El cineasta ruso, Maxim Pozdorovkin, residente en EE UU,
rechaza la propaganda del Kremlin y la leyenda de que Rusia necesite un líder
fuerte y autoritario
Pozdorovkin cree que cuanto más tiempo
se prolongue la guerra, más peligroso e impredecible resultará Putin. “La
primera razón es su psicología. En su autobiografía aparece una famosa escena,
en la que Putin niño observa una rata atrapada en una esquina. Aprendió que la
única cosa que la rata puede hacer es morder, nada más. Así que no sabe cómo
rebajar la tensión, no sabe cómo perder, no sabe cómo ser amable. Solo conoce
la agresión, la represalia y el ataque. En segundo lugar está su paranoia sobre
su estado de salud. Sabemos que tiene cáncer de tiroides por una investigación
recién publicada. Le obsesiona poder ser envenenado. En el círculo de personas
que le rodea ha reemplazado a un millar, y ahora está acometiendo una purga en
el seno del FSB [servicio de espionaje, heredero del KGB] y dentro del
Ejército” por los reveses sufridos en Ucrania.
Los sustitutos de los purgados,
subraya el cineasta, multiplican la imprevisibilidad de la reacción de Putin,
porque “como ya vimos con Stalin, son leales sin más, completos imbéciles,
degenerados absolutos que apretarían el botón y seguirían adelante”. Alrededor
del zar, insiste Pozdorovkin, y también en las filas del ejército, “no están
los más talentosos, sino gente de perfil mediano, porque los brillantes han
sido purgados. Eso es aterrador, las mentes más apocalípticas en el FSB son
ahora sus únicas fuentes de información”, explica en su domicilio de Nueva
York.
Pozdorovkin desmonta el cliché de que
los rusos necesitan un líder fuerte, autoritario. “Es peor que un cliché. El
peligro real ahora es que cuando llevas en el poder tanto tiempo [como Putin],
inevitablemente empiezas a compararte con Stalin u otros líderes fuertes, y a
pensar en términos de narrativas históricas conservadoras de conquista y
captura. Una idea muy importante, citando a Hannah Arendt, es que los tiranos
fabrican e inventan las leyes de la historia y luego las cumplen
inevitablemente”.
En contra de los arquetipos
históricos, Pozdorovkin subraya que entre los mentores ideológicos de Putin,
como Aleksandr Dugin (inspirador de la doctrina del eurasianismo) o el difunto
matemático Igor Shafarevich (un disidente soviético que se reconvirtió al
nacionalismo) “no abundan los historiadores, sino gente de ciencia que tiende a
pensar en este tipo de leyes materiales, aunque saben suficiente historia para
poder improvisar”.
El cineasta, apunta un dato revelador
sobre el funcionamiento de la propaganda, así como sobre la honda fractura de
la población entre la credulidad y el cinismo; un foso, a su juicio, en el que
no hay espacio para el cambio. “Rusia tiene una población muy envejecida. A
diferencia de países de Oriente Próximo, como Egipto, con una población muy
joven y educada, allí hay muchos mayores que dependen de la televisión. Lograr
que sea servil y se crea cualquier cosa es lo más fácil”. ¿Y los jóvenes? “Son
tan apolíticos y cínicos sobre la posibilidad de un proceso político [de
cambio] que es muy difícil conseguir que se preocupen por algo tan horrible
como lo que sucede. Es muy preocupante”.
“Muy poca gente en la Alemania nazi
era realmente antisemita de forma violenta. Los había, pero en su mayoría eran
indiferentes o no se preocupaban por las llamadas cuestiones judías, aceptaban
pasivamente [el mensaje oficial]. Y aunque desconfío mucho del paralelismo nazi,
en Rusia se da una versión posmoderna de eso”. Según el cineasta, el discurso
sobre los intereses ocultos de quienes denuncian las atrocidades en Ucrania o
documentan los crímenes de guerra está calando entre los rusos: “Es la visión
que ha penetrado en la sociedad, y la verdadera explicación de los niveles de
apoyo [a Putin] en todas las encuestas, aunque soy muy escéptico sobre algunas
de ellas”.
Tras los porcentajes de aprobación que
Putin cosecha, “no hay que preguntarse si la gente cree realmente que los
ucranios han disparado contra su propio pueblo u orquestado matanzas de la
población [para granjearse el favor de Occidente], sino por las amplias
coordenadas emocionales que se han establecido desde hace una década”, insiste.
Instrumentalizar la historia
La manipulación o instrumentalización
de la historia es otro factor que apuntala del discurso oficial. “Toda la
narrativa de la Rusia de Putin se fundamenta en cambiar la fecha fundacional de
la historia contemporánea de 1917 a 1945, a la II Guerra Mundial y a la
victoria [sobre los nazis], porque representa una especie de mayoría de edad, y
además permite establecer una continuidad entre los 19 primeros siglos de Rusia
y el presente, saltándose el comunismo y permitiendo además el robo del país,
supervisado por el propio Putin”, dice en referencia a la corrupción.
La celebración del 9 de mayo de 1945
—día que oficialmente se conmemora en toda Rusia, y en el antiguo espacio
soviético, como el de la victoria en la Gran Guerra Patria— muestra por qué
“Putin ―una persona que no sabe cómo desescalar, que está cada vez más rodeado
de cañones, que tal vez se está muriendo y es fatalista y no se preocupa por su
propio pueblo― resultará más peligroso si la guerra se prolonga”.
Entre los miles de jóvenes profesionales
que abandonan el país y los más apáticos o cínicos, ¿hay alguna vía intermedia,
capaz de alumbrar un cambio? “No sé, el último mes y medio ha sido muy duro. Ha
sido muy difícil ver algún resquicio de esperanza. Lo único claro es que cada
día que pasa es peor. El éxodo de muchos profesionales podría provocar algún
tipo de colapso económico interno. Pero a la vez, según datos sobre el origen
de los soldados muertos [en Ucrania], ni un solo joven de Moscú o la región de
Moscú ha caído en combate, lo que resulta sorprendente. Eso demuestra que todos
los jóvenes apolíticos y acomodados están comprando la exención de no ser
reclutados. Ninguno de ellos, o tal vez un mínimo 1%, están en el frente, solo
[están] los que proceden de regiones económicamente deprimidas”.
La única esperanza de cambio, apunta
Pozdorovkin, es la suma de imponderables, a cual más negro: que la gente se
vaya a medida que la economía se derrumbe, y viceversa, “y tal vez que los
médicos no sean tan buenos y [Putin] se muera”. La supuesta enfermedad del
líder es un secreto de Estado acorazado entre las paredes del Kremlin.
Fuente: El Pais.com