Los científicos que están detrás de la vacuna contra la covid creen que esta tecnología permitirá hacer una vacuna universal contra la gripe y muchos otros virus
El inmunólogo estadounidense Drew
Weissman dice que tras la primera dosis de la vacuna de Pfizer/BioNTech le
dolió el brazo, pero solo durante una hora. “Mi mujer y mi hija, que
participaron en el ensayo clínico de Moderna, tuvieron dolor durante días y
algún síntoma como de gripe. Es un efecto indeseado de la vacuna, pero hasta
cierto punto es inevitable, pues es la señal de que el sistema inmune ha
reaccionado y que la vacuna está haciendo su efecto”, comenta el científico de
la Universidad de Pensilvania desde su casa en Filadelfia (EE UU).
En 2015 Weissman, Katain Karikó y
Norbert Pardi, también de la Universidad de Filadelfia, hicieron un
descubrimiento importante. Crearon el envoltorio adecuado para que el ARN
mensajero llegue a las células del músculo del brazo y a las del sistema
inmune. Se trata de nanopartículas esféricas hechas de grasa que transportan
hasta las células del sistema inmune el ARN mensajero. El equipo de Weissman ha
demostrado en animales que estas vacunas encapsuladas generan una respuesta
inmune mucho más efectiva, por ejemplo contra la gripe. La clave es que
estimulan la producción de linfocitos T auxiliares foliculares, que a su vez
estimulan la producción de anticuerpos contra el virus y células de memoria que
serán capaces de reconocerlo meses, años, tal vez incluso décadas después.
El laboratorio de Weissman y Pardi
está desarrollando nuevas vacunas de ARN para 30 enfermedades infecciosas
diferentes. Son el futuro. Cinco de ellas se están ya probando en humanos: dos
contra el virus del sida, una contra la gripe estacional, otra contra todas las
gripes, y otra contra el virus del herpes genital. “Esta tecnología tiene un
potencial enorme”, señala Weissman.
“Las nanopartículas lipídicas eran la
pieza que faltaba para hacer posibles estas vacunas”, explica Norbert Pardi.
Este joven bioquímico representa la segunda generación que ha dedicado su
carrera a hacer posible las vacunas de ARN. Su abuelo era carnicero y trabajaba
junto al padre de Karikó en la misma ciudad húngara en la que nacieron ambos,
Kisújszállás, a unos 100 kilómetros de Budapest. “Conocí a Katalin en 2000 y
durante diez años nos encontramos cada verano, cuando ella venía de visita y
hablábamos de ciencia. En 2011 me uní a su grupo, que ya estaba trabajando en
la manera de producir ARN con menos propiedades inflamatorias, lo que permitía
poder usarlo como terapia o como vacuna”, recuerda Pardi.
El ARN es una molécula que hace casi
todo el trabajo de la vida a nivel molecular. Es el encargado de entrar en el
núcleo de nuestras células y leer el ADN, la secuencia de 3.000 millones de
letras ordenadas en un orden preciso —ATCG...— y que contiene todas las
instrucciones para mantener a un ser vivo. Una vez leído, el ARN mensajero sale
del núcleo e inicia el proceso para producir proteínas, las moléculas que nos
permiten ver, pensar, andar y respirar. En 2005 Weissman y Karikó descubrieron
que cambiando una sola letra de la secuencia genética del ARN —escribir una Ψ
(pseudouridina) en lugar de una U (uridina)— el ARN mensajero producía mucha
más proteína y no generaba inflamación, algo frecuente con ARN no modificado.
El estudio tenía implicaciones muy
profundas sobre la evolución la vida en la Tierra. La modificación del ARN
hecha por este equipo es una imitación de la que sucede a menudo en las células
de nuestro cuerpo de forma natural. El ARN modificado es mucho más abundante en
mamíferos que en bacterias —y la vida en la Tierra comenzó con bacterias hace
unos 3.500 millones de años—. Las células del sistema inmune son muy
susceptibles al ARN no modificado y generan una respuesta inflamatoria, pues
consideran que se trata de un virus o bacterias peligrosas. De alguna forma, el
avance de Karikó y Weissman podía leerse como una modificación natural que
sucede en los mamíferos y que evita que se dispare el sistema inmune. “Moderna y
BioNTech usan ARN modificado en sus vacunas contra la covid, es algo
fundamental”, resalta Pardi.
Ahora que se ha aprobado ya una vacuna
de ARN —Pfizer/BioNTech— y hay otra en camino —Moderna— Pardi cree que se abre
la puerta a muchos más usos. “Potencialmente el ARN te permite atacar a muchos
patógenos, no solo virus, sino también parásitos como el de la malaria”,
resalta.
Más allá, el ARN modificado podría
abaratar los fármacos más caros del mundo. El trabajo actual de Katalin Karikó
en BioNTech es el reemplazo de proteínas. Estas por ejemplo son los famosos
anticuerpos monoclonales, que ya se usan contra el cáncer y que se están
probando como tratamiento contra la covid. Producir estas proteínas capaces de
neutralizar al virus es complejo y muy caro. Un solo tratamiento puede costar
varios miles de euros. “El ARN mensajero en cambio es barato de producir y
podría tener el mismo efecto: entrar en las células y producir la proteína
deseada”, explica Karikó. Es el futuro del ARN mensajero, una molécula sin la
que no podríamos vivir y que puede sacarnos de esta pandemia.
Respecto a la revolución que supone
las vacunas de la covid, desarrolladas en menos de un año el discurso de
Weissmann es tranquilizador: “Creo que los antivacunas que no atienden a
razones son solo un pequeño porcentaje de la población. El resto de los que
dudan solo están nerviosos, pero no deben estarlo. Estas vacunas se han
desarrollado en apenas 10 meses, pero no ha sido a costa de dulcificar los
criterios de aprobación, sino permitiendo que las diferentes fases de ensayos
clínicos se hiciesen a la vez. Desarrollar la vacuna fue fácil porque solo hubo
que cambiar el ARN mensajero para que produjese una nueva proteína, la espícula
del nuevo coronavirus”.
En su opinión —y también la de Karikó—
es imposible dar un Nobel al descubrimiento de la vacuna porque en él han
participado innumerables científicos. Por ejemplo, Weissmann dice que el equipo
del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas dirigido por Barney Graham y
en el que ha participado Jason McLellan de la Universidad de Texas, ha hecho
una contribución fundamental al desarrollar la forma estabilizada de la
proteína S que usa la vacuna de Moderna. Esta es la pieza clave del virus, pues
le permite unirse a las células, entrar en ellas, secuestrar su maquinaria y
producir decenas de miles de copias de sí mismo.
Fuente: El Pais.com