La investigación más afinada sobre la
prevalencia de la covid persistente cifra en cerca del 13% las personas que la
sufren. Los expertos reclaman más unidades de atención para tratar “un problema
de salud urgente”

La pandemia de covid
ha dejado tras de sí una alargada y misteriosa sombra que trae de cabeza a los
científicos: la covid persistente. Una amalgama de síntomas duraderos en el
tiempo —hay más de 200 diferentes identificados— que arrastran algunas personas
tras pasar la infección por coronavirus. La comunidad científica no sabe con
certeza por qué perduran ciertas secuelas, ni quién las va a sufrir, ni durante
cuánto tiempo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya ha fijado una
definición de la covid persistente —”condición poscovid”, la llama— para afinar
el diagnóstico, y por los hospitales brotan consultas más o menos improvisadas
para atender a los afectados. Pero pacientes y sanitarios siguen nadando en un
mar de incertidumbre. Por no saber, no se sabe ni cuántas personas hay
afectadas. El estudio más afinado hasta la fecha sobre la prevalencia,
publicado el jueves en la revista The Lancet, sugiere que uno de cada ocho
adultos infectados por coronavirus tiene síntomas persistentes, pero también
tiene sus limitaciones. Los expertos reclaman más investigación y unidades de
atención para “un problema de salud urgente”.
A Vicky Béjar, de 47
años, la covid la pilló al principio de la pandemia, en marzo de 2020. Empezó
con síntomas digestivos, fiebre, cansancio, dolor de cabeza, fatiga... Pasaron
los meses y todo ese cuadro clínico seguía, a días mejor y a días peor, pero
nunca volvió a ser la misma. La covid persistente la acompaña desde entonces.
“Sigo teniendo fiebre por encima de 38 grados, taquicardias, bradicardias,
fatiga y deterioro cognitivo leve: soy contable, tengo una empresa familiar en
la que llevaba los temas administrativos, y no puedo trabajar. Ahora estoy
reaprendiendo la tabla de multiplicar. Me cuesta el tema numérico y
organizativo, tengo una niebla mental que no me deja concentrarme”, relata.
Las cicatrices de la
covid
Los expertos
diferencian las secuelas propias de la enfermedad grave, como el fallo
respiratorio tras haber pasado por cuidados intensivos con una neumonía grave
—se ve el daño en las pruebas radiológicas—, de esos cuadros inespecíficos que,
a menudo, persisten en personas que han superado la covid de forma leve. En
estos últimos, no suele haber signos físicos ni órganos afectados, lo que
complica el diagnóstico. En su caso, Béjar, vecina de Montcada i Reixac, en
Barcelona, tiene “la suerte”, dice, de estar bajo la lupa de la unidad
especializada del Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona, que le hace
seguimiento, pero denuncia el “maltrato institucional” del sistema: “No nos
escuchan”.
Lorenzo Armenteros,
portavoz de la Sociedad Española de Médicos Generales, lamenta el recelo de
algunos colegas que “aún no se creen que exista” este cuadro: “Es una necesidad
social y un problema epidemiológico importante. Hay que tratarlo”, zanja. La
definición de la OMS ya matiza que se trata de síntomas que “duran al menos dos
meses y no se pueden explicar con un diagnóstico alternativo”. La definición
consensuada por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) también va en la
misma línea, aunque no marca tiempo de duración. “Lo que está claro es que algo
ocurre”, apunta Antoni Serrano, psiquiatra del Parc Sanitari de Sant Joan de
Déu e investigador del Centro de Investigaciones Biomédicas en Red de Salud
Pública, que participó en el estudio del ISCIII.
Las dimensiones del
fenómeno han bailado durante toda la pandemia en una amplia horquilla. El
Observatorio Europeo de Sistemas y Políticas de Salud de la OMS apuntaba en
2021 que una cuarta parte de los infectados continuaba con síntomas hasta un
mes después del diagnóstico y un 10% seguía afectado 12 semanas después. Un
estudio reducía esta cifra al 2,3% y otra investigación elevaba la presencia
de, al menos, un síntoma recurrente en el 73% de los infectados. Una encuesta
de junio de los Centros para el Control de Enfermedades estadounidenses (CDC,
por sus siglas en inglés) reportó que uno de cada cinco adultos que había
sufrido la covid tenía síntomas persistentes.
No es tan fácil medir
la prevalencia de una condición clínica con un cuadro tan variable y síntomas,
en ocasiones, tan inespecíficos. El período de tiempo que se mida, la población
en estudio o los síntomas usados para definir la condición de covid persistente
influyen en esa variabilidad, apunta Aranka Ballering, autora del artículo de
The Lancet e investigadora del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de
Groningen (Países Bajos): “Muchos estudios solo evaluaron si los síntomas de
las personas estaban presentes en un momento determinado después de su
diagnóstico de covid. Sin embargo, algunos síntomas relacionados con la
poscovid son muy comunes (por ejemplo, dolor de cabeza, cansancio) y las
personas los experimentan regularmente, incluso si no están enfermas. Además,
algunos síntomas también pueden ser causados por cambios estacionales —por
ejemplo, la secreción nasal o los estornudos pueden ser causados por la rinitis
alérgica en lugar de la covid—. Esto implica que necesitamos poblaciones de
control adecuadas si queremos estimar bien la prevalencia de la poscovid”.
En su investigación,
siguieron a más de 76.000 personas entre marzo de 2020 y agosto de 2021 con
cuestionarios rutinarios. De ellas, 4.231 participantes se infectaron de covid
durante el estudio y los emparejaron con 8.462 personas de edad y sexo
similares, a quienes nunca se les diagnosticó covid durante ese tiempo.
“Incluimos un grupo de control de personas con covid negativo, lo que nos
permitió tener en cuenta los efectos de las medidas de salud pública (como el
confinamiento, la educación en el hogar…) sobre los síntomas somáticos, pero
también nos permitió tener en cuenta los síntomas debido a los cambios
estacionales. En segundo lugar, dado que nuestro estudio es un estudio de
cohortes de población general, recopilamos información sobre la salud de las
personas incluso antes de que se les diagnosticara covid. Esto nos permitió
evaluar si las personas tenían un aumento en la gravedad de los síntomas
después del diagnóstico de covid, en comparación con antes del diagnóstico”.
Los participantes, explica la investigadora, funcionaban “como su propio control”.
“Nos permitió ver si los síntomas de tres a cinco meses después de su
diagnóstico de covid-19 eran peores en gravedad que antes o una continuación de
los síntomas preexistentes”.
La investigación
concluye que uno de cada ocho adultos que tuvieron la covid (12,7%) en la
población general experimentan síntomas a largo plazo debido a la infección por
coronavirus. Los síntomas principales referidos fueron, sobre todo, pérdida de
olfato y/o gusto (anosmia y ageusia) y dolor muscular, aunque también fue frecuente
el dolor en el pecho, la dificultad para respirar, el hormigueo y el cansancio.
Más preguntas que
respuestas
Para Pere Domingo,
coordinador covid del Hospital Sant Pau de Barcelona y que no ha participado en
el estudio, la investigación es “muy sólida”: “Tiene un grupo control sin covid
y eso es útil para ver la responsabilidad de la infección en esos síntomas”. Pero
advierte: “Este estudio está hecho con cepas antiguas. No sabemos si es
aplicable a la delta o la ómicron. Probablemente, haya diferencias porque con
ómicron no se daba tanta anosmia”. La vacunación, que empezó con ese estudio ya
en marcha, también podría haber influido para modular el impacto de la covid
persistente, sopesa el médico del Sant Pau. Serrano coincide, de hecho, en que
“la percepción es que la frecuencia de aparición de este cuadro era mucho más
frecuente antes [en las primeras olas] que ahora”.
Gema Lledó, adjunta
del servicio de enfermedades autoinmunes y sistémicas del Clínic responsable de
la consulta poscovid, pone el foco también en las limitaciones de la
investigación, que los propios autores mencionan: la prevalencia de covid puede
estar subestimada porque hay casos asintomáticos que pueden pasar
desapercibidos y, agrega Lledó, considerarse erróneamente como controles cuando
se comparan ambos grupos. “El diagnóstico de covid no queda claro. Quedaba a
criterio del médico y es una limitación razonable. Es verdad que esta situación
está contemplada en la definición de la OMS, pero deberíamos hacer el esfuerzo
por confirmar la infección si queremos saber la prevalencia real de la
poscovid. Necesitaríamos estudios mejor diseñados. Si queremos saber la
prevalencia, hagámoslo en la época en la que se está testando a todos los
pacientes o usemos una técnica que nos permita confirmar si ha tenido covid”,
expone la médica. Lledó considera fundamental confirmar la infección: “Lo más
difícil es que te diagnostiquen bien porque convivimos con otras infecciones o
enfermedades con síntomas parecidos, pero que tienen abordajes diferentes”.
Más allá del volumen
de afectados, el fenómeno de la covid persistente sigue siendo una incógnita
para los expertos. “Hay más preguntas que respuestas”, admite Domingo.
Empezando por su origen. “Una hipótesis es que puede haber trozos de virus que
persisten en el organismo y generan una respuesta patológica e inmunológica.
Parece plausible”, sostiene el facultativo. Joan B. Soriano, epidemiólogo del
Hospital La Princesa de Madrid y consultor de la OMS en el grupo de trabajo que
definió la covid persistente, asegura que hay hasta siete mecanismos diferentes
en estudio: “La inflamación persistente, la desregulación inmune, trastornos de
la coagulación, persistencia viral, disfunción autonómica, mecanismos
endocrinos o metabólicos y mala adaptación de la vía ACE2 [el receptor por el
que el virus entra en las células]”. El experto apunta que, probablemente
“muchos de estos mecanismos interactúan sinérgicamente en algunos pacientes” y
lo que sí saben, añade, “es que la revacunación reduce la frecuencia y gravedad
de la covid persistente”.
Domingo señala que
los síntomas que más afectan son los trastornos neurocognitivos: “Esa especie
de niebla cerebral, la dificultad para concentrarse, la disolución de la
memoria retentiva…”. Y también los problemas respiratorios: “Nosotros vimos en
un estudio con un grupo de pacientes que tienen un atrapamiento aéreo: las vías
respiratorias más pequeñas siguen inflamadas y es como si los pacientes
tuviesen asma”. Béjar asegura que lo más invalidante es el deterioro
neurológico y la fatiga: “Hay días en los que el cuerpo no tira, no puedo salir
de casa”.
Sin encontrar su
origen, sin embargo, acertar con el tratamiento también se complica. Los
especialistas apuestan por gimnasia: mental para sortear los problemas
neurocognitivos, ejercicio físico para los daños motores y entrenar también el
olfato, por ejemplo, para recuperar olores. Pero el impacto en la calidad de
vida de los pacientes, coinciden los expertos consultados, es elevado. Tiene
“muchas implicaciones sociales y personales”, explica Armenteros: “Algunos
pacientes se recuperan, pero no al 100% y sienten angustia porque se les acaban
las bajas laborales y no hay alternativas de adaptación al puesto de trabajo o
incorporación paulatina”. Otros no han logrado aún recuperarse.
Tampoco hay certezas
sobre los perfiles que predisponen a sufrir covid persistente. A pie de
consulta y en los estudios revisados, como el de Ballering, se ve una mayor
afectación en mujeres, pero la científica advierte: “Necesitamos investigación
adicional para evaluar si el sexo femenino es un factor de riesgo”.
Los investigadores
desconocen cuánto durará ese proceso. Es variable. El estudio holandés solo
mira hasta los cinco meses tras la infección y Domingo apunta que la única
forma de saberlo es “que pase el tiempo”: “Lo importante es el impacto en la
calidad de vida de los sujetos, que parece que lo tiene, y si es un 13% de los
millones de infectados, esto adquiere dimensiones estratosféricas”. Concuerda
Soriano: si la afectación es del 13% de los contagiados —el epidemiólogo
asegura que la investigación holandesa es “elegante y con una estadística
sofisticada”—, se trata de “una frecuencia enorme” y, en España, avisa, dados
los niveles de infección en la población, este problema de salud “puede saturar
aún más los servicios de atención primaria”.
Impacto sanitario
El sistema sanitario,
presionado ya por los ajustes de plantillas previos a la pandemia y la gestión
de la crisis de la covid después, mira con preocupación el impacto de este
fenómeno. Algunos hospitales se han avanzado a crear unidades
multidisciplinares para responder a esta nueva demanda, pero los enfermos se
quejan de la falta de circuitos y el peregrinaje que les toca hacer por
distintas consultas en busca de respuestas. El colectivo Long Covid Act reclama
“protocolos homogéneos para garantizar la equidad asistencial”.
Con los recursos que
hay, asume Domingo, “se hace lo que se puede”: “Lo ideal serían unidades
disciplinares para abordar los distintos problemas del paciente. Esto no se
está haciendo en la medida deseable”. Armenteros asegura que los pacientes les
transmiten “desesperación” después de vagar de médico en médico sin respuesta:
“Ni la atención primaria ni los hospitales están preparados. El sistema ya está
al límite y cualquier cosa lo satura. Y esto, sin un circuito adecuado,
también. Vamos dando palos de ciego”. Urgen recursos en investigación y
atención a los pacientes, advierte Domingo: “Lo que nos conviene es saber la
historia natural de esta complicación: si es autolimitada, el impacto será
llevadero; si persiste en el tiempo, requiere de otros niveles mayores de
investigación y atención”.
Los expertos apuntan
que, en la mayoría de los casos, los síntomas suelen ir remitiendo o, al menos,
atenuándose. En el caso de la anosmia (pérdida del olfato) y la ageusia
(disfunciones en el gusto), un estudio publicado en la revista JAMA
Otolaryngology–Head & Neck Surgery arroja, tras estudiar a 168 personas con
disfunción olfativa o del gusto tras la covid, que el 88% está completamente
recuperado a los dos años. “En número importante se reducen síntomas con el
tiempo, pero otros necesitan apoyo exterior. No se curan solos. Otros, se
recuperan y vuelven a recaer”, lamenta Armenteros.
En lo que coinciden
los expertos, con todo, es en su preocupación por la incertidumbre y el impacto
que rodea a todo este fenómeno. Ballering avisa de que se trata de “un problema
de salud urgente, con un número creciente de víctimas”. En un artículo
publicado en la revista Jama, Rachel Levine, subsecretaria de Salud del
Servicio Público de Salud del Gobierno de Estados Unidos, se hace eco del
“enorme potencial del problema para los sistemas de atención médica y salud
pública” que pueden suponer los síntomas persistentes: “Es importante dirigir
la atención que tanto se necesita a la covid persistente. El cuidado de los
pacientes afectados presenta desafíos dada la investigación incompleta, la
falta de apoyo de diagnóstico y los problemas generalizados con el acceso a los
servicios”.
RECOMENDACIÓN
¡Cuidado! Este artículo no es una broma, puesto que éste que les habla, también lo sufre, y sale a un calvario diario. Mejor vacunarse que contagiarse, por si acaso esto les toca a alguno de ustedes, porque ahora estoy vacunado, pero cuando me contagié por primera vez no lo estaba, ya que no existían las vacunas contra el coronavirus.
Fuente: El País