Si no llega a un acuerdo que rebaje el castigo occidental, Moscú se enfrenta a una progresiva desindustrialización que irá mermando poco a poco sus niveles de riqueza y empleo, alertan los analistas
El país se
sobrepuso en un primer momento a las sanciones impuestas como represalia a su
guerra en Ucrania, pero algunos de los economistas más renombrados del país
coinciden en que la crisis real amenaza con estallar en los próximos meses si
no se produce pronto un giro de 180 grados en el conflicto. Además, no parece
haber un plan claro: arrecian las críticas ante los problemas para sustituir
las importaciones, y el Gobierno ha pasado de defender a ultranza su
pertenencia a la Organización Mundial del Comercio (OMC) a querer abandonarla.
El presidente Vladímir Putin insiste en que Rusia seguirá formando parte de la
cadena económica mundial, pero su aislamiento podría disparar sus aranceles al
nivel de los de Corea del Norte.
“Elvira Nabiúllina y
otra gente importante hablan con sinceridad de que (la crisis) llegará cerca
del tercer trimestre. Las sanciones se acumulan y en las fábricas hay reservas
para dos o tres meses, pero más adelante todo será mucho más difícil”, afirma
al otro lado del teléfono Alexéi Portanski, el exdirector de la oficina que
logró la adhesión de Rusia a la OMC en 2012. El profesor de la Escuela Superior
de Economía de Moscú hacía mención al discurso que pronunció en abril la
gobernadora del banco central de Rusia ante el Parlamento. “El periodo en el
que la economía ha podido vivir de las reservas se ha terminado”, alertó
Nabiúllina, un anuncio que se aproxima aún más después de que la Unión Europea
haya acordado una nueva ronda de sanciones, que van desde la prohibición
parcial de importar petróleo ruso al castigo a Alina Kabaeva, la supuesta novia
de Putin.
Las aerolíneas rusas
son el fiel reflejo de su economía actual. Pese a tener vetado el espacio aéreo
europeo, siguen operando dentro del país con supuesta normalidad. Pero han
dejado en tierra varios aviones para canibalizar sus piezas porque ni Boeing ni
Airbus envían reemplazos, con el peligro que ello supone. Mientras tanto,
producir el nuevo Superjet-100 —que ya sufrió varios accidentes— es inviable
porque sus motores son franceses. Las autoridades se plantean resucitar el
soviético Tu-214, que fracasó por poco eficiente.
“La producción no se
parará del todo. El problema es que hemos entrado en una regresión, la
producción no se basará en tecnología moderna, sino anticuada. Será un proceso
de desindustrialización porque por culpa de las sanciones habrá restricciones
tecnológicas”, advierte Portanski, quien recalca que esto “aumentará el desempleo,
mientras que la calidad de la producción será peor”. “Esto será un proceso
continuo, no inmediato, un camino a largo plazo”, agrega el profesor.
Tres ejemplos
recientes. Primero, Taiwán, el mayor exportador de microchips del mundo, acaba
de vetar el envío a Rusia de los que superen los 25 megahercios, por lo que
solo se podrán importar los que utilizan electrodomésticos muy básicos. En
segundo lugar, un tribunal de la localidad rusa de Perm ha pedido un permiso
especial para comprar ordenadores con Windows en vez de software ruso porque no
funcionan sus programas. Y, por último, la aerolínea Kamchatka ha dejado de
volar por no poder arreglar sus Cessna, mientras que S7 ha confirmado que
canibalizará piezas de sus aviones. Además, RhZD, la compañía ferroviaria rusa,
ha suspendido varios trenes de alta velocidad por unas supuestas obras justo
después de que su fabricante, Siemens, anunciase que abandona el país y cancela
su mantenimiento.
El economista
Portanski se muestra prudente al pedirle una previsión para este año.
“Cualquier pronóstico es prematuro, hay un factor político enorme. Si se llega
a algún tipo de acuerdo sobre Ucrania, la situación económica puede
normalizarse. Si el conflicto se hace más profundo, entonces los peores
pronósticos pueden cumplirse”, advierte.
Caída del PIB
Las previsiones de
fondos e instituciones abarcan caídas del 8% al 30% del Producto Interior Bruto
(PIB) este año, mientras que la inflación rondaría entre el 18% y el 20%
oficial actual, aunque puede empeorar. Además, muchos productos importados,
como teléfonos, serán cada vez más difíciles de conseguir. Pese al mito de la
alianza entre Moscú y Pekín, gigantes chinos como Xiaomi y Lenovo también han
suspendido gran parte de sus exportaciones.
Tras la introducción
de las primeras sanciones a finales de febrero, la moneda rusa se hundió desde
unos 90 rublos por euro a más de 160. Sin embargo, el minicorralito impuesto
por el banco central ruso y el desplome de la demanda de divisas extranjeras
(fruto de la incapacidad de importar casi ningún producto) lo fortalecieron a
un cambio cercano a 60.
Pero hay truco. Los
dólares y euros adquiridos a partir del 9 de marzo solo se pueden sacar en
rublos de la cuenta bancaria como mínimo hasta septiembre —y no se sabe qué
pasará en otoño—. Al hacer la prueba esta semana con Sberbank, el mayor de
Rusia, este ofrecía euros a 90 rublos si se compran en efectivo, o a 70 si se
quedan tomando polvo en la cuenta. Es decir, el mismo cambio que había antes de
la ofensiva y sin tener en cuenta que aún queda por levantar parte del
minicorralito.
“Este tipo de cambio
no aguantará”, cree Portanski. Su opinión es compartida por fondos de inversión
rusos como LockoInvest e Ingosstraj-Investments. El jefe de Macroeconomía de
este último, Antón Prokudin, prevé que la depreciación del rublo “se notará
este año a medida que se levanten las restricciones, y el próximo por la caída
de los precios de las materias primas y la plena vigencia de las sanciones”.
Sin libre mercado, el
tipo de cambio es relativo. En los años ochenta, la paridad del rublo con el
dólar era de menos de 100 kopeks (céntimos), pero los vaqueros se introducían
de contrabando. Ahora, Moscú ha legalizado el contrabando para muchos
productos.
Sin un plan sólido
Antes de la guerra,
el Kremlin se fijó 2030 como horizonte para que el 70% de sus exportaciones
fueran no energéticas. Ahora ese objetivo parece una quimera. Norteamérica,
Europa y parte de Asia han reclamado a la OMC excluir a Rusia de la cláusula de
nación más favorecida, lo que podría disparar sus aranceles al 35%, nivel que
solo alcanza el régimen norcoreano de Kim Jong-un.
La delegación rusa
protestó enérgicamente en marzo por esta discriminación y su Ministerio de
Economía paró los pies a una propuesta parlamentaria de la formación Rusia
Justa-Por la Verdad para abandonar la organización. “La OMC es la única
plataforma internacional donde Rusia puede defender activamente sus intereses
económicos”, respondió el Gobierno.
Aquel rumbo apenas
duró un mes. El portavoz de la Duma Estatal, Piotr Tolstói, anunció el 16 de
mayo que su país ha dado los primeros pasos para abandonar la OMC y la
Organización Mundial de la Salud.
Antes de comenzar la
ofensiva, el Kremlin aseguraba haber logrado al 90% su plan de sustituir importaciones
por producción rusa. Hace unas semanas, Putin lo redujo a “los sectores
críticos”. A diferencia de la campaña militar, políticos y empresarios han
comenzado a criticar abiertamente lo que consideran “un fracaso” del plan de
sustitución de importaciones, aunque el sector duro reclama planes
quinquenales, mientras los emprendedores imploran normas de libre mercado.
“Es cierto, el
programa ha fracasado totalmente. No hay nada más allá de cháchara en las
instituciones. Nuestra gente lo ve en los bienes de consumo y otros sectores”,
dijo en mayo Andréi Klishas, presidente del comité de la Cámara alta para la
Legislación Constitucional y Construcción del Estado.
Klishas citaba a la
portavoz del Senado, quien urgió a revisar un plan que consideró “demasiado
suave”. A ellos se sumó el presidente del Comité Anticorrupción, Kiril Kabánov,
que pidió castigar a los empresarios que no han cumplido los mandatos del
Kremlin. “Es hora de cercenar los apetitos de una serie de actores que
anteponen sus intereses personales a los estatales con proyectos que hoy son
irrelevantes, como por ejemplo los coches eléctricos”, añadió Kabánov en una
oda al aislamiento.
Por el contrario, el
empresario Oleg Deripaska, dueño de Rusal, la mayor multinacional de aluminio
del mundo, lo que la salvó de las sanciones, ha exigido el fin del “capitalismo
de Estado” ruso. En su opinión, esta crisis será tres veces más grave que la de
1998.
Mientras, las
escuelas rusas han recibido un manual para enseñar a los niños una nueva
lección, según publicó el medio RBK. El maestro debe citar a Putin —”Rusia está
bajo una presión exterior sin precedentes”, según el mandatario— y luego
preguntarles las medidas del Gobierno contra el castigo impuesto por “su
operación militar especial en Ucrania”. La conclusión final es que la economía
rusa está preparada gracias a las medidas adoptadas por Putin estos últimos
años.
Fuente: El Pais.com