PP y Vox trabajan ya en estrecha coordinación para alimentar la ira y la
rabia popular contra la gestión de Pedro Sánchez, con el apoyo de los diputados
del partido político de Ciudadanos, en los parlamentos autonómicos.
Pablo Casado advierte, que ante un rebrote de la epidemia “no podemos
volver a parar la economía” e insiste, que “España debe convivir con el virus”.
Por su parte, Santiago Abascal acusa a Pablo Iglesias de llamar a la guerra
civil desde la tribuna de las Cortes y de “reivindicar la lucha de clases y el
comunismo totalitario que pretende enfrentar a la sociedad española”. Ambos
partidos, PP y Vox, han tejido una poderosa alianza que cuenta con el aval de
las élites empresariales y financieras, hartas de tanto socialismo. Populares y
verdes ya solo trabajan con un único objetivo: derrocar como sea a la
izquierda, de modo que pretenden convertir la supuesta Comisión de
Reconstrucción del país en una comisión para la destrucción del Gobierno. Para
ello han elegido un lema fácil que está calando en millones de personas
aterrorizadas y hastiadas por la pandemia: que Pedro Sánchez pague la cuenta, o
sea “las nóminas de los españoles a los que prohíbe trabajar”, y se marche.
La operación de las derechas (más bien conspiración) ha quedado al
descubierto en las últimas horas con las caceroladas orquestadas en los barrios
finos de Madrid. La revolución de los ricos ha estallado, quién lo iba a decir.
Ya ni siquiera esconden sus intrigas y hasta Isabel Díaz Ayuso, de lengua
ligera e indiscreta, lo ha reconocido abiertamente: “Esperen a que la gente
salga a la calle, que lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma”. La
amenaza está servida y Moncloa debería tomar buena nota de un plan que ha sido
diseñado casi como un golpe de Estado, solo que no habrá regiones militares
levantándose en armas sino la imparable expansión del propio coronavirus, un
arma bacteriológica letal en manos de la extrema derecha que vuelve a repuntar
con fuerza en España en los últimos días. El propio Fernando Simón reconoce no
saber por qué la curva vuelve a enderezarse cuando se estaba aplanando ni por
qué aumenta el número de contagiados y muertos. La única explicación que da es
que lo están estudiando. Por si fuera poco, la OMS avisa: el virus puede que no
se vaya nunca.
En ese escenario dramático para el país, PP y Vox tienen clara cuál es
la estrategia a seguir: primero instigar la revuelta de los “borjamaris y
cayetanos”, o sea las clases sociales altas y medias que tienen pánico a perder
sus privilegios y a que la factura de la crisis recaiga sobre ellas en forma de
impuestos, tal como ha anunciado el Gobierno. Después llevar el incendio a los
barrios más pobres y deprimidos de Madrid, los que están sufriendo con mayor
rigor el impacto de la epidemia y que empiezan a impacientarse porque la
prometida renta mínima vital no termina de llegar. Poco a poco se irán sumando
a la revuelta otras ciudades del territorio nacional donde la extrema derecha
tiene un fuerte tirón como Valencia o Sevilla. Como en el 36 pero con el
covid-19 en lugar de Queipo de Llano. Casado y Abascal están convencidos de que
Barcelona se levantará también en algún momento, aunque en este caso serán los
independentistas los encargados de activar el temporizador del estallido
social. Paradójicamente Quim Torra será el mejor aliado de la ultraderecha
española en este golpe de gracia al socialismo español.
El tiempo juega en contra de Sánchez y a favor de los golpistas y sus
legiones de “cayetanos”, ricos y pijos azuzados al grito de “libertad libertad”
contra el Gobierno chavista bolivariano. Tras meses de discurso machacón, las
derechas por fin han conseguido hacer realidad su más ansiada distopía: materializar
a costa de bulos y mentiras la fábula de la España convertida en la Venezuela
de Europa. Resquebrajada la credibilidad del mariscal Simón y del Estado Mayor
científico de Moncloa, que no consigue contener la pandemia, las derechas no
tienen más que seguir invocando la libertad arrebatada a los españoles por un grupo
de nostálgicos comunistas; promover la indignación popular; sacar a la gente a
la calle (cuanta más mejor para que haya más contagio y destrozar las buenas
estadísticas cosechadas); y esperar a que la Sanidad pública colapse como a principios
de la pandemia. Ese será el momento crítico, la constatación del fracaso del
Gobierno y la ruina que para España ha supuesto el confinamiento durante meses.
O tal como dice Casado: “No podemos volver a parar la economía… España debe
convivir con el virus…”
Con los hospitales nuevamente llenos de enfermos y mucha gente hastiada,
sin trabajo, perdiendo el miedo al contagio y saliendo a la calle a
manifestarse (Vox ha llegado a convocar protestas en coche para colapsar las
principales ciudades españolas) el éxito de la conspiración parece asegurado.
El portavoz de Unidas Podemos en el Congreso, Pablo Echenique, ha acertado de
pleno: “Por muy ridículas que sean las manifestaciones de la clase alta, golpeando
señales de tráfico con palos de golf y cucharas de plata, la cosa es seria. Una
minoría privilegiada no puede saltarse las normas y ponernos en peligro a
todos. Las autoridades deben actuar”. La afirmación del Stephen Hawking de la
izquierda española resulta de una lógica aplastante. Ahora bien: ¿actuar las
autoridades? ¿Significa eso más multas, más detenidos, más represión? Munición
para Casado y Abascal. Todo ese escenario forma parte del maquiavélico plan de
desestabilización, del golpe de Estado vírico tramado por las derechas. Sin
duda, la Policía actuará con contundencia en los barrios obreros pero hará la
vista gorda en los distritos ricos. Más motivos para la indignación popular,
más veneno para el Gobierno, que si no mueve sus fichas con habilidad quedará
atrapado sin remedio.
El golpe en marcha solo puede ser frenado si se agilizan los trámites
para que millones de familias que ya no tienen qué comer puedan cobrar una
renta vital básica. De ahí que Pablo Iglesias se haya apresurado en las últimas
horas a garantizar que la medida será aprobada de inmediato en los próximos
Consejos de Ministros. El problema es que con los “borjamaris y cayetanos”
movilizando sus cacerolas y sus mejores vajillas en airadas protestas
callejeras ya hasta eso parece poco para salvar al Gobierno.
Fuente: Diario16.com