Putin ha culminado con la invasión de Ucrania el
reguero de avisos sobre su expansionismo imperialista desde 2007
Vladímir Putin decidió cruzar
el Rubicón el pasado día 24 de febrero de 2022, fecha que quedará para la
historia como el de la infamia del inicio de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el comienzo de la guerra en Europa en el siglo XXI y también como
no, marcará el nacimiento de una nueva época en el viejo continente y,
posiblemente, en el mundo.
La agresión militar a Ucrania,
desprovista de cualquier derecho o justificación, es la culminación de un largo
recorrido orientado a la reconstrucción de Rusia en clave autoritaria,
nacionalista e imperialista. No faltaron las advertencias. Ya al principio de
su liderazgo, Putin calificó la caída de la URSS como la mayor catástrofe
geopolítica del siglo XX. En 2007, en un revelador discurso pronunciado en la
Conferencia de Seguridad de Múnich, expresó su airado rechazo al orden mundial
vigente y no ha cejado desde entonces en modernizar sus ejércitos. Hoy ha
cristalizado todo en una guerra de potencial devastador.
Su objetivo primario es la
decapitación del Gobierno ucranio y su sustitución por un Ejecutivo títere. El
ejemplo de una exitosa transición democrática en el país vecino podía ser una
peligrosa inspiración en contra de su régimen autoritario, que asesina y
encarcela a opositores y trata de lobotomizar a la población con un profundo
control de los medios. El acercamiento a Occidente habría frustrado los anhelos
imperialistas: no hay imperio ruso sin Ucrania. Millones de ciudadanos ucranios
sufren las dramáticas consecuencias del ataque ruso no provocado. Ellos son patrimonio ruso.
Desgraciadamente, los
objetivos del Kremlin y sus consecuencias llegan mucho más lejos.
Líderes y ciudadanías de los países
democráticos deben interiorizar que esta agresión tiene un significado que
trasciende el territorio de Ucrania, y desde esa conciencia hay que afrontar
las graves decisiones que esta hora oscura reclama. Basta un detalle para salir
de dudas: con una poco velada amenaza, el Gobierno ruso avisó el viernes a
Finlandia y a Suecia de que integrarse en la OTAN tendría “consecuencias
políticas y militares”. La invasión de Ucrania es la demostración de una
voluntad extrema de Rusia de afianzar una zona de influencia, la reconstrucción
de un espacio histórico que se desmoronó por sí mismo.
La
actitud de China, fundamental para la resolución del conflicto presente y
futuro

En esta dinámica, un elemento
fundamental será la actitud de China. A principios de mes, Pekín suscribió una
declaración conjunta con Moscú en la que se afirma que la alianza entre ambos
no tiene límites, se defiende precisamente la teoría de las zonas de influencia
y se mantienen tesis relativistas acerca de la democracia y los derechos
humanos, que, según los firmantes, pueden tener distintas encarnaciones en las
diferentes culturas. Se esbozan ahí los contornos de una nueva guerra fría. Ya
no hay ideología comunista, sino regímenes autoritarios nacionalpopulistas. De
momento, es significativa la posición ambigua de China ante el ataque ruso, que
ha optado, como la India, por abstenerse en la resolución de condena en el
Consejo de Seguridad de la ONU. Aun así, a medio plazo, es muy probable que
China funcione como balón de oxígeno para Rusia ante el intento de asfixia
económica que han puesto en marcha los países occidentales.
La unidad de las democracias
como condición necesaria no resultará suficiente, y tanto Rusia como China
desean ver divididas las filas democráticas. Un primer paquete de sanciones ha
sido activado, con restricciones al acceso al mercado de capitales para
entidades financieras rusas, al comercio en amplios sectores y medidas
específicas contra jerarcas del régimen ruso. Supone un punto de partida, como
lo ha sido la decisión del Reino Unido de revertir las facilidades dadas desde
2008 al dinero ruso de origen mafioso o de oligarcas muy próximos a Putin. Pero
nada de eso va a frenar la ofensiva militar: será necesario mucho más.
Medidas
a corto y medio plazo para parar el ataque ruso a las democracias occidentales.
En el corto plazo, la nueva e
inmediata sanción pasa por la aplazada exclusión de Rusia del circuito bancario
SWIFT. Es una medida que acarreará serias consecuencias negativas para quienes
mantengan estrechas relaciones comerciales con Rusia —lo que explica los
titubeos de Alemania—, pero en conjunto representa una potente herramienta de
aislamiento que resulta acorde con la gravedad de la invasión de Ucrania. En
paralelo, cada una de las democracias, cada una según su historia y
capacidades, han de reforzar sin titubeos el apoyo financiero y armamentístico
a Ucrania mientras persista una entidad de referencia para recibir la ayuda. Hay perspectivas en las que esto puede seguir
siendo posible incluso con la caída de Kiev, bien con la instalación de un
Ejecutivo en una zona todavía libre en el occidente del país, bien con
mecanismos de guerrilla. A la vez, hay que prepararse logística y mentalmente
para acoger con la mejor disposición a los refugiados que puedan venir de
Ucrania a la UE.
El medio plazo pedirá
multiplicar los esfuerzos para reducir la dependencia del gas ruso y diseñar
refuerzos permanentes de la OTAN en los países limítrofes más expuestos a la
agresividad rusa. Habrá que redoblar el nivel de alerta ante posibles
represalias vía ciberataques en todas sus facetas, desde la protección de
infraestructuras críticas hasta la atención a intentos de movilización de la
opinión pública.
La fortaleza de las
democracias liberales es el capital político y el argumento moral más potente
para hacer frente con rotundidad y continuidad a una invasión injustificable.
Estamos ante una guerra también cultural.
La
democracia con sus derechos y libertades están en juego
La democracia y sus valores de
pluralidad, diversidad y derechos humanos y civiles están en juego. No podemos
dejar a los ucranios solos como nos sentimos los españoles en la mitad del
siglo XX. Occidente puede estar pagando ahora sus errores de permisividad o
tolerancia hacia Rusia en el pasado. Pero la acción militar de Putin ha dejado
de ser intimidatoria para convertirse en una guerra real, y una guerra exige de
las democracias unidas de acción y contundencia: el asalto a Ucrania es el
asalto a las democracias occidentales.
Fuente: El Pais.com