La invasión de Ucrania aumenta la preocupación por la única conexión terrestre entre los países bálticos y el resto de la OTAN y la UE, embutida entre el enclave ruso de Kaliningrado y Bielorrusia
El “problema” de este talón de Aquiles
europeo no es el barrio, sino los vecinos. La única conexión terrestre entre
los países bálticos y el resto de la OTAN y la UE son 65 kilómetros en línea
recta embutidos entre el enclave ruso de Kaliningrado (un antiguo territorio
prusiano que no suponía un problema estratégico durante la Guerra Fría, cuando pertenecía
a la URSS y Polonia estaba en el Pacto de Varsovia), al oeste, y una
Bielorrusia cada vez más indistinguible del Kremlin, al este. Justo los dos
países a los que la OTAN responsabilizó expresamente de la agresión a Ucrania
en el comunicado final de la cumbre que celebró el pasado jueves en Bruselas.
Si la escalada de tensión con Occidente se descontrolase y Moscú se atreviese a
atacar territorio de la OTAN y de la UE, Suwalki sería un primer paso lógico
desde la perspectiva militar. Una pinza desde Kaliningrado y Bielorrusia (donde
hay 30.000 militares rusos) podría bloquear la frontera en pocos días y aislar
por tierra a Lituania, Letonia y Estonia de sus cordones umbilicales militar y
político.
El propio presidente lituano, Gitanas
Nauseda, mencionó esta preocupación ante la prensa en la última cumbre de
Bruselas: “Queremos que el corredor de Suwalki esté defendido por ambas partes.
Queremos que [la OTAN] esté adecuadamente preparada para su posible corte por
ambos lados”. Nauseda pidió “más campos de entrenamiento, más dinero que gastar
en infraestructuras para poder albergar muchas más tropas y, lo más importante,
más equipamiento militar”, sobre todo para formar “un paraguas defensivo
aéreo”.
La belleza del lugar es, a la vez, una
bendición y una maldición para la defensa de sus habitantes. A uno y otro lado
de la linde, se ve un lago cada pocos kilómetros, casi todos coronados por una
capa de hielo. Brilla un sol de invierno, pero es una de las regiones más frías
de Polonia y las decenas de riachuelos, espesos bosques de pinos y caminos
embarrados por la lluvia o el deshielo convertirían una invasión tradicional
―con soldados, blindados y artillería― en un dolor de cabeza.
En 2018, el Center for European Policy
Analysis, un think tank con sede en la ciudad de Washington, publicó un
detallado análisis en el que describía el corredor de Suwalki como un lugar en
el que “convergen numerosas debilidades de la OTAN” y explicaba que la
estrategia de defensa se basaba en la asunción de que los soldados,
paramilitares y reservistas locales, más las escasas tropas aliadas
desplegadas, lograrían contener el ataque lo suficiente para que las fuerzas
aliadas acudiesen con fuerza y velocidad. El problema, agregaba, eran los
“numerosos condicionales”: que la Alianza Atlántica no dudaría a la hora de
aplicar el Artículo 5 (que obliga al resto de países miembros a acudir en
defensa del agredido), que los servicios de espionaje habrían alertado del
ataque, que las tropas rusas no lograrían un avance relámpago sobre el terreno
a partir del cual sentarse a negociar el mapa de la paz…
Cuatro años después, y tras un mes de
guerra que el Kremlin se ha visto obligado a limitar principalmente al Donbás
ante la falta de avances contra un rival inferior, uno de los autores del
informe, el teniente general retirado del Ejército estadounidense Ben Hodges,
se muestra más optimista. “Estamos mucho mejor preparados ahora. Creo que
fracasarían en la misión de cortarlo”, asegura por teléfono. “El lugar es
vulnerable solo por lo estrecho que es, pero en términos de preparación no es
el que más de la OTAN”. Hodges argumenta que la orografía haría “muy difícil” a
Moscú introducir fuerzas móviles y que Rusia está mostrando en Ucrania una
“sorprendente incapacidad de hacer operaciones conjuntas y falta de preparación
logística”. También cree que Finlandia y Suecia ayudarían, pese a no estar en
la OTAN, y destaca el despliegue de la Alianza Atlántica y el incremento de las
capacidades militares de Lituania, Letonia y Estonia en los últimos años, pese
a sumar solo seis millones de habitantes y 175.000 kilómetros cuadrados.
“Lo único que hace más peligrosa la
situación es que ahora hay tropas rusas en Bielorrusia”, matiza Hodges. Son
30.000 y, el pasado febrero, pocos días antes de la invasión de Ucrania, el
Gobierno de Aleksandr Lukashenko anunció que se quedarían de forma indefinida,
en vez de regresar tras unas maniobras militares, como estaba inicialmente
previsto. Es el mayor despliegue militar de Moscú en territorio bielorruso
desde el final de la Guerra Fría.
Fuente: El
Pais.com