El filósofo francés Alain Badiou, es uno de los pensadores más influyentes, que no reniega del maoísmo y no vota desde 1969.
Alain Badiou (Rabat, de 85 años) es uno de los filósofos franceses vivos más influyentes en el mundo. Es un intelectual peculiar, un ave extraña: no ha renegado del comunismo ni —más exótico aún— del maoísmo.
En francés acaba de publicar, en la editorial Gallimard, el opúsculo Observaciones sobre la desorientación del mundo.
PREGUNTA.- “Estamos desorientados”, escribe
usted. ¿Qué nos desorienta?
RESPUESTA.- La desorientación son aquellos
momentos de la historia en los que a la población no se le propone ninguna
elección clara. Conocí una época orientada. En política, se enfrentaban una
derecha y una izquierda claramente identificadas. La derecha: conservadora,
nacionalista, partidaria de la propiedad privada. La izquierda: socialista,
comunista e internacionalista, partidaria de una lucha de clases. En Francia había
una elección fundamental: ¿se estaba a favor o en contra de la guerra de
Argelia? ¿Y de las guerras coloniales?
P.- ¿Se acabó todo esto?
R.- Ahora este tipo de definición es difícil de encontrar y
de definir. El mundo dirigente —propietarios de bienes, accionistas, pero
también partidos y diputados— está de acuerdo en que no habrá una
transformación fundamental. Tampoco hay partidos políticos realmente diferentes
unos de otros. La elección política se vuelve muy difícil y confusa, y se
expresa a través de protestas más o menos violentas contra este o aquel punto.
Pero son protestas desligadas de una visión de conjunto. Quienes protestan se
sienten desorientados. No saben cuál será la etapa siguiente, no saben qué
significa su derrota o victoria. Es como un viaje marítimo sin brújula.
“El mundo dominante está de acuerdo en
que no habrá una transformación fundamental”
P.- No le convencen movimientos como
los chalecos amarillos.
R.- Entiendo su naturaleza. Sé que detrás hay una cuestión
real: el abandono progresivo del mundo rural y provincial por las autoridades y
también las poblaciones. Pero el movimiento en sí no indica por medio de qué
método piensa resolver sus problemas. Por falta de una visión clara sobre qué
hacer se busca una cabeza de turco. “¡Es culpa de Macron!”. Se imaginan que,
haciendo caer a Emmanuel Macron, la situación cambiará. Son movimientos de
cólera, pero la cólera no es una buena pasión política porque es negativa:
sabemos qué no quiere, pero no qué quiere.
P.- La pandemia, ¿nos desorientó?
R.- Llegó en una época ya desorientada, pero lo agravó.
Nadie estaba preparado. En el fondo, lo que se impuso fue la cólera, nuestras
costumbres se veían perturbadas: no poder ir al café, tener que llevar
mascarilla, vacuna. La pandemia nos permitió medir hasta qué punto estábamos
desorientados.
P.- ¿Y la guerra en Ucrania?
R.- Recuerda más bien al momento antes de la guerra de 1914,
un conflicto posiblemente mundial que está ligado a situaciones de detalle en
Europa Central, como la Primera Guerra Mundial, que se desencadenó por Serbia y
por disputas por los imperios coloniales. Era un enfrentamiento para saber si
Alemania iba a ser admitida en el club de las grandes potencias. Hoy en el
horizonte está la cuestión de si China va a ser admitida en el concierto de las
naciones. Para que esta situación se clarifique hace falta que Rusia ya no sea
un factor en el juego.
P.- ¿No hay simplemente un país soberano y democrático,
invadido y bombardeado?
R.- ¿Y cuando los americanos bombardearon Belgrado en 1999?
¿No había algo inaceptable ahí? ¿No habría habido que salir de la OTAN? Hay una
disimetría total. ¿Qué fue a hacer el Ejército americano a Afganistán? ¿Por qué
destruyó Irak? En el último periodo, los desperfectos internacionales principales
no son obra de Rusia ni China, sino de las guerras del Ejército americano. Con
nuestro apoyo. Ahora nos damos cuenta de que Ucrania es un país soberano. ¡Irak
también era un país soberano!
P.- ¿Significa que, puesto que
sucedieron aquellos episodios, no hay que decir nada ahora?
R.- Significa que los ejercicios de la soberanía deben ser
igualitarios. Yo soy un antiputiniano resuelto, con más razón aún porque
considero que Putin es el resultado final de la descomposición del comunismo en
Rusia. Hay una agresión injustificada, pero no debe permitir olvidar el
contexto general. ¿Por qué habría que escandalizarse por la agresividad de
Rusia hacia uno de sus vecinos sin escandalizarse por la agresión de EE UU por
todo el mundo? Hay que condenar la acción de Putin, pero desde una
independencia total respecto a la OTAN y los americanos. Yo digo: ni Putin ni
Joe Biden.
P.- Personalmente, ¿usted se siente
desorientado?
R.- La desorientación es una situación, no es algo
subjetivo. Uno puede tener una orientación personal, pero esto no cambiará la
desorientación general. Vivimos en una época histórica confusa. Quiero hacer un
triste pronóstico, que no sé si veré porque empiezo a tener una edad. Las
situaciones mundiales de gran desorientación terminan en una guerra mundial. Es
mi previsión a medio plazo.
El mejor dirigente posible es el mejor
apoderado del capital con buena relación con las ciudadelas del capitalismo. En
este papel, Macron me parece conveniente
P.- ¿Pronostica una guerra mundial?
R.- Pronostico una guerra mundial. Veo multiplicarse los
accidentes —la situación en Ucrania es uno de ellos, pero la derrota americana
en Afganistán era otro— como los que precedieron a la guerra de 1914, más que a
la guerra de 1940, porque la de 1940 era ideologizada, entre demócratas,
fascistas y comunistas: tres protocolos de orientación. La de 1914 era entre
potencias para consolidar la hegemonía.
P.- Francia ha celebrado elecciones
presidenciales. Usted nunca vota.
R.- No he votado desde 1969, entonces lo hice por un
candidato local del Partido Socialista Unificado. Nunca he vuelto a encontrar
razones para hacerlo. Pienso que votar debería ser una de las formas de
expresión de los conflictos de las orientaciones. Pero visiblemente no es esto,
sino una elección para saber si mantenemos al hombre que está en el cargo a
falta de nada mejor.
P.- A falta de nada mejor, ¿Macron?
R.- No a falta de nada mejor, pero está en la lógica de la
desorientación. Marx definía a los dirigentes de las grandes metrópolis
capitalistas como apoderados del capital. Hemos regresado, después de épocas
más complicadas con la larga interrupción de las ideologías socialista y
comunista, al hecho de que el mejor dirigente posible es el mejor apoderado del
capital, aquel que desarrolla el capitalismo local y conserva una buena
relación con las ciudadelas del capitalismo. En este papel, Macron me parece
conveniente.
P.- En las elecciones presidenciales, la candidata de la
extrema derecha, Marine Le Pen, perdió, pero obtuvo su mejor resultado, 13 millones
de votos. ¿Le preocupa?
R.- El aumento de la extrema derecha forma parte de la
desorientación. La ausencia de toda perspectiva más allá de la continuación de
la dictadura parlamentaria del capital, falsamente denominada democracia, ha
empujado a millones de personas al campo de la pura reacción: el deseo de
regresar al pasado y la hostilidad hacia los extranjeros. Mire el desarrollo
del antisemitismo antes de la última guerra mundial. El desarrollo de un
concepto identitario de las naciones, que pretende devolver a su miseria a los
proletarios que vienen de África, Asia o América del Sur, es lo mismo. Y
también es un factor de guerra, civil e internacional.
P.- La unión de la izquierda en Francia, ¿es motivo de
esperanza para usted?
R.- ¿Qué es hoy, en Francia, la izquierda, entre comillas?
¿Los socialistas, completamente descompuestos y dispuestos a aliarse con quien
sea? ¿Los comunistas que tienen la orden de no pronunciar la palabra comunismo
en su propaganda, y que están a punto de convertirse en un grupúsculo? Nuestra
última unión de la izquierda se hizo en 1981 bajo la presidencia de Mitterrand.
¿El resultado? El inicio de la contrarrevolución de los años ochenta y noventa,
que instalaron en Francia un capitalismo ávido y reforzado. La izquierda no
puede unificarse, porque prácticamente no existe.
Fuente: El Pais.com