Hay personas que sufren pérdidas de memoria, confusión o dificultad para concentrarse meses después de haber pasado la infección. Aún se desconoce el origen exacto de estas afecciones, por lo que pacientes y científicos ponen el foco en la necesidad de seguir investigando
— Cansancio, malestar o dolores de
cabeza: una media de 36 síntomas fluctuantes atenazan durante más de seis meses
a estos pacientes
Uge Díez se contagió en marzo de
coronavirus y todavía hoy tiene síntomas, entre ellos, pérdidas de memoria y
confusión.
"No recuerdo conversaciones con
gente que acabo de tener o confundo letras al escribir". Uge Díez Moreno
se contagió de coronavirus al comienzo de la primera ola. Probablemente en el
hospital en el que trabaja de enfermera, el 12 de Octubre de Madrid, que a
mediados de marzo aplicaba lo más parecido a una 'medicina de catástrofe'.
Nueve meses después, su vida es otra. A pesar de que su PCR diera negativo en
abril, sigue teniendo síntomas, algunos de los cuales afectan a su capacidad de
recordar o concentrarse. "Se me olvidan palabras comunes como gafas,
llaves, televisión... Es como que no las encuentro en mi cerebro", explica.
Uge forma parte del pequeño porcentaje
de personas que sufre la llamada 'COVID persistente'. Sus pruebas no detectan
la infección activa, pero su cuerpo responde como si siguiera ahí. El paciente
tipo es una mujer de 43 años, exactamente la edad que tiene ella, y algunos
refieren alteraciones cognitivas como las que relata Uge: pérdidas de memoria,
confusión, dificultad para concentrarse, para evocar palabras o para prestar
atención...Es lo que se conoce como "niebla mental", y así la llaman
las investigaciones internacionales que están empezando a estudiarlo. Aún no
hay certezas sobre qué lo provoca exactamente, pero a quien lo sufre le altera
profundamente su vida diaria.
"Conocemos esta enfermedad desde
hace poco más de ocho meses, por lo que nos queda mucho por saber,
especialmente del pronóstico a largo plazo. En relación con síntomas de COVID
persistente, algunos pueden estar relacionados con secuelas producidas por la
neumonía inicial, pero la mayoría tienen una causa que hoy en día es
desconocida", explica David Pérez Martínez, Jefe de Servicio de Neurología
del 12 de Octubre. Posiblemente, apunta, se trate de un "síndrome
complejo" que al carecer de información suficiente "sobre la
fisiopatología del virus" es imposible "definir claramente".
Silvia Soler, de 55 años, descuelga el
teléfono desde su casa de Casteldefels (Barcelona) y su voz suena afónica. Aún
no se ha recuperado de esta secuela que le dejó el coronavirus en marzo y que
pasó con "fatiga, dolor de cabeza, febrícula, faringitis, dolores musculares,
aftas en la boca, pérdida del gusto y el olfato...Menos tos, tuve de
todo", señala. En varias ocasiones acudió al hospital, pero en plena
pandemia y con los servicios sanitarios saturados, los médicos decidieron no
ingresarla. A los 89 días le hicieron una PCR que resultó negativa, y tampoco
la prueba de serología detectó anticuerpos. Ella, como Uge, es una de las
integrantes de la plataforma LongCovidACTS, en la que se ha organizado los
pacientes de 'COVID persistente' de todos los puntos de España.
En la vida de esta barcelonesa hay
días mejores y peores, pero cuando se despierta "con esa sensación de
niebla mental" le cuesta mucho esfuerzo levantarse y planificar el día. En
su caso, los síntomas neurológicos tardaron en manifestarse, y no aparecieron
hasta junio. Si no se anota en un papel lo que tiene que hacer, se olvida:
"Me he dejado cosas cociéndose en la cocina que se han quemado o guardado
cosas en sitios que no encuentro. Soy filóloga y me cuesta horrores escribir un
texto y buscar en el cajón de las palabras por así decirlo", describe.
Cuando está cansada, los síntomas empeoran. "Antes caminaba, hacía
deporte, esquí, tenía vida social...Ahora hago algo de ejercicio porque tengo
que hacerlo".
"Como si me hablara en otro
idioma"
"Siempre digo que es como si te
apagaran y te encendieran el cerebro. No pasa constantemente, pero es como un
interruptor que cuando se enciende deriva en todo esto... Llevo ocho años con
el mismo coche y a veces me olvido de a qué botón tengo que darle para ver la
gasolina que queda. No puedo leerme un libro. A veces me pasa que es como si me
estuvieran hablando en otro idioma y me cuesta pensar o relacionar cosas. Todo
va asociado como a una especie de mareo, no de equilibrio, sino como una
nebulosa...", intenta definir Uge, que tiene también otros síntomas como
visión borrosa, acidez o cefaleas. La diarrea, por ejemplo, no ha permanecido.
"Se alternan, es como una montaña rusa. Me levanto todos los días
diciendo: 'bueno, ¿hoy qué toca?' Desgraciadamente me he casi acostumbrado".
Los estudios sobre la "niebla
mental", que afecta a personas que estuvieron gravemente enfermas e
ingresadas y a otras que pasaron el coronavirus de forma más leve, no han hecho
más que empezar. Pero los científicos barajan algunas hipótesis: "Pueden ser
debido a distintas causas, por eso es fundamental seguir investigando. Sabemos
que el virus produce fenómenos vasculares y puede que esto acabe provocando
pequeñas lesiones cerebrales que dan lugar a estos síntomas. Otra opción es que
se produzcan por el propio dolor de cabeza crónico", explica Jesús Porta,
vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología. También existe la
posibilidad de que el virus afecte directamente al cerebro, que "viaje por
los nervios y alcance el sistema nervioso central", ilustra el neurólogo,
pero "es algo absolutamente excepcional".
Beatriz Fernández se reincorporó a su
empleo en una multinacional el pasado mes de agosto. Llevaba sin trabajar desde
marzo, cuando se contagió de coronavirus. Aunque hoy en día sigue teniendo síntomas
como dolores musculares, pinchazos por el cuerpo o alteraciones gástricas, la
"niebla mental" se disipó hace un tiempo. "Al mes y pico de
estar en activo comencé a poder funcionar normalmente, no sé si por la
actividad del cerebro o por qué...", dice. Sin embargo, venía de una época
"en la que tienes la sensación de que la mitad de tu cerebro está apagado.
En mi trabajo estoy acostumbrada a llevar veinte temas a la vez, pero llegó un
punto que tenía que apuntar todo y estaba muy lenta". Durante este tiempo,
cuenta, intentó leerse un libro –Permafrost, de Eva Baltasar–, pero no fue
capaz. "Leía una página y tenía que volver hacia atrás". Un día llegó
a meter el mando de la televisión en la nevera "y buscarlo durante
horas". Es lo que llaman en el colectivo, con un toque de humor,
"covidadas".
Fuente: El Diario.es