El economista, profesor
de la Universidad de Harvard, critica duramente los aranceles de Trump y ve
posible el fin de la hegemonía del dólar
Dani
Rodrik (Estambul, 67 años), profesor de la Universidad de Harvard, creador del trilema de Rodrik, incluido en su libro, "La paradoja de la globalización" .
Entrevista publicada en el diario digital "elpais.com"
Pregunta.- “Democracia, soberanía nacional e
integración económica global son mutuamente incompatibles: podemos combinar dos
de las tres, pero nunca tener las tres simultáneamente y en su totalidad”. Su
trilema tiene ya un cuarto de siglo, pero parece escrito ayer.
Respuesta.- Hace unos años, hablando del tema, un
ministro de Finanzas de la eurozona me decía: “El problema es que solo los
populistas parecen dispuestos a decir explícitamente que no se pueden tener
esas tres cosas al mismo tiempo”. No tienen problema en dejar muy claras sus
preferencias: en Europa rechazan más integración y en EE UU esa misma reacción
se manifiesta en el atractivo político del trumpismo. Mientras, las fuerzas
moderadas, sean de centroderecha o de centroizquierda, no han sabido reconocer
las dificultades y tensiones creadas por la hiperglobalización.
P. Y ahora se sufren las consecuencias.
R. Sí. La peor parte, quizá, es que los populistas de
extrema derecha, empoderados por este proceso, no están realmente interesados
en la democracia. Así que, si tienen éxito, al final no será [una batalla
entre] la democracia y el Estado-nación contra la globalización... En ese
escenario, lo que más me inquieta es que perdamos también la democracia.
P. ¿Es Trump, entonces, una consecuencia directa de cómo se
ha gestionado la globalización?
R. Lo que ha hecho la globalización es permitir que
demagogos y políticos etnonacionalistas capitalizaran la ansiedad económica, la
erosión de la clase media y la desaparición de los buenos empleos. Toda
sociedad tiene una corriente subterránea de tensiones raciales, de xenofobia.
Pero cuando ciertos sectores o regiones se ven severamente golpeados por
choques comerciales o, en el caso de Europa, por la austeridad que siguió a la
crisis financiera, los políticos que ofrecen chivos expiatorios y soluciones
fáciles, como señalar a los inmigrantes, logran capitalizar esas
preocupaciones. De ahí que los choques económicos asociados con la
hiperglobalización hayan tenido un papel en el crecimiento de los movimientos
de ultraderecha.
P. Se subestimó, entonces, el impacto de la
hiperglobalización en Occidente.
R. Se subestimó lo divisiva que sería. Y se sobrestimó
cuánto beneficiaría a todos. Una de las características más llamativas de la
hiperglobalización es que sus mayores beneficiarios han sido países que, como
China, jugaron con sus propias reglas: intervención estatal, restricciones
comerciales cuando les convenía, políticas industriales y manejo de su moneda.
Europa y EE UU no han salido tan bien parados: han visto cómo se creaban
divisiones significativas entre ganadores —clases profesionales, grandes bancos,
multinacionales y trabajadores altamente cualificados— y perdedores —el resto,
quienes no contaban con esas ventajas—. Durante años, esto se vio como una
situación normal. Y la respuesta de muchos políticos fue “estudia o muévete
donde haya trabajo”, cuando en realidad deberían haber abordado frontalmente
estas ansiedades económicas.
P. Muchos años después, la UE y, muy particularmente,
Alemania parecen dar un paso al frente en inversión.
R. Tanto la reforma alemana del freno de deuda como las
promesas de más inversión pública y más gasto en defensa van en la dirección
correcta. Pero echo en falta una estrategia coordinada.
P. ¿Con más eurobonos, quizá?
R. Con un compromiso general de aumentar la inversión
pública en un par de puntos porcentuales al año y en todos los ámbitos: no solo
en defensa, sino también en ciencia, tecnología e industrias verdes.
P. Europa paga hoy menos por financiarse que EE UU. Pero no
parece estar aprovechando esa oportunidad tanto como podría.
R. La integración europea no ha avanzado lo suficiente como
para pensar en una estrategia paneuropea articulada desde el centro. Es su
mayor debilidad estructural y, francamente, es decepcionante.
P. ¿Es capaz de imaginar un arancel estadounidense del 50%
sobre todos los productos europeos?
R. Desde una perspectiva convencional, parece impensable,
una locura. Pero si algo hemos aprendido de esta Administración es,
precisamente, su predisposición a hacer locuras. No tiene una estrategia
coherente y Trump no es precisamente un pensador estratégico... Así que sí,
cualquier cosa es posible.
P. Las implicaciones serían enormes.
R. No solo para Europa, sino también para EE UU: los países
que imponen aranceles se perjudican, antes que a nadie, a sí mismos. Sin
embargo, no deberíamos exagerar el impacto: a corto plazo sería enorme, sí,
pero también transitorio. Y Europa aún podría ser próspera y socialmente
cohesionada, incluso si EE UU sigue autodestruyéndose.
P. ¿Se pueden juzgar las políticas de Trump con criterios
racionales?
R. Necesitamos entender por qué tanta gente votó por él:
los choques económicos; las preocupaciones de la clase media; la desaparición
de buenos empleos... Estas tres cosas han reforzado los discursos xenófobos y
racistas. Al margen de eso, está claro que no ofrece ninguna solución seria a
las preocupaciones que lo llevaron al poder. Su segunda Administración es, en
realidad, una coalición de conveniencia entre cuatro grupos que defienden
diferentes intereses. Están los nacionalistas económicos, que quieren cerrar el
país al comercio y la inmigración. Están quienes se preocupan por la
desaparición de empleos industriales, que creen, erróneamente, que la solución
pasa por poner aranceles. Está la derecha tecnológica, que rechaza cualquier
intento de regular Silicon Valley y que quiere construir una utopía —o
distopía— basada en la inteligencia artificial. Y están, también, los
absolutistas de la libertad de expresión, enfrentados al establishment liberal
y académico.
P. Todos parecen estar ganando.
R. Bueno, los absolutistas de la libertad de expresión
claramente han perdido. Sin embargo, lo que parece claro es que muchos de estos
grupos están más preocupados por derrotar a sus oponentes que por avanzar sus
propios objetivos. Siempre podrán decir: “Quizá no tengo libertad de expresión,
pero mis enemigos están cayendo”. Ninguno de estos grupos esté consiguiendo
todo lo que quiere. Pero sí bastante.
P. Ha habido, muy resumidamente, dos tipos de respuestas a
Trump en lo comercial: la de China y, en cierto modo, también la de Canadá, que
han optado por aplicar represalias. Y la de UE y la de México, que han
preferido asumir una postura más cauta y dando cancha a la negociación. ¿Qué es
más efectivo?
R. El argumento a favor de las represalias es que, si
aumentas los costes de tu oponente, eso puede hacerle retroceder. Sin embargo,
no veo esa racionalidad estratégica en la Administración Trump: veo en él, más
bien, un matón de patio de colegio que lanza golpes al azar. La mayoría de las
veces se golpea a sí mismo y, a veces, también a otros. Si fueras uno de esos
niños, ¿qué harías? Es costoso devolver el golpe, así que, quizá, la estrategia
más inteligente es minimizar tus propios costes y encontrar áreas donde puedas
hacer que ese coste sea más evidente para Trump. México ha hecho eso: ha hecho
ver que cedía sin realmente hacer concesiones. Europa también ha jugado bien
sus bazas hasta ahora, aunque hay más cosas que podría hacer.
P. ¿Cuáles?
R. Por ejemplo, gravar a las grandes tecnológicas
estadounidenses, como propone [el economista francés] Gabriel Zucman. Dañaría a
EE UU y, a la vez, generaría ingresos con los que aumentar la inversión
pública.
P. ¿Corre Trump el riesgo de que el resto del mundo deje de
tomarse en serio sus amenazas?
R. Ya está ocurriendo: la mayoría de sus amenazas son
huecas. Ha dado marcha atrás en muchas de las cosas que ha dicho: un día suben
los aranceles, al siguiente bajan y luego vuelven a subir. Esto es algo que,
eventualmente, tendrá que corregir el electorado estadounidense. Ojalá así sea.
Pero mientras nos esperan tres años y medio difíciles.
P. ¿Se acerca el fin de la hegemonía global del dólar o es
una exageración?
R. Podría ser. Lo que ha hecho Trump ha dejado muy claro al
resto del mundo que EE UU no es un aliado confiable. Sería impensable que, hoy
por hoy, haya un solo banquero central que no esté pensando en cómo reducir la
dependencia de su economía y su sistema de pagos del dólar. Así que todos los
que toman decisiones sobre si seguirá siendo la divisa internacional de
referencia están pensando en cómo salir de él.
P. ¿Cómo deberíamos interpretar lo que está ocurriendo en
la Universidad de Harvard?
R. Es parte de una lucha mucho más amplia. Trump ha elegido
a Harvard como su principal objetivo por su simbolismo. Pero calculó mal, al
pensar que seguiría el ejemplo de Columbia. Subió tanto la apuesta, exigiendo
cosas tan claramente inaceptables, que la única respuesta posible fue decir que
no. Así que Harvard ha convertido en símbolo de resistencia, porque los ataques
que recibe se perciben como una ofensiva contra los pilares fundamentales de la
economía y la sociedad estadounidense: el Estado de derecho, la libertad de
expresión, la importancia de la ciencia y la tecnología, y la apertura al
talento extranjero. Todos estos valores están siendo atacados cuando arremete
contra Harvard. Es una lucha por el alma de EE UU.
P. Y en esas ha llegado la suspensión de todas las visas
para estudiantes extranjeros.
R. Es una catástrofe. Pocas cosas han contribuido tanto al
poder económico y tecnológico de EE UU como su capacidad para atraer talento
del exterior. Mira Silicon Valley, los premios Nobel, los científicos y
tecnólogos más distinguidos… Una proporción enorme de ellos nació fuera, y el
beneficio que aportan es incalculable. Si corta con eso, EE UU debe prepararse
para un futuro muy sombrío.
P. De nuevo, una oportunidad de oro para Europa y para sus
universidades.
R. Absolutamente.
Fuente: El Pais.com
CONCLUSION
Siempre
había pensado, por deducción lógica, que a los partidos de extrema derecha les sobraba
la democracia y resulta que Dani Rodrik profesor de la Universidad de Harvard, ya
lo había descrito en el trilema que lleva su nombre.
Que consiste en que “Democracia, Soberanía nacional e Integración económica global, son mutuamente incompatibles:
podemos combinar dos de las tres, pero nunca tener las tres simultáneamente y
en su totalidad”.
Como solución Rodrik plantea que los Estados, necesariamente, deben renunciar a una de las tres alternativas. A mi modo de ver, lo peligroso sería que se renunciase a la Democracia.
Entonces ¿pueden existir Estados democráticos, que de hecho o de derecho, renuncien a 2 ó 3 alternativas del trilema de Rodrik, como consecuencia directa del modo que se gestionó la globalización? ¿Y en ese caso, seguiría siendo Estados democráticos?
Pues es el caso de Rusia, que de facto, ha renunciado a la tres alternativas del trilema de Rodrik, y se autoproclama democracia de la Federación de Rusia, aunque entiendo no lo es, y no solo por rechazar las tres alternativas, que también, sino porque además ha iniciado la invasión de Ucrania, que un acto de guerra no es muy democrático que digamos.
Mismo caso de Israel, autoproclamada democracia del Estado de Israel, con el matiz de haber masacrado Gaza, que se sepa, eso no encarna los valores de la democracia. Y respecto la aceptación y cumplimiento del trilema de Rodrik, ni lo veo claro, ni les veo comprometidos, más bien lo contario, pues la fingida aceptación del trilema de Rodrik, unida a la barbarie llevada a cabo con Gaza, en mi opinión, convierte al Estado de Israel en una democracia fallida.
Veamos algunos ejemplos.
Pongamos por
caso que la extrema derecha gobernase en Europa.
- Soberanía nacional.- En un principio lo aceptarían, pero al poco tiempo, seguro tratarían de cambiarlo en la legislación europea.
- Integración económica global.- De partida no sería aceptado e incluso se asegurarían que no variase nadie de posicionamiento.
- Democracia.- Al comenzar a gobernar, con seguridad, ofrecerían garantías que nada iba cambiar, pero como mucho en dos años, aprobarían el proyecto de Constitución Europea que existe desde 2004, pero con tantos cambios, que nadie podría reconocerla, donde la democracia brillaría por su ausencia.
Ahora
pensemos que la derecha radical (PP) y la extrema derecha (Vox) gobernasen en España,
- Soberanía nacional.- En un principio lo aceptarían, pero con el tiempo, a buen seguro, Vox influiría para realizar las modificaciones pertinentes, respecto su rechazo.
- Integración económica
global.- De partida no sería aceptado y Vox se encargaría de que el PP no cambiase de opinión nunca.
- Democracia.- Si gobernasen juntos ambos partidos, estoy seguro que Vox obligaría al PP (que no opondría demasiada resistencia) a vaciar de contenido la Constitución Española
o derogarla entera, para sustituirla por otra que sonase más franquista.
Caso gobernase Vox en solitario, simplemente se acabaría la Democracia en España.
Por último, teoricemos con la idea que la derecha radical gobierne en EE.UU.
- Soberanía nacional.- Sí, y actualmente supongo es irrenunciable.
- Integración económica global.- No, y entiendo que en este momento, es del todo inaceptable.
- Democracia.- Sí, pero con matices, pues es posible, que ahora esté en riesgo.
NOTA
- Extrema derecha,
derecha radical o ultraderecha son términos políticos, utilizados para describir movimientos
o partidos políticos que promueven y sostienen posiciones o discursos
ultraconservadores, ultranacionalistas y autoritarios, considerados extremistas.
- Dentro de la extrema
derecha, se
encuentran los partidos típicamente neofascistas que muestran un discurso
clásico de la extrema derecha europea: antisemita, racista, antigitano,
anticomunista y xenófobo, además de euroescéptico, islamófobo, homófobo y
abogando por un nacionalismo étnico (*) e irredentista (**) el supremacismo
blanco y por los llamados «valores tradicionales», oponiéndose entonces a los
derechos de las minorías sexuales y muchas reivindicaciones feministas.
(*) El nacionalismo
étnico, es una forma
de nacionalismo que enfatiza la importancia de la pertenencia a un grupo
étnico específico como base para la identidad nacional. (Caso los nazis con la raza aria)
(**) El nacionalismo
irredentista, es un
movimiento político que busca la anexión de territorios considerados parte de
su nación, pero que se encuentran bajo el control de otro estado. Este tipo de
nacionalismo se basa en la idea de que una nación debe reclamar todos los
territorios que históricamente o culturalmente le pertenecen, incluso si están
fuera de su frontera actual. (Caso de Rusia respecto Ucrania)
RESUMEN
La parodia del futuro
proyecto de coalición de un gobierno PP-Vox en el Estado español, tiene más que ver, con gobiernos
autonómicos del PP en solitario, pero apoyados y dirigidos por Vox, que con una coalición de
gobierno moderna y seria, como la que actualmente gobierna el Estado español,
formada por PSOE y SUMAR.
Y tal es el extremo al
que está llegando el asunto, que hasta las encuestas valoran negativamente las corrupciones, manipulaciones a la ciudadanía, y el exceso de hipérboles, medias verdades y falsedades, en los
discursos de odio del PP, otorgándoles como premio, el sorpaso en valoración, de Abascal a Feijóo, y de líder con mejor valoración quedaría Pedro Sánchez, según la última encuesta del instituto 40dB. para EL PAÍS y la
Cadena SER.
Fuente: Redacción
ANEXO
Por
concretar algo la citada encuesta diré, que PSOE y Vox suben. Y que además, el PSOE recorta distancias respecto del PP, como también disminuye con respecto a Vox, al
acusar éste, el desgaste por su apoyo a Trump.
Los
populares acumulan, en los últimos cinco meses, sus peores datos desde el 23-J
y se sitúan en un 32,8%, mientras que los socialistas suben medio punto
porcentual, hasta el 29,8%. Vox, en cambio, sube ahora medio punto en
estimación de voto y sigue siendo el único partido que mejoraría los resultados
obtenidos en las urnas en 2023 (1,5% más), poniendo más pimienta en la pelea
por el flanco conservador de España. Sumar se mantiene en un 5,4% de intención
de voto, Podemos sube tres décimas y SALF, la marca política del agitador
ultra Alvise Pérez, se deja medio punto respecto a la encuesta anterior.
Por
bloques, pese a la mejoría del PSOE, la diferencia entre la estimación de voto
que aglutinan PP y Vox frente a los socialistas, los votantes de Sumar y los de
Podemos, que se escindió de la plataforma de Yolanda Díaz meses después de los
comicios, es ahora de 7,7 puntos a favor de la derecha, 6,2 puntos más que en
las generales de 2023, debido, sobre todo, al ascenso del partido de Santiago
Abascal y a la pérdida de apoyos del espacio a la izquierda del PSOE: Sumar se
deja casi siete puntos desde el 23-J, que no se corresponden con lo que
obtendría por separado Podemos (3,8%).
La
intención de voto de los partidos que apoyaron la investidura de Pedro Sánchez
(Junts, ERC, EH Bildu, PNV, BNG y CC) se sitúa en su conjunto casi un punto por
debajo de lo que obtuvieron en las urnas.
Fuente:
huffingtonpost.es