Un estudio sugiere que el mecanismo de transporte de aguas del Atlántico, decisivo a escala global, amenaza con detenerse con el actual efecto de las emisiones
El principal conjunto de corrientes
oceánicas que llevan inmensas cantidades de aguas desde los mares tropicales a
los del norte se estaría ralentizando debido al impacto del cambio climático.
El último informe de los expertos de Naciones Unidas (el IPCC) publicado este
año llegó a la misma conclusión. Pero ahora, un nuevo trabajo va más allá,
apuntando que la llamada circulación de vuelco meridional del Atlántico (AMOC,
por sus siglas en inglés) colapsará en las próximas décadas si no se reducen ya
las emisiones de gases de efecto invernadero. Incluso le ponen fecha, en torno
a 2057. Sin embargo, otros científicos sostienen que no hay suficientes datos
para esperar el colapso.
Todos
los que se bañen estos días en la playa pueden hacerse una idea de cómo
funciona la AMOC. Al adentrarse unos metros en el agua, notarán que la capa más
superficial está caliente, mientras que las más profundas están más frías. En
ese punto se debe al impacto directo de la radiación solar. Pero a escala
global es algo más complejo. Los mares de aguas ecuatoriales son más cálidos y
cuanto más caliente, menos densa y pesada es el agua, que viaja en forma de
corrientes como la del Golfo hacia latitudes más altas. En su camino, atempera
el norte y el sur del Atlántico y el clima de Europa occidental y el Este americano.
En el extremo de este sistema circulatorio sucede lo contrario: las aguas más
frías de las zonas árticas se hunden hasta el fondo y viajan hasta las zonas
ecuatoriales. A pesar de su nombre, la AMOC no se queda en el Atlántico. Debido
a la mayor temperatura relativa y salinidad del Pacífico y el Índico, la
circulación atlántica también llega hasta estos océanos. Aunque su impacto más
evidente es en el clima, también afecta a la distribución de residuos o
nutrientes por todos los mares del planeta.
“La
AMOC pasó de un estado débil al actual con el fin de la última glaciación, hace
12.000 años”, recuerda la investigadora de la Universidad de Copenhague
(Dinamarca) Susanne Ditlevsen, coautora del nuevo trabajo sobre el posible
colapso. Hace 12 milenios, cambiaron tanto las condiciones climáticas que
también facilitaron las grandes revoluciones protagonizadas por los humanos que
vinieron después: expansión por todo el planeta, agricultura, urbanización...
“El aumento de la cantidad de agua dulce [por el deshielo] está frenando la
AMOC, que se va ralentizando hasta pasar a un estado débil”, añade la
matemática. El agua dulce ártica, aunque fría, es menos densa que la salada,
por lo que se hunde peor, interfiriendo en el circuito. “El problema es evaluar
la cantidad de agua dulce”, termina.
Los
que han estudiado la evolución de la AMOC tienen claro que el factor
desestabilizador está siendo el deshielo de Groenlandia y, en menor medida, la
acelerada pérdida del hielo marino del Ártico, ambos provocados por el
calentamiento global. Lo difícil es determinar su impacto concreto en la
circulación oceánica. Datos directos del estado de las corrientes solo se
tienen desde 2004, gracias a sensores en profundidad, boyas o barcos. Pero 20
años son muy pocos para diferenciar entre la variabilidad natural o un proceso
provocado por las emisiones humanas. Así que hay que buscar indicadores
indirectos del estado en el pasado de esta cinta transportadora oceánica
(circulación termohalina). Ditlevsen y su hermano Peter, climatólogo en la
misma universidad danesa, han usado los registros de la temperatura superficial
del mar en el Atlántico norte desde hace casi dos siglos como pista.
“Desde
finales del siglo XIX se produjo un cambio drástico. Desde 1880 y cada década
más, en una situación que no puede compararse con la situación preindustrial”,
dice la matemática del Instituto Niels Bohr de la universidad danesa. Apoyados
en esos datos y usando complejas herramientas estadísticas, los hermanos
Ditlevsen muestran en los resultados de su trabajo, publicados en Nature
Communications, que la AMOC podría colapsar mucho antes de que acabe el siglo.
Sus números dicen que, con muy alta probabilidad, el paso de un estado a otro
sucedería en torno al año 2057. “Sé que es lo más controvertido del trabajo y
me gustaría equivocarme. Pero, si las emisiones siguen como hasta ahora, los
resultados que obtenemos son los que son”, termina Susanne Ditlevsen.
Dudas
entre otros científicos
El
servicio de información científica SMC ha hecho una ronda de preguntas con
expertos en la corriente oceánica del Atlántico. Casi hay unanimidad. El
trabajo de los hermanos Ditlevsen es novedoso por su apoyo en herramientas estadísticas
y no tanto en modelos climáticos. También lo es por detectar unas posibles
señales de alerta temprana que indicarían el paso de un estado fuerte a débil
de la AMOC. Pero comparten la idea el climatólogo Pablo Ortega de que hay mucha
incertidumbre, y basar el cambio en la circulación oceánica en un único
indicador es arriesgado. Como dice Penny Holliday, principal investigadora de
la OSNAP, un programa internacional para estudiar la AMOC: “Su colapso
impactaría profundamente a cada persona en la Tierra, pero este estudio exagera
la probabilidad de que ocurra en los próximos años”.
Consenso
final de los científicos sobre las consecuencias
En
lo que sí coinciden todos es que tal colapso tendría consecuencias globales.
“La AMOC controla el transporte de calor casi a escala planetaria”, dice
Ortega. Así que el fin de este reparto térmico enfriaría la mayor parte del
hemisferio norte, en especial Europa occidental, y calentaría las porciones
oceánicas ecuatoriales, ya calientes de por sí. Más allá del clima, la
corriente oceánica atlántica es esencial para el reparto de nutrientes y
sedimentos que sostienen toda la biodiversidad que vive en los mares, en
especial en el Atlántico.
Lo
siguiente podría decirlo un apocalíptico climático, pero lo declaraba Hollyday
a la división británica del SMC: “El calor se acumularía en el océano austral y
el Atlántico sur, pero en los continentes del sur, las temperaturas también
disminuirían. Las principales zonas de lluvia cambiarían, lo que llevaría a
mucha menos lluvia en Europa, América del Norte y Central, África del Norte y
Central y Asia, y más en el Amazonas, Australia y el sur de África. El hielo
marino se extendería hacia el sur desde el Ártico hasta el Atlántico norte
subpolar y el hielo marino antártico se extendería hacia el norte”
Fuente: El Pais.com