerra y de aspirar a la victoria sobre una potencia nuclear como Rusia,
habría sido más apropiado reflexionar de forma realista sobre los riesgos de
una guerra prolongada. Faltó la consideración crítica del peligro de una
ruptura con el sistema económico mundial existente y con una sociedad global
hasta entonces más o menos equilibrada. También en interés propio, se debería
haber intentado lo antes posible entablar negociaciones con esta potencia
imperial irracional y desde hace mucho en declive que es Rusia para alcanzar un
acuerdo aceptable para Ucrania, pero esta vez garantizado por Occidente. Ya el
primer día de la invasión rusa, la consideración sobria de la fecha de las
próximas elecciones presidenciales estadounidenses debería haber convencido a
los europeos de la fragilidad de la ya tambaleante Alianza Atlántica.
Para un individuo medianamente
ilustrado de mi generación, el triunfalismo autocomplaciente sobre la unidad de
Occidente y sobre el resurgimiento de la capacidad de actuación de la OTAN, ya
dada por muerta, resultaba fantasmagórico. Igualmente desconcertante era la
insensibilidad pública ante el estallido de violencia militar en Europa.
Parecía haber desaparecido toda sensibilidad hacia la violencia disuasoria de
las guerras y hacia el hecho de que las guerras surgen con facilidad, pero son
difíciles de acabar.
Tanto mayor es el espanto en la
actualidad al ver cómo el congraciamiento sin principios de Trump con Putin
divide a Occidente y pone en tela de juicio el fundamento normativo, invocado
con razón, de la ayuda a Ucrania. Aunque los aliados, burlados, puedan seguir
justificando su intervención con buenas razones de derecho internacional,
ahora, abatidos, ven cómo su éxito depende de la cruda política de poder de
Trump. Esto ya lo mostraron los pocos días que Estados Unidos interrumpió su
apoyo logístico en el frente de Kursk. Así, Inglaterra y Francia tuvieron que
abstenerse a regañadientes en el Consejo de Seguridad ante una moción sobre
Ucrania que Estados Unidos había acordado conjuntamente con Rusia y China.
Mientras Francia subraya la necesidad de que la Unión Europea solo puede
independizarse de Estados Unidos en materia de política de seguridad con la
ampliación de su paraguas nuclear a todos los Estados miembros, el primer
ministro británico, Keir Starmer, reafirma ante Ucrania la promesa de ayuda, que
se ha vuelto más tímida, con una coalición de 30 Estados más o menos dispuestos
a apoyar. Por cierto, parece que, cuando se habla de esta “coalición de
voluntarios”, a nadie le molesta que se adopte un nombre que George W. Bush
introdujo para su guerra al margen del derecho internacional. Resulta
desconcertante que la Unión Europea no represente ningún papel político de peso
en las negociaciones sobre un posible alto el fuego. Son Estados Unidos y Rusia
y, en el mejor de los casos Inglaterra y Francia, los que están negociando
sobre y con la propia Ucrania.
¿Sigue
EE UU siendo una superpotencia? Parece que Trump tiene sus dudas
En cualquier caso, el cambio de rumbo
de Estados Unidos con respecto a Rusia, sea cual sea su resultado, no es más
que un giro sorprendente en una nueva situación geopolítica que se venía
gestando desde hace tiempo y que se ha agudizado con el conflicto de Ucrania.
Con independencia del éxito que tenga, parece que, con su acercamiento a Putin,
Trump admite que, a pesar de su superioridad económica, Estados Unidos ha
perdido la hegemonía mundial y, en cualquier caso, ha renunciado a la
pretensión política de ser una potencia hegemónica. La guerra de Ucrania no ha
hecho más que acelerar la reconfiguración de las fuerzas geopolíticas: el
innegable ascenso global de China y los éxitos a largo plazo del ambicioso
proyecto de la Ruta de la Seda de un Gobierno chino con una estrategia
inteligente, las ambiciosas pretensiones de la India, su rival, y, por último,
las crecientes ambiciones políticas mundiales de potencias medianas como
Brasil, Sudáfrica, Arabia Saudí y otros países. La región del Sudeste Asiático está
experimentando cambios similares. No es casualidad que la publicación de obras
sobre el reordenamiento de un mundo multipolar haya aumentado de manera notable
en la última década. Este cambio en la situación geopolítica, solo agravado por
la división de Occidente, sitúa el actual rearme de la República Federal de
Alemania en una perspectiva muy diferente a la que sugieren las especulaciones
sobre una amenaza actual de Rusia hacia la UE.
En mi opinión, el clima anímico en
Alemania, impulsado también por una formación de opinión política unilateral,
se ha dejado arrastrar al remolino de una hostilidad recíproca frente a la
agresión. Por supuesto, la última resolución del Parlamento alemán cesante es
también una señal inequívoca de determinación para no permitir que Ucrania sea
víctima de un acuerdo adoptado sin su consentimiento. Pero el rearme alemán,
planificado a más largo plazo, persigue sobre todo otro objetivo: los países
miembros de la Unión Europea deben reforzar y unir sus fuerzas militares,
porque de lo contrario dejarán de contar políticamente en un mundo en proceso
de cambio geopolítico y en desintegración. Solo siendo una Unión con capacidad
de actuación política autónoma los países europeos podrán hacer valer de forma
efectiva su peso económico global común en defensa de sus convicciones
normativas y de sus intereses.
Desde
Merkel, Alemania ha castigado con ignorancia los esfuerzos de Francia
En este contexto, se plantea una
cuestión de la que nadie ha hablado hasta ahora: ¿puede la UE ser percibida a
escala global como un factor de poder militar independiente mientras que cada
uno de sus Estados miembros pueda decidir soberanamente, en última instancia,
sobre la estructura y el uso de sus fuerzas armadas? Solo con capacidad de
acción colectiva, también en lo que respecta al uso de la fuerza militar,
ganará independencia geopolítica. Esto, por supuesto, plantea una tarea del
todo nueva para el Gobierno alemán. En efecto, tendrá que superar un umbral
político de la integración europea que el Gobierno alemán bajo Schäuble y
Merkel siempre insistió en evitar, por no hablar de la ignorancia y la
pasividad del Gobierno de coalición tripartito en materia europea. ¡Y todo ello
en el contexto de los esfuerzos que Francia, nuestro vecino, lleva realizando
desde hace muchos años!
Por razones históricas comprensibles,
los Estados miembros nuevos y no tan nuevos del este y noreste de la Unión
Europea que más reclaman la fortaleza militar son precisamente los menos
dispuestos a ello. Por lo tanto, en este caso también, la cooperación más
estrecha que los tratados de la Unión permiten a las partes dispuestas de entre
sus miembros tendrá que partir más bien de los países del núcleo histórico de
la UE. Una enorme tarea en la que Friedrich Merz podría crecer de forma
inesperada, precisamente porque la confianza de la población en su capacidad de
liderazgo no es que sea abrumadora.
Pero la ola de rearme está provocando
reacciones muy diferentes. Y no solo de los de siempre, que celebran el
nacionalismo, ya superado históricamente, como si fuera una virtud atemporal,
sino también de los políticos que quieren reanimar a una juventud, que con
buenas razones ya es posheroica, recuperando el servicio militar obligatorio. Y
esto en países que, por buenas razones, casi todos hace tiempo que abolieron o
suspendieron el servicio militar obligatorio. En esta abolición del servicio
militar obligatorio se refleja un proceso de aprendizaje con el trasfondo de la
historia universal, a saber, la convicción, nacida en los campos de batalla y
en los sótanos de la Segunda Guerra Mundial, de que ese ejercicio asesino de la
violencia es inhumano, aunque, sin duda, esta solución última de los conflictos
internacionales, desde el punto de vista político, sin duda solo pueda ser
abolida paso a paso. Me asusta ver desde qué sectores, de manera irreflexiva o
incluso expresamente con el objetivo de reavivar una mentalidad militar que se
creía superada con razón, se está apoyando al Gobierno alemán, que ahora se
dispone a llevar a cabo un rearme sin precedentes del país.
Las razones políticas que he
mencionado para justificar el fortalecimiento de una fuerza militar disuasoria
común de la Unión Europea solo las puedo defender bajo la reserva de que se dé
un paso adelante en la integración europea. Para justificar esta reserva
debería bastar la idea con la que se fundó y se construyó la antigua República
Federal de Alemania: ¿qué sería de una Europa en cuyo centro el Estado más
poblado y con mayor poder económico se convirtiera además en una potencia
militar muy superior a todos sus vecinos, sin estar integrado de forma
obligatoria por el derecho constitucional en una política exterior y de defensa
europea común sujeta a decisiones mayoritarias?
Fuente: El Pais.com
RESUMEN CITADO
1. Introducción
- Propuesta de un ejército europeo unificado como fuerza militar disuasoria.
- Necesidad de fortalecimiento de la UE y unificación de sus fuerzas armadas, para mantener su relevancia política global.
- Se requiere avanzar en la integración europea.
2. Contexto Político
- La relación transatlántica se ha debilitado con la llegada de Donald Trump al poder en EE.UU.
- La inestabilidad política en EE.UU. impacta en la percepción y respuesta de Europa ante crisis como la guerra en Ucrania.
3. Desafíos de la Política Europea
- Incongruencia de líderes europeos, respecto la anticipación a la desestabilización de relaciones internacionales.
- Dependencia europea del apoyo estadounidense, particularmente en la crisis de Ucrania.
- Falta en la UE, de postura crítica y objetivos propios, en la asistencia a Ucrania.
4. Rearme Militar Europeo
- Alemania está en proceso de rearmar su ejército en un contexto de tensiones con Rusia.
- Este rearme no solo busca disuadir las amenazas inmediatas, sino también reafirmar la independencia y autonomía europea en un panorama geopolítico incierto.
5. Efectos del Liderazgo de Trump
- La retórica y políticas de Trump han contribuido a la fractura de la unidad occidental.
- La imprevisibilidad de su gobierno genera incertidumbre sobre la continuidad del apoyo estadounidense a Europa.
6. Implicaciones para la Unión Europea
- La UE necesita consolidar su capacidad militar y política para actuar con autonomía respecto del escenario global.
- Sin una estructura militar común, la UE corre el riesgo de ser irrelevante ante cambios geopolíticos.
7. Retos de la Integración Europea
- La cooperación militar entre Estados miembros es necesaria, aunque existan reticencias históricas, especialmente en los países de Europa del Este.
- La historia reciente muestra una tendencia hacia el desarme y la paz, que complica el llamamiento a la mejora de las defensas y al aumento de la militarización, necesaria para la disuasión.
En síntesis
- Para que Europa pueda ser un actor relevante y disuasorio en el contexto global, es imperativo avanzar hacia una integración política y militar más profunda.
- La establishment de un ejército común debe ir acompañado de un marco legal y político que asegure la unidad y cohesión de la UE en cuestiones de defensa y relaciones exteriores.
CONCLUSIONES FINALES
ANTECEDENTES
El pasado miércoles, el presidente de EE.UU. , Donald Trump, anunció un arancel universal del 10% y castigos mayores a sus grandes socios económicos. En el caso de la Unión Europea, la tasa será del 20%, una barrera que se eleva al 34% para China. Estas medidas sin precedentes, respaldadas por falsos agravios comerciales, tienen un impacto directo sobre múltiples variables económicas y uno de los efectos más claros es sobre el mercado de divisas. Todas las previsiones sobre la evolución del tipo de cambio entre el euro y el dólar han quedado en papel mojado. Lo que parece claro es que la moneda europea seguirá fortaleciéndose frente al dólar, pero durante cuanto tiempo y cuales serán las consecuencias a medio y largo plazo, por el momento solo son grandes incógnitas.
¿Y ahora qué?
A mi modo de ver, la respuesta de Europa al ataque arancelario de Trump a escala global (que por lo que sea, ha excluido a países que tienen por presidente a criminales de guerra y/o de lesa humanidad) entiendo debería ser muy mesurada y ponderada, para evitar, en la medida de lo posible, que la guerra comercial escale más todavía.
Por cierto, está claro que el Presidente Trump con su estrategia arancelaria, en lugar de a hacer más grande a USA, está haciendo más grande a China, que a la postre, será el gran beneficiado si la guerra arancelaria escala, (según algunos analistas, de facto ya era la primera potencia económica mundial) y entonces quedaría confirmado, pues a buen seguro, de darse la ocasión, sin duda el país más poblado del mundo, aprovecharía la presunta ausencia de EEUU. a nivel internacional en el área comercial, para sustituirle en el puesto, lo cual no dudo alegrará a su aliado natural que es Putin, que por otra parte, también es aliado de Trump.
Parece un lío, pero no lo es. Pues solo hay que preguntar a Putin, quien es su más mejor amigo/aliado, si el líder de EE.UU. o el de China. A juzgar por los cero aranceles impuestos a Rusia por parte de USA, aparentemente se supondría que Trump, pero que nadie se deje engañar por las falsas apariencias. Pues como se decía en tiempos del imperio romano, Putin no paga a traidores, ni a enemigos, que respectivamente, es como siempre ha considerado a europeos y estadounidenses, el antiguo espía del KGB.
En cuanto al futuro de la OTAN, y en mi opinión, el presidente Trump no me parece demasiado fiable, pues no me genera ninguna confianza, ya que considero ha perdido toda credibilidad, dado que primero insulta a los europeos, luego les amenaza diciendo que no cumplirá con el Tratado de la OTAN si Rusia ataca a Europa o dice pretender anexionarse Groenlandia (territorio de un país soberano como Dinamarca perteneciente a la OTAN) para después lanzar una andanada de aranceles a Europa, mientras sigue insultando a los europeos y más tarde, el portavoz designado advierte, que USA solo se quedará en la OTAN, caso todos los países del Tratado, paguen un 5% de su PIB (Producto Interior Bruto)
Vamos a ver, que con estos antecedentes, en lugar de "los europeos roban a USA" más bien parece lo contrario, es decir, "EE.UU. extorsiona
a Europa".
Por ello, el artículo anterior señala la necesidad de un ejército unificado de la UE, para que nadie venga a insultar o extorsionar a Europa, y disuadir a quien pretenda anexionarse o invadir territorio europeo. Y mucho menos, que como premio se le entreguen nuestros impuestos.
REFLEXIÓN ÚLTIMA
El hombre sensato, cuando no sabe a donde va, se para y reflexiona, el necio sigue perdido para siempre, al igual que sus seguidores.
En mi opinión, al paso que vamos y si nada cambia, antes de 2050 llegará la TERCERA GUERRA MUNDIAL, que entiendo nadie desea. ¿O hay alguno que sí? Pues visto lo visto, es lo que parece.
Con una guerra mundial entre potencias nucleares, no solo nadie gana, sino que pierde todo el planeta.
Fuente: Redacción