Taiwán y Corea del Sur concentran el 81% del mercado global de fabricación de semiconductores. La dependencia agita la tensión entre China, EE.UU. y la UE
Sin
semiconductores no hay ordenadores, ni smartphone.
Pero tampoco
automóviles, aviones, consolas de videojuegos o cualquier dispositivo que integre
inteligencia artificial, como avanzadas tecnologías de la salud o
telecomunicaciones y un cuasi infinito etcétera, ya sea a la hora de elaborar
estos productos o en su versión final.
Los
semiconductores, son ese minúsculo motor que mueve las tecnologías del siglo
XXI. Apenas se fabrican de forma física o funden, según el argot del sector, en
dos países ubicados en una de las zonas del mundo más calientes, donde se
encuentran frente a frente los intereses occidentales y los de China donde las tensiones van in crescendo, como son Corea del Sur y sobre todo Taiwán.
Porque en
esta isla cuya soberanía está reclamada por Pekín, lo pequeño es grande. El 25%
de su territorio, un espacio un poco más limitado que el de Asturias, concentra
al 75% de toda su población, sobre 17 millones de personas. Y este la
fabricación del 63% de los semiconductores de la totalidad del mercado en el
mundo.
Sólo le
sigue de lejos Corea del Sur, con el 18%. Entre uno y otro llegan al 81% del
total. Un cuasi duopolio. Porque luego aparece China con apenas el 8% según
datos finales del 2020 de TrendForce. Europa y EE.UU. son testimoniales. Y eso
pese a que gran parte de su economía y estilo de vida dependen de ellos.
“La
concentración de productos altamente complejos como este tipo de chips high-end
en algunas regiones, no es algo extraño. Y es precisamente fruto de la idea de
que su conocimiento tácito no es fácil de trasladar y suele agruparse”, relata
Clàudia Canals, economista principal de CaixaBank Research.
Se ve, por
ejemplo, en las empresas tecnológicas estadounidenses, muy concentradas en
Silicon Valley. Pero en el caso de las obleas en la base de la tecnología del
siglo XXI, láminas las más de las veces de silicio en las que procesos
microscópicos y llenos de color dibujan microcircuitos por fotolitografía casi
imperceptibles (los últimos, de dos nanómetros, lo que equivale a dividir el
grosor del cabello humano en 50.000 partes y recoger apenas dos), están en
apenas dos manos. Y las más de las veces, además, en dos empresas privadas:
TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company) y Samsung.
La
taiwanesa TSMC ocupa el 54% del mercado de los chips que permiten ejecutar operaciones
a la velocidad de la luz y memorizar millones de bits de información. La
coreana Samsung el 17%, según los datos del 2020 que continúan en este 2021.
Entre ambas, el 71% del mercado. Y ambas en el mar de la China Oriental. Frente
a Pekín. De ahí hoy el temor en Occidente a sus implicaciones para la cadena de
suministro de estos componentes.
Porque,
aunque Occidente colidera el desarrollo de los diseños de componentes (TSMC
utiliza de una forma mayoritaria equipos fotolitográficos de la neerlandesa
ASML, por ejemplo), Taiwán y Corea del Sur dominan la fabricación de los chips
y sus innovaciones. Aunque fuera Intel, con sede en Silicon Valley, California,
quien sacara el primer microprocesador en 1971; hoy prácticamente ha
desaparecido del negocio de fundición. Entre los clientes de estas empresas de
Extremo Oriente están, de hecho, las empresas de chips sin fábrica (o fabless,
como se las conoce en el sector) más grandes del mundo como Qualcomm, Broadcom,
Nvidia o AMD. Empresas especialistas en su diseño y diseño que luego licencian.
Y de ahí la
duda: -“¿Por qué han hecho posible esta concentración?”, se pregunta.
-“Desde los
años 80 los circuitos se han ido miniaturizando y una fábrica que sea capaz de
integrar transistores cuyo tamaño mínimo ronda los 10nm tiene un coste
elevadísimo. Para rentabilizarla es necesario vender a gran escala, no sólo
productos propios sino de otras compañías, lo que sólo se consigue en mercados
de consumo. Por otro lado los precios de venta han bajado en los últimos años de
manera muy importante. Esto ha propiciado una especialización”, responde a La
Vanguardia Susana Patón, profesora titular de tecnología electrónica de la
Universidad Carlos III de Madrid.
“La clave
del negocio de fundición es no competir nunca con los clientes y mantener la
propiedad intelectual en secreto”
Kuan-Neng
Chen
Especialista
en ingeniería electrónica y vicepresidente de la Universidad Nacional Yang Ming
Chiao Tung
Los costes
de poner en marcha una sola fábrica se estiman en unos 10.000 millones de
euros. “Sin chips electrónicos la economía retrocedería medio siglo pero
instalar una planta moderna puede costar 16.000 millones de euros, más que una
planta nuclear o que fabricar un portaaviones”, aventuraba por su parte en
Dinero, Xavier Ferràs, profesor especializado en innovación de Esade. “No habrá
respuesta rápida de la industria para compensar la sobredemanda”, concluía.
Y de ello
se ha aprovechado de forma clara Taiwán. Y más que en ningún otro lugar en el
parque tecnológico de Hsinchu, al sur de Taipei, en la costa occidental de la
isla. Allí tienen su sede TSMC y la gran mayoría de las compañías que fabrican
de forma física los chips en el país.
-“¿Y por
qué no se las replica?”, se pregunta, de nuevo.
-“La clave
del negocio de fundición es no competir nunca con los clientes y mantener la
propiedad intelectual en secreto. Esto las empresas de Taiwán lo han hecho muy
bien mientras que otras del mundo pensaron en desarrollar sus propios
productos. Además este negocio requiere de una acumulación de experiencia y
disciplina en la gestión del negocio para garantizar un alto rendimiento. Y las
empresas de Taiwán tienen ambas”, detalla Kuan-Neng Chen, especialista en
ingeniería electrónica y el vicepresidente de la taiwanesa Universidad Nacional
Yang Ming Chiao Tung.
Es así que
da igual si los chips a veces adquieren la forma de microprocesadores, otras de
chips de memoria, a menudo de tarjetas gráficas, y más. Este producto,
minúsculo, que en el día a día pasa más que desapercibido y la más de las veces
es comercializado por otras marcas, es básico en alrededor del 70% de los
productos tecnológicos del mundo, según la consultora Deloitte. Sean de Apple o
Alibaba. De Volvo, Airbus o Nintendo. Y se funden en contados países y
empresas.
Lo asume en
primera persona en conversación con este diario Wayne Huang, vicepresidente de
operaciones de Fairphone, compañía neerlandesa para la fabricación de los
smartphone con la sostenibilidad por guía: “Nosotros empleamos una estrategia
de desarrollo de producto similar, porque invertir en la manufactura tiene
muchos más riesgos que construir un equipo de ingeniería. Por ejemplo, en
inversión de capital inicial, que especialmente para las fundiciones es enorme.
Mientras TSMC y Samsung están avanzando con su I+D y reduciendo sus costos al
producir más chips de un tamaño fijo, los demás lidian con costos aún más
altos. No es una sabia decisión empresarial el seguir con su negocio de
fundición”.
La decisión
de qué hacer, con todo, también es de seguridad nacional.
EE.UU. ha identificado
en la dependencia de Taiwán y Corea un posible punto de estrangulamiento
James A.
Lewis
Director
del programa sobre tecnologías estratégicas y vicepresidente del Center for
Strategic and International Studies
Porque con
Taiwán en su centro, resurge el dilema sobre las consecuencias de ubicarse en
lo que The Economist tildaba del lugar “más peligroso de la tierra”. Por tener
detrás a EE.UU. Delante a la República Popular de China. Y por quedar en medio
de un juego entre potencias el epicentro de un producto indispensable y
“estratégico”, en palabras del comité de Exteriores del Senado de EE.UU.
-“¿Cómo
puede afectar a la seguridad global?”
-“Cuando
China parecía un país amigo, todos se sentían cómodos con una cadena de
suministro global centrada en la costa del Pacífico. Pero con la pandemia los
gobiernos están nerviosos y EE.UU. ha identificado en la dependencia de Taiwán
y Corea del Sur un posible punto de estrangulamiento en el que China podría
intentar ejercer una influencia perjudicial. Cómo actúa en Hong Kong, Xinjiang
y los mares del sur es muy preocupante. No hay peligro inmediato, pero
Washington y Bruselas no están dispuestos a correr el riesgo”, dice James A.
Lewis, director del programa de tecnologías estratégicas y vicepresidente del Center
for Strategic and International Studies estadounidense.
Por eso que
EE.UU. planee aumentar su producción de semiconductores. Europa hace algo
similar. Son de los mayores consumidores de semiconductores del mundo junto a
China, y en ambos casos se busca con la colaboración tecnológica de Samsung o
TSMC –las dos, es más, ya firman acuerdos en Washington y hacen lobby. Pekín,
por su lado, también invierte. Masivamente. Con incentivos que cubren gran
parte de sus costes de producción (se mencionan orquillas de entre el 45-70% de
los recursos). Contemplándolo en su plan quinquenal para el periodo 2021-2025.
Con la fundición SMIC, la más relevante (y la más avanzada) del país, centrando
todos los esfuerzos. Porque como fábrica del mundo compra buena parte de los
semiconductores totales, el 24% según Boston Consulting Group. Los
estadounidenses el 25%; Europa el 20% y Japón, completando el ranking, el 6%.
Todos
quieren ser menos dependientes. Y dar contenido a su capacidad instalada de
producción, hoy escasa y en disminución en el pastel total del sector incluso
sin tener en cuenta su competitividad y peso en el mercado. En Europa es del
8%. En EE.UU., del 10%. El 77% de la potencia manufacturera está en Asia, según
reconoce la Asociación de la Industria de Semiconductores norteamericana.
Y ya ha
habido shocks.
Desde el
año pasado hay escasez de ciertos tipos de chips. Por el crecimiento de todo lo
digital con la pandemia tras un primer parón. Sea por las redes 5G. O por la
inteligencia artificial. O por el llamado internet de las cosas y el hoy más
habitual teletrabajo. Aumento de la demanda que ha obligado a pisar el freno en
algún momento en la fabricación de coches por parte de todos los grandes
constructores (incluida Seat en Martorell, con costes para el empleo en la
forma de un ERTE) y que ha afectado a los sectores de tarjetas gráficas y
videoconsolas como Xbox y la PlayStation, por ejemplo.
“En un
momento de fuerte recuperación económica en países como EE.UU., empezamos a ver
cuellos de botella en numerosos sectores y la lentitud en la provisión de
chips, o semiconductores, es un caso que ejemplifica la dificultad que tiene la
oferta de cubrir esta demanda boyante. Es algo que debería ser transitorio pero
que ejemplifica que si se quiere mayor robustez o seguridad en la producción es
importante asegurar que hay alternativas a unos componentes clave en la cadena
productiva”, incide Canals.
En la
fabricación de los semiconductores manda el business to business, es decir, el
negocio de empresa a empresa; un cuasi duopolio en una de las zonas calientes
del planeta y de la que dependen todas las grandes potencias y empresas. Da que
pensar ¿verdad?
Cuando todavía no ha terminado la batalla comercial por la pandemia, primero por los accesorios sanitarios de protección, y después por las vacunas contra el coronavirus.
Ahora, en mi opinión, la futura guerra
comercial por el acceso a los chips está servida, y la pregunta correcta no es si va a ocurrir, sino cuando va a empezar.
Fuente: La
Vanguardia.com