Q es un movimiento conspiranoico que nació en Estados Unidos en 2017 y que, al calor de la pandemia global, se está extendiendo a países europeos, incluida España. Creado por y para las redes ha acabado saltando a las calles en las manifestaciones de los negacionistas contra las medidas anti-Covid19.
Las próximas
elecciones en Estados Unidos son cruciales para los Q porque enfrentan a lo que
ellos consideran “el Bien”, encarnado por el republicano Donald Trump, con “el
Mal”, el demócrata Joe Biden. Los expertos temen una reacción violenta de los
seguidores de Q si Trump pierde.
El presidente de
Estados Unidos y sus generales libran una guerra secreta. Muchos de sus
enemigos en el “Estado profundo” –las élites políticas, económicas y
mediáticas– ya están entre rejas, si bien la prensa tradicional continúa
fingiendo que llevan vidas normales. Otros andan sueltos, practicando rituales
satánicos, organizando redes de pedofilia y haciendo sacrificios de niños para
obtener adrenocromo, un compuesto químico al que han desarrollado una adición
insaciable.
Esta es la trama de
QAnon, la teoría conspirativa que cumple tres años ganando adeptos entre los
seguidores de Donald Trump. Lo que en su momento parecía un ejercicio de troleo
sin precedentes –el usuario que promovió estos bulos en redes sociales adaptaba
el guión de una novela publicada en 1999 por un colectivo anarco-comunista
italiano– ha dejado de ser una excentricidad con tintes cómicos.
QAnon: The Great
Awakening (“el gran despertar”), libro escrito a 24 manos anónimas, ha llegado
a figurar entre los best-sellers de Amazon. Apple tuvo que retirar una
aplicación diseñada para publicar actualizaciones de la conspiración (llamada
QDrops, en honor a las “entregas Q” en las que se relatan los eventos más
reciente de la trama) cuando alcanzó el décimo puesto de su App Store. Los
seguidores de QAnon aparecen regularmente en los mítines de Trump, portando
pancartas con forma de “Q” gigante. También se han apropiado del hashtag
#SaveTheChildren, haciendo descarrilar una campaña real contra el tráfico de
personas.
El 2 de octubre, la
Cámara de los Representantes aprobó una resolución condenando al movimiento
generado en torno a esta teoría conspirativa. Nancy Pelosi, presidenta del
Congreso, lo describe como “un claro e inmediato peligro” para EEUU. Hace
tiempo que la paranoia saltó de las redes sociales a la realidad. Su impacto en
la sociedad estadounidense: familias desgarradas, individuos que planean
atentados terroristas inspirados por este relato y un clima político aún más
envenenado que de costumbre.
¿Cómo es posible que
una teoría delirante obtenga tanto seguimiento? En los círculos de QAnon –que
el FBI ya describe como una amenaza terrorista doméstica– es común anunciar que
“se avecina una tormenta”, en referencia a unas palabras de Trump interpretadas
como señal de que el “Estado profundo” está a punto de ser depurado. Lo cierto
es que su crecimiento es el resultado de una tormenta perfecta, en la que se
juntan la propia naturaleza de la teoría, el clima político de EEUU, los
ecosistemas de redes sociales y el vendaval del Covid-19.
Redes, crispación y
confinamientos
El primer factor de
peso hay que buscarlo en las características de la propia teoría. QAnon es una
conspiración febril, que recuerda a los libelos de sangre antisemitas y los
pánicos religiosos que se desatan en EEUU de manera recurrente. Pero también es
capaz de asimilar en su narrativa teorías conspirativas alternativas: ovnis, el
asesinato de John F. Kennedy, los atentados del 11 de septiembre como una
operación encubierta, etcétera. A esta flexibilidad se une la naturaleza
interactiva de las “entregas Q”. Sus adeptos deben descifrar las “migas de pan”
publicadas en redes sociales, que emplean un lenguaje vago y críptico para
explicar lo que pronto pasará. Así, además de paranoicos se mantienen
entretenidos.
Sirve como ejemplo de
esta capacidad de adaptación y creatividad el reciente ingreso de Trump en un
hospital militar tras testar positivo en Covid-19. El presidente anunció que se
recluiría ahí con la primera dama y que pasarían la enfermedad “together”, es
decir, juntos. Los seguidores de Q interpretaron que se protegería en el
hospital mientras arrestaba a una nueva ronda de enemigos, en concreto a
Hillary Clinton. Estaba ahí “to get her”, es decir, para pillarla.
Como se ve, las redes
sociales son otro factor clave en la diseminación de la teoría. QAnon nació en
el foro 4chan (actualmente se ha trasladado al aún más extremista 8kun). Como
con otros procesos de radicalización –incluyendo los de la alt-right y de terroristas
islámicos– Facebook se ha convertido en un lugar de captación. La red social,
que en agosto eliminó 790 grupos vinculados a QAnon, acaba de anunciar que no
tolerará la promoción de este relato en su plataforma. Twitter tomó una
decisión similar en verano al purgar 7.000 cuentas vinculadas a QAnon. Pero
llegan tarde. La conspiración “no existiría en el volumen actual sin la
recomendación de algoritmos en las grandes plataformas tecnológicas”, explica
el experto en desinformación Alex Newhouse a la cadena France24.
La pandemia se
combina con los dos factores anteriores para amplificar el discurso de QAnon.
Por una parte, el Covid-19 trajo consigo nuevas conspiraciones. Bill Gates
desarrolla vacunas con microchips, los barcos médicos de Nueva York gestionan
una red de tráfico de niños, la pandemia ni siquiera existe, etc. El documental
conspiranoico Plandemic, lanzado en mayo y que pronto se volvió viral, cataliza
varias de estas obsesiones, que también se han manifestado en países como
España o Alemania. De nuevo, la ductilidad de QAnon le permite absorber estas
ideas dentro de su narrativa general. A ello se añade que los confinamientos
han multiplicado la exposición de los ciudadanos a las redes sociales, y con
ello a las teorías que por ellas circulan. The Wall Street Journal señala que
el número de miembros en diez grandes grupos de Facebook sobre QAnon se
multiplicó por seis desde el inicio de los confinamientos.
Un cuarto factor ha
sido el inicio de los disturbios tras la muerte de George Floyd a manos de la
policía el pasado mayo. En la forma en que Trump ha lidiado con el movimiento
Black Lives Matter –en concreto, con su despliegue de fuerzas federales en
Portland, principal ciudad de Oregón, donde parecen arrestar a manifestantes de
manera extrajudicial–, los seguidores de “Q” ven cumplidas una de las primeras
promesas de su teoría, anunciada en noviembre de 2017, según la cual una oleada
de arrestos era inminente. Jo Rae Perkins, la candidata republicana al senado
en ese Estado, apoya abiertamente a QAnon. El portal de investigación Media
Matters señala que 23 candidatos republicanos al Congreso han apoyado
abiertamente al movimiento.
Por encima de todos
ellos está Trump, que también ha expresado simpatía por los conspiracionistas,
retuiteando a cuentas vinculadas con QAnon y describiendo a sus seguidores como
“gente que ama nuestro país”. La polarización extrema de la sociedad
estadounidense es la variable final que explica el avance de QAnon. En una
sociedad en la que republicanos –crecientemente radicalizados– y demócratas se
encuentran cada vez más divididos y desconfían mutuamente, pensar que el bando
rival lo dirige una cábala de pedófilos es un recurso tan peligrosos como
socorrido.
En un artículo
reciente, Francis Fukuyama destaca cómo las pandemias inflan el pensamiento
pensamiento paranoico y este, a su vez, tuvo un papel clave alimentando el auge
del fascismo. El politólogo señala la flaqueza de EEUU en tres variables
indispensables para hacer frente al mundo tras el Covid-19: capacidad de
Estado, confianza social y liderazgo. Nada indica que QAnon y lo que representa
vayan a desaparecer tras las elecciones presidenciales.
Fuente: Politica
Exterior.com y Rtve.es