10 de enero de 2021

CORONAVIRUS. Lecciones sobre el cambio climático que nos deja la pandemia.

 Aunque los confinamientos del 2020 podrían marcar un punto de inflexión en la emergencia climática, las emisiones volverán a subir y los cambios radicales que requiere nuestra economía no se están produciendo a velocidad suficiente. Y lo que es peor, la mayoría de la población sigue sin ser consciente del enorme peligro que nos acecha.

A pesar de todos los sacrificios y las tragedias que causó, hay razones para pensar que 2020 podría marcar un punto de inflexión en cuanto el cambio climático. Es posible que en 2019 la demanda mundial de petróleo y las emisiones de gases de efecto invernadero  alcanzaran su punto máximo, y que la pandemia ralentice el crecimiento económico durante años, acelere la desaparición del carbón y provoque reducciones a largo plazo en la demanda energética si todavía se mantienen algunos de sus efectos, como el teletrabajo continuado.

Además, cada vez más grandes empresas y países, incluido China, se han comprometido a reducir a cero sus emisiones para mediados de este siglo. La victoria de Joe Biden significa que habrá un presidente en la Casa Blanca comprometido a tomar medidas audaces contra el cambio climático. Las tecnologías limpias como la solar, la eólica, las baterías y los vehículos eléctricos son cada vez más baratas y están ganando terreno en el mercado.

Y en los últimos días del año, el Congreso de EE. UU. logró autorizar (aunque aún no asignar) decenas de miles de millones de euros a proyectos de energía limpia dentro de una amplia ley de alivio del coronavirus. El paquete también estableció unos límites estrictos para los hidrofluorocarbonos, unos gases de efecto invernadero muy potentes que se utilizan en los frigoríficos y aparatos de aire acondicionado. 

Pero, el hecho de que por fin hayamos llegado a ese punto de inflexión, décadas después de que los científicos comenzaran a advertirnos de los peligros, importa menos que la rapidez y la constancia con la que reduzcamos las emisiones en el otro lado. Y ahí es donde preocupan  las señales más oscuras de 2020.

Demasiado lento

Incluso aunque hayamos alcanzado las emisiones máximas, no significa que el problema no vaya a peor al ritmo actual de crecimiento anual, e irá a peor.

Pues el dióxido de carbono se mantiene cientos de años en la atmósfera, así que cada tonelada adicional que emitimos intensifica aún más el cambio climático, prometiendo más o peores olas de calor, sequías, incendios forestales, hambrunas e inundaciones.

No debemos aplanar las emisiones, sino eliminarlas lo más rápido posible. Incluso entonces, tendremos que lidiar con el daño permanente que ya hemos causado.

Algunos argumentan que los cambios radicales en el comportamiento y las prácticas que entraron en vigor a medida que el coronavirus se extendía por todo el planeta son una prometedora señal de nuestra capacidad colectiva de abordar el cambio climático, lo cual no es en absoluto exacto. 

Puesto que ese tiempo, también el crecimiento económico se desplomó. Cientos de millones de trabajadores perdieron sus empleos. Centenares de miles de empresas han cerrado para siempre. La gente pasa hambre. Y el mundo se está volviendo mucho más pobre, lo cual no refleja un modus operandi aceptable para  frenar el cambio climático. 

Además, toda esa devastación solo sirvió para reducir alrededor del 6 % de las emisiones de gases de efecto invernadero en Estados Unidos en 2020, según las estimaciones de BloombergNEF. Las previsiones para el resto del mundo son más o menos similares. Esas reducciones de la contaminación tuvieron un enorme coste económico, entre 2.610 euros y 4.405 euros por tonelada de carbono, según los cálculos anteriores del Rhodium Group.

Necesitaríamos recortes sostenidos de esa magnitud, año tras año durante décadas, para evitar niveles de calentamiento mucho más peligrosos de los que ya estamos viendo. No obstante, es probable que las emisiones se acerquen de nuevo a los niveles de 2019 tan pronto como la economía se recupere.

Tenemos que transformar la economía, no detenerla. Y esa transformación está ocurriendo demasiado despacio.

Política polarizada

Que las tecnologías limpias se están volviendo más baratas y competitivas es una noticia fabulosa. El problema consiste en que todavía representan una pequeña fracción del mercado: los vehículos eléctricos son solo aproximadamente el 3 % de las ventas de coches nuevos en todo el mundo, mientras que las energías renovables generaron un poco más del 10 % de la electricidad mundial el año pasado.

Además, apenas hemos comenzado la transición de los sectores industriales más difíciles de limpiar, como el carbón, el cemento, el acero, el transporte marítimo, la agricultura y la aviación. Y la parte "neta" de los planes nacionales y corporativos de cero emisiones depende de los enormes niveles de eliminación de carbono y esfuerzos de compensación que no hemos demostrado ni remotamente que podamos llevar a cabo de manera fiable, asequible, permanente y a escala.

Según un estudio de la Universidad de Princeton (EE. UU.) publicado el mes pasado, poner a EE. UU. en el camino correcto para eliminar las emisiones en toda su economía requerirá inversiones masivas, que deben comenzar ya. Solo en la próxima década, EE. UU. tendrá que invertir más de dos billones de euros, poner 50 millones de vehículos eléctricos en las carreteras, cuadriplicar los recursos solares y eólicos y aumentar la capacidad de las líneas de transmisión de alta tensión en un 60 %, entre muchas otras cosas.

El análisis encontró que la nación también necesita dedicar de inmediato mucho más dinero a la investigación y al desarrollo si queremos empezar a escalar distintas tecnologías emergentes más allá de 2030, como la captura y eliminación de carbono, los combustibles neutrales en carbono y los procesos industriales más limpios.

Desde luego que la elección de Biden es una buena noticia para el cambio climático. Pero resulta difícil imaginar, dados los resultados de las elecciones del Congreso de EE. UU. y el clima político tan polarizado, si será capaz de impulsar el tipo de las estrictas políticas climáticas que hacen falta para que las cosas se muevan a la velocidad necesaria, como el elevado precio del carbono o normas que exigen rápidas reducciones de las emisiones.

Sembrar la discordia

Pero lo que más asusta sobre lo ocurrido en 2020 es que aunque los investigadores y los activistas llevan mucho tiempo suponiendo, o esperando, que la gente empezaría a tomarse en serio el cambio climático cuando comenzara a causar daños reales, lo que hemos visto en la pandemia no lo corrobora. 

Incluso después de casi dos millones de personas hayan muerto por la COVID-19, una gran parte de la población sigue negando esta amenaza a la salud y se niega a cumplir las medidas básicas de salud pública, como usar mascarilla y cancelar los viajes para los días festivos de Navidad.

Eso es aterrador por sí solo, pero es especialmente preocupante para el cambio climático.

En un ensayo publicado en agosto, cuando los fallecimientos por la COVID-19 en todo el mundo llegaban a alrededor de 600.000, Bill Gates señaló que las muertes por el cambio climático podrían alcanzar ese nivel en 2060, pero a nivel anual. A finales de este siglo, el número de muertos podría ser cinco veces mayor.

Los políticos aún pueden encontrar algunas formas de minimizar los peligros y aprovechar este problema para sembrar la división, en lugar de buscar una causa común. Y es posible que simplemente aprendamos a vivir con los riesgos elevados, especialmente porque dañarán de manera desproporcionada a las personas en las partes más pobres y cálidas del mundo que tuvieron menos que ver con causar el cambio climático.

Pero, temo que todavía no reconocemos completamente que estamos a punto de fracasar de una manera muy trágica. Teniendo en cuenta en qué punto están nuestras emisiones y dónde deberían estar, es casi imposible ver cómo vamos a movernos lo suficientemente rápido en este sentido para evitar la subida en 2˚C del calentamiento global. Y eso conllevará unos niveles asombrosos de muertes, sufrimiento y destrucción ecológica que se podían haber prevenido.

EDITORIAL

En España sabemos algo de desastres naturales, pues es bastante probable que la actual pandemia, junto a la mayor tormenta en 50 años que estamos viviendo esta semana o los huracanes que se acercan a nuestras costas en los últimos años, tengan algo que ver con el cambio climático.

En cualquier caso, el tiempo dará y quitará razones, pero también es probable que ya sea demasiado tarde.

Fuente: technologyreview.es