Alex Cobham, director de Tax
Justice Network, dice “bancos cómplices de
evasión fiscal y hasta que no haya consecuencias penales, nada cambiará”. Además, denuncia que, “el sistema fiscal
internacional fue diseñado por imperios cuando multinacionales eran simples,
pero hoy en día protegen a grandes compañías y super ricos”
El economista escocés Alex
Cobham (Saint Andrews, 1975) dirige desde hace más de siete años Tax Justice
Network, una organización independiente creada en 2003 y con base en Reino
Unido que lucha contra la elusión de impuestos y los paraísos fiscales.
Este
economista es uno de los mayores expertos del mundo en el tema. Ha sido
investigador especializado en flujos financieros ilícitos, tributación para el
desarrollo y desigualdades en varias instituciones como la Universidad de
Oxford y consultor para otras tantas, como las Naciones Unidas y el Banco
Mundial.
Con residencia en Las Palmas
de Gran Canaria desde la pandemia —“mi mujer es de allí y decidimos mudarnos
para no volver”—, ha pasado esta semana por Barcelona para participar en una
mesa sobre fiscalidad internacional, organizada por el centro de investigación
en relaciones internacionales CIDOB, en el Palau Macaya de la Fundació La
Caixa.
“España pierde recaudación
equivalente al 9% del gasto sanitario(*) por la fuga de beneficios y riqueza a guaridas
fiscales”
(*) Dado que el PIB español en
2024 fue cerca de 1,6 billones de euros y el gasto sanitario fue el 10% del
PIB, lo cual supondría que, por elusión fiscal, en España cada año dejan de ingresarse
en las arcas públicas unos 14.400 millones de euros.
¿Cuál es el panorama
fiscal global y principales injusticias de los sistemas fiscales y financieros
actuales?
Estamos en un momento
interesante. Han pasado cien años desde que algunos países decidieron
establecer conjuntamente reglas fiscales internacionales. Pero solo lo hicieron
los países más ricos, los que tenían imperios. Acordaron en el marco de la
Sociedad de Naciones las bases del sistema fiscal que tenemos hoy. Entonces las
multinacionales eran muy simples: extraían materias primas en las colonias y
procesaban en la metrópoli. Las normas eran simples y funcionaban porque los
beneficios se repartían entre metrópoli y colonia.
Avanzamos hasta 1960 y el
mundo cambia: las multinacionales se vuelven más complejas, los imperios
terminan, al menos formalmente, y aparecen los paraísos fiscales.
Jurisdicciones en las que las empresas declaran sus beneficios aunque no tengan
ninguna actividad para pagar menos impuestos o nada. Desde los años 90, los
datos muestran que esta evasión se disparó: pasamos de un 5% de beneficios
deslocalizados a superar el 40% en 2010, en plena crisis financiera. Y claro,
de pronto los países ricos empiezan a preocuparse por primera vez.
¿Qué se ha hecho
desde entonces para frenar esta dinámica?
No hemos estado ni cerca de
solucionarlo, pese a que la OCDE tenía que liderar desde 2013 un intento de
reforma para solucionar este “desajuste”, como lo llaman ellos. Pero tras más
de 10 años, la cosa ha empeorado. Lo que tenemos hoy es que esos países ricos,
el club de la OCDE, ha fracasado a la hora de resolver el problema, proteger su
propia base fiscal e incluir al resto del mundo.
Nuestro informe anual State of
Tax Justice estima que se pierde medio billón de dólares anualmente por evasión
de multinacionales y de personas ricas. Dos tercios provienen de
multinacionales. Aunque los países ricos, como España o Reino Unido, pierden más
en términos absolutos, los países de bajos ingresos sufren más intensamente:
hasta cinco veces más respecto al gasto público en salud, por ejemplo. Todos,
ricos y pobres, tienen un interés muy fuerte en resolver esto, así que, poco a
poco, hemos ido avanzando hacia soluciones.
¿Qué soluciones?
Medio billón de dólares al año es mucho dinero
Sabemos qué hay que hacer:
abandonar el principio de precios de transferencia, que fue lo que la Sociedad
de Naciones estableció hace 100 años, y empezar a repartir beneficios según
dónde se produce la actividad real. Si Inditex, por poner un ejemplo, tiene el
10% de ventas y personal en España, entonces debe tributar aquí el 10% de sus
beneficios, y que España pueda elegir el tipo impositivo. No tiene sentido que,
si en Luxemburgo tiene tal vez un 1% de los empleados y casi nada en ventas,
declare allí el 15% de los beneficios.
Ese es el gran problema que
vemos en las multinacionales. Sabemos que hay que cambiarlo, pero la OCDE no lo
ha hecho, solo de forma muy parcial y para unas pocas empresas. Por ese motivo
ahora estamos viendo un movimiento en que todos los países del mundo —con la
gran excepción de Estados Unidos— están negociando en el marco de la ONU.
Estamos hablando
mucho de Estados Unidos por los aranceles, pero antes, el primer día tras su
regreso a la Casa Blanca, Trump anunció a bombo y platillo que se retiraba del
acuerdo de la OCDE para un Impuesto global de Sociedades mínimo del 15%. ¿A qué
atribuye esta decisión y qué impacto global prevé?
Estados Unidos siempre ha
tenido el control y el poder de veto en la OCDE. Lo tuvo con Obama, con Biden y
con Trump. Cuando Biden llegó en 2020, tiró por la borda todo lo negociado y lo
reemplazó por una propuesta nueva nacida de un único académico. Nunca hubo
intención real de ratificar ni el pilar uno [el reparto de la recaudación
obtenida de las multinacionales entre todos los territorios en los que tiene
negocio, aunque no mantenga presencia física], ni el impuesto mínimo global del
pilar dos [la fijación de un tipo mínimo global del 15% que los países
firmantes se comprometen a exigir a las compañías que facturen más de 750
millones de euros al año en, al menos, dos de los últimos cuatro ejercicios].
Biden siempre decía: “lo
estamos intentando, y lo haremos”, aunque nadie le creía. Trump dice ahora que
ni hablar, y va más allá al amenazar con represalias económicas a cualquiera
que lo haga. Pero no es que ahora EEUU sea menos cooperativo, sino que nunca lo
fue.
Estamos en un momento en el
que todos los países ricos, excepto Estados Unidos, se enfrentan al mismo tipo
de presiones fiscales que los países de bajos ingresos. Reconocen las pérdidas
que sufren por el abuso fiscal de las multinacionales y quieren soluciones.
Necesitan decirle a su ciudadanía que están encontrando soluciones para poder
gastar más en salud pública, en educación pública, etc. Pero no hay forma de
hacerlo en la OCDE porque EEUU todavía tiene poder de veto.
Así que, por primera vez este
año, estamos viendo a los países miembros de la Unión Europea, al Reino Unido y
a otros países ricos participar en este proceso global en el seno de Naciones
Unidas. Se ven obligados a actuar al margen de EEUU si no quieren renunciar a
su soberanía fiscal.
“Gracias a Trump, estamos ante
la mejor oportunidad en un siglo para reformar la fiscalidad internacional”
Acaba de publicar un trabajo precisamente sobre este asunto que concluye que es una oportunidad para que el resto del mundo alcance una soberanía fiscal frente al sometimiento a EEUU. ¿Qué le hace ser tan optimista?
Trump puede haber cometido
muchos errores con los aranceles. Ha perdido buena parte del poder de amenaza
porque ya ha disparado el arma, por así decirlo, y en realidad no le está
funcionando muy bien. Pero las medidas fiscales que podría imponer, por ejemplo,
sobre empresas europeas que operan en Estados Unidos, serían de otro nivel. Así
que la amenaza sigue ahí. Gracias a Trump, ha quedado claro que no hay camino
intermedio. O los países actúan unidos o renuncian a proteger sus ingresos.
Creo que estamos en el momento más optimista para la fiscalidad internacional
en décadas. Quizá el mejor momento de la historia para lograr un cambio real.
Sostienen
algunos economistas que Trump quiere financiar la economía norteamericana con
aranceles en lugar de con impuestos a quien más tiene. ¿Lo comparte?
No hay que asumir que Trump
entiende de economía. Le gustan los aranceles porque cree que le hacen parecer
fuerte. Pero son profundamente regresivos: cargan el coste sobre los
consumidores, especialmente los de ingresos bajos y medios. Además, ha desmantelado
parte del personal de la Agencia Tributaria, debilitando los controles sobre
las grandes fortunas, lo que facilitará a los ricos la evasión fiscal.
Esto incrementará la
desigualdad en un país que ya es muy desigual y provocará un déficit mucho
mayor en un país que ya está viendo cómo aumentan drásticamente sus pagos de
deuda. Creo que esto podría ser el fin de Estados Unidos como superpotencia.
Tomará 20 años, pero puede que miremos atrás y digamos: fue esto. Mientras
tanto, todos los demás países tienen que tomar una decisión. Y de nuevo, no hay
un camino intermedio. O quieres ser como Orbán o Milei y seguir a Trump, o
quieres proteger tu sociedad.
“La UE es la mayor víctima de
evasión fiscal, pero alberga países que la fomentan”
Hablemos de
Europa. ¿Cómo explica que la UE sea una unión económica y monetaria, aun sin la
pata fiscal, y que existan guaridas fiscales, como Luxemburgo, Irlanda y Países
Bajos?
¡Ajá! Es fascinante. La UE,
como bloque, es la mayor víctima del abuso fiscal, pero también alberga a
países que lo fomentan. Es un tema de equilibrio, lo que se ve en la Unión
Europea, con el paso del tiempo, es un miedo a perder soberanía. Y eso, muy a
menudo, es más fuerte en materia fiscal. Los países y los gobiernos se
preocupan más que nada por el derecho a establecer sus propios impuestos. El
problema es la exigencia de unanimidad. Un solo país, como Hungría, Irlanda,
Malta o Chipre, puede bloquear cualquier avance.
Creo que cada vez más
políticos han entendido que la unanimidad no tiene sentido en materia fiscal.
Si quieren proteger su propia soberanía fiscal individual, deben comprometerse
un poco más con la toma de decisiones comunes. Y creo que eso lo veremos en los
próximos años dentro de la Unión Europea. Por eso, es posible que se alcance un
acuerdo fiscal en Naciones Unidas antes que dentro de la UE. Algunos países
como España y Alemania ya participan activamente en las negociaciones globales.
¿Es optimista en
este sentido?
Sí. En 2003, cuando fundamos
Tax Justice Network, parecía una utopía pedir un organismo fiscal global fuera
de la OCDE. Pero lo logramos paso a paso: primero, el apoyo de ministros
africanos, luego la aprobación de la ONU para negociar los términos. Ahora,
todos salvo ocho países, liderados por EEUU, participan. Creo que vamos a
lograrlo. No es un juego de suma cero. Saben que si cooperan mejor, todos
ganan. Todos excepto un pequeño grupo de jurisdicciones fiscales y las grandes
firmas que se lucran con el abuso. Ya es hora de que ellos pierdan.
¿Qué papel
juegan los bancos en la evasión fiscal, particularmente con la información que
proporcionan?
Son actores centrales tanto de
la evasión como de la elusión fiscal. No solo permiten la evasión, sino que a
menudo la organizan activamente. En el lado corporativo, las firmas contables
encuentran trucos y diseñan esquemas que luego venden. En el lado personal, son
principalmente los bancos los que ayudan a los ricos a ocultar sus activos.
Los bancos son cómplices, su
principal papel es asegurarse de que las personas que tienen cuentas bancarias
en un país y que son residentes fiscales en otro no aparezcan conectadas. Pero
las multas que reciben son mínimas comparadas con los beneficios que obtienen,
como Credit Suisse. Hasta que no haya consecuencias penales reales, los
incentivos para facilitar la evasión seguirán intactos, nada cambiará.
¿Qué sistema
propondría usted si estuviera a su alcance?
Hay que tributar donde se
lleva a cabo la actividad económica real. En el caso de multinacionales: donde
venden y emplean a sus trabajadores. No son cosas fáciles de ocultar. Y, en
realidad, esto sería beneficioso para las propias multinacionales porque reduciría
la complejidad y la doble imposición. No ocurre con frecuencia, pero siempre se
quejan.
En el caso de personas ricas
no basta con tributar donde residen; hay que considerar dónde se generan sus
rentas y patrimonios. Tenemos las herramientas técnicas, sabemos cómo identificar
a los propietarios de activos, cómo compartir esa información y cómo evitar
lagunas. Pero no lo hacemos por el poder de los lobbies y los intereses de los
más ricos. Lo que falta es voluntad política. La clave es la presión pública.
Los gobiernos sienten el calor y cambian cuando sienten la presión. Las
negociaciones públicas en la ONU son esenciales para ello, mientras que en la
OCDE se encierran en una sala y luego nos dicen que han acordado cosas buenas.
¿Qué espera de
la conferencia internacional sobre financiación para el desarrollo de Naciones
Unidas que se celebrará en Sevilla en julio con el objetivo de obtener más
recursos financieros para impulsar los ODS de la Agenda 2030?
[Hace una gran mueca]
Con su gesto
responde.
En esto no soy tan optimista.
En la convención fiscal de la ONU, Estados Unidos simplemente se retiró y pidió
a los demás que se unieran a ellos y nadie lo hizo. Estando fuera, EEUU
facilita las cosas, en realidad. Pero en Sevilla sigue dentro del proceso de
editar el documento, de reducir la ambición, de prevenir los acuerdos sobre el
clima, en derechos humanos, en violencia de género,…
España, como anfitrión, está
haciendo un buen trabajo, mantiene la ambición en muchos aspectos, pero a ver
qué ocurre: Donald Trump está dentro de la habitación.
Fuente: El Diario.es