1 de diciembre de 2024

OPINIÓN. A propósito de la libertad de expresión y del derecho al bulo, en la Sociedad Actual

 La mentira es una afirmación contraria a lo que uno cree, sabe,  o piensa. Y las personas suelen mentir por diferentes razones, pero principalmente, porque no es ilegal, evindentemente. Pero ese privilegio tiene límites, al igual que la libertad de expresión y la de información, que también tienen sus restricciones. 

En una democracia, es importante definir cuáles son esos límites, cómo se establecen y hasta dónde es legítimo intervenir en estas libertades. 

La verdad es frágil y no solo por las mentiras, sino porque a veces éstas, son difíciles de reconocer. Por eso, democratizar el conocimiento y no solo la información, es una forma de detectar las falsedades.

Todos los días recibimos noticias impactantes sobre la situación actual, y junto a ellas, se cuelan mentiras y disparates con fines específicos. Muchas de estas mentiras son increíbles, pero la gente las acepta y se propagan rápidamente. Un experto ha dicho que el enemigo del ciudadano ha cambiado: antes era la ignorancia, ahora es la mentira. Sin embargo, aunque hay muchas noticias falsas, los ciudadanos no son ingenuos y saben diferenciar.

En su obra "El arte de la mentira política", Jonathan Swift decía que mentir para hacer creer falsedades al público es justificable si lleva a un buen fin. Creía que algunas mentiras incluso pueden ser saludables. Pero en un estado de derecho, no se puede aceptar que el fin justifique los medios. En estos tiempos de tanta información, no se deben admitir los libelos difamatorios que buscan degradar la reputación de los comunicadores o de quienes están en el poder, las promesas electorales falsas y las mentiras deliberadas. La mentira intenta prevalecer para cambiar la opinión pública.

El profesor Jean Jaques Curtine dijo que, en el siglo XX, la mentira, a través de los bulos, ha entrado en la fase del consumo masivo, gracias a las redes sociales. Aunque circulan ampliamente, hoy en día hay muchos medios para desenmascararlas.

La libertad de expresión es un derecho fundamental consagrado en la Constitución, pero tiene límites establecidos en la misma Carta Magna y en la Convención Americana de Derechos Humanos de 1969 (Pacto de San José de Costa Rica). Está prohibida la propaganda a favor de la guerra, la apología del odio religioso o racial, la incitación a la violencia y la violación de la dignidad de las personas.

No sería justo considerar mentirosos a todos los políticos ni cargar contra los medios de comunicación o las redes sociales. Muchos divulgan solo verdades contrastadas, aunque otros, sin control, intentan convencer a los ciudadanos con promesas que no van a cumplir o cambiando de opinión constantemente. Las otras falsedades, conocidas como bulos, se difunden con malicia y a veces con un humor nefasto.

A pesar de esto, no es necesario prohibir ni censurar para protegernos, como algunos pretenden con intenciones peligrosas. Las prohibiciones limitan la libertad de expresión. En la Revolución Francesa, quienes difundían bulos podían ser acusados ante el tribunal revolucionario como "calumniadores del patriotismo" y terminar en la guillotina. Un horror.

La división de poderes en los sistemas democráticos permite acudir a los tribunales cuando las noticias falsas causan daño o atacan la dignidad de las personas o instituciones. La Justicia es una garantía del Estado de Derecho.

Fuente: El País.com

 Posverdad, fake news, derecha y extrema derecha, unidas contra la democracia

Las noticias falsas no son algo nuevo, pero con las redes sociales y las plataformas de internet, se han vuelto más comunes y peligrosas. 

    La derecha y la extrema derecha, han sabido aprovechar esta situación para difundir sus ideas. La "posverdad" es un término que describe cómo las emociones y creencias personales influyen más en la opinión pública que los hechos objetivos.

Este fenómeno comenzó hace décadas cuando las compañías tabacaleras y las industrias de combustibles fósiles empezaron a cuestionar la ciencia para sembrar dudas sobre los daños del tabaco y el calentamiento global. Con el declive de los medios tradicionales y el auge de las redes sociales, la desinformación se ha vuelto más fácil de difundir.

La "era de la posverdad" se caracteriza por la viralidad, la persistencia, la mistificación, la fragmentación y la opacidad de la información. La tecnología digital actúa como el hardware que permite que la posverdad, el software, se propague. La desinformación no solo incluye noticias falsas, sino también información manipulada, bots, videos modificados y publicidad encubierta.

Las redes sociales tienen un alcance incomparable con los medios tradicionales. En enero de 2021, el 55,1% de la población mundial usaba redes sociales. Estas plataformas permiten una comunicación bidireccional, donde los usuarios pueden crear, editar y compartir contenido.

Además, la recopilación de datos psicométricos de las redes sociales permite personalizar la propaganda y manipular la información. El escándalo de Cambridge Analytica es un ejemplo de cómo estos datos se utilizaron para influir en el referéndum británico y las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016.

La inteligencia artificial y el machine learning han permitido el desarrollo de algoritmos más sofisticados que refuerzan los sesgos informativos y aumentan la polarización ideológica y de red. La "gobernanza algorítmica" permite generar y configurar automáticamente estos sesgos, lo que ha cambiado radicalmente la forma en que consumimos información.

En resumen, la era de la posverdad ha revelado el lado oscuro de internet, enterrando la visión tecnoutopista de la red que prosperó en los años 90 y principios de los 2000.

La derecha y la extrema derecha en la era de la posverdad

La derecha 2.0 y la extrema derecha 2.0, han sabido adaptarse a los cambios de la sociedad y a las debilidades de las democracias liberales, aprovechando al máximo las nuevas tecnologías. Según D’Ancona, la desconfianza en las instituciones ha creado un terreno fértil para la "posverdad", donde los hechos se vuelven discutibles y se libra una batalla constante entre diferentes versiones de la realidad. Un claro ejemplo de esto son los "hechos alternativos" que usó Kellyanne Conway para minimizar la asistencia a la toma de posesión de Trump en 2016.

Derechas y ultraderechas, han explotado esta confusión, creando y difundiendo noticias falsas para polarizar a la sociedad y ganar elecciones. En la campaña de 2016 en EE. UU., muchas fake news eran pro-Trump, mientras que en Polonia, las páginas conservadoras de noticias falsas superan a las progresistas. Las redes sociales han cambiado la forma en que la gente se informa; un estudio del Pew Research Center muestra que el 62% de los adultos estadounidenses utilizan estas plataformas, con Facebook a la cabeza. Lo alarmante es que las mentiras se difunden más rápido que la verdad, lo que facilita la propagación de desinformación.

Además, gran número de personas cree en teorías de conspiración. Por ejemplo, un estudio reveló que el 60% de los británicos creen en al menos una teoría conspirativa. Esto es más común entre votantes de derecha, como los que apoyaron el Brexit. En EE. UU., el 75% de los que vieron noticias falsas las consideraron verídicas.

La industria de la desinformación se alimenta de medios "alternativos" como Breitbart o Infowars, que son a menudo financiados por líderes ultraderechistas. Durante las elecciones de 2016, algunos de estos sitios recibieron millones de visitas. En Francia, por ejemplo, los medios ultraderechistas dominaron la atención política, dando lugar a la creación de una "fachòsphere".

Por último, la extrema derecha ha cultivado la desconfianza hacia el establishment, atacando a intelectuales, científicos y periodistas. Líderes como Matteo Salvini y Trump han despreciado a los medios tradicionales, y durante la pandemia, muchos minimizaban el impacto del COVID-19, alineándose con una narrativa que denuncia una supuesta hegemonía cultural de izquierdas. Todo esto ha contribuido a un clima en el que las opiniones alternativas ganan fuerza, socavando aún más la confianza en la información verificada y en las instituciones.

Objetivos de la ultraderecha, copiados por la derecha

La estrategia de la ultraderecha se centra en tres tipos de objetivos: a corto, medio y largo plazo. En el corto plazo, buscan ganar elecciones y aumentar su popularidad. Casos como el Brexit, la victoria de Trump en 2016 o el ascenso de Bolsonaro en 2018 lo demuestran. Según Simona Levi, las fake news han demostrado ser más efectivas que la publicidad electoral tradicional para cambiar la intención de voto, y medios como The Washington Post han señalado que su impacto fue clave en estados donde Trump ganó por márgenes muy ajustados.

En cuanto a los objetivos a mediano plazo, la ultraderecha intenta socavar la calidad del debate público, fomentar percepciones erróneas y aumentar la hostilidad, lo que erosiona la confianza en la democracia y en las instituciones. Esto crea un ambiente propicio para futuras contiendas electorales, donde la confusión y la polarización son esenciales. Se promueve una mentalidad del "nosotros contra ellos", dificultando el consenso y favoreciendo lo que se conoce como tribalización de la sociedad.

Además, las guerras culturales juegan un papel crucial. Lideres como Steve Bannon, inspirados por pensadores como Alain de Benoist, creen que la batalla principal es cultural y debe librarse a través de las nuevas tecnologías. Bannon sostiene que para ganar en esta guerra cultural, primero hay que fragmentar la sociedad en grupos ideológicos aislados, lo que permite luego reconstruirla según su propia visión. Esta estrategia busca convertir las fake news en herramientas destructivas para los sistemas,  políticos y de información, establecidos.

Para el largo plazo tienen reservado el cumplimiento de otro objetivo fundamental, cual es modificar las agendas políticas. La ultraderecha quiere marcar el debate público con sus propias temáticas, como la inmigración, y mover lo que se llama la ventana de Overton, es decir, alterar qué ideas son consideradas aceptables. Según Cas Mudde, en la última década, la extrema derecha ha logrado establecer la agenda de conversación, haciendo que temas como la inmigración se discutan como amenazas a la identidad nacional.

En menos de 20 años, la ultraderecha ha pasado de ser una opción marginal a ser aceptada tanto por ciudadanos como por instituciones. Ejemplos como la coalición del Partido Popular y Vox en España desde 2019, muestran cómo este cambio ha llevado a que las ideas extremistas sean parte del discurso político normal. La situación actual marca una transformación significativa en la percepción y aceptación de la ultraderecha en la política.

Fuente: Nueva Sociedad

CONCLUSIÓN

   En resumen, no es lo mismo “el derecho al bulo” que “la derecha y la ultraderecha del bulo”. El primer término comparativo no existe como tal, y mientras que el segundo, se refiere a quien ejerce ese supuesto derecho, de forma destructiva, intentando desmontar el Estado de derecho, para luego o simultáneamente, declararse un patriota, lo cual a todas luces, resulta contradictorio y nada creíble.

  Ahora nos quieren tomar el pelo diciéndonos que usar bulos es fomentar la libertad de expresión y que viene en la Constitución. Pues si bien es cierto que viene algo relacionado con la libertad de expresión en el artículo 20, pero por ningún lado dice que exista el derecho al bulo en la Carta Magna, lo cual me induce a pensar que la parroquia mediática y política de la fachosfera, que con tanto ahinco reclama ejercer su derecho al bulo, me parece que no han leído ni las tapas del libro de la Constitución, o bien me aventuro a suponer que lo están confundiendo con un manual populista cualquiera, pongan ustedes mismos el nombre del político fascistoide que lo escribió, vale lo mismo uno antiguo como Goebbels  o Mussolini, que contemporáneo, pues todos están cortados por el mismo patrón fascista.

   Por otra parte y en mi opinión, desde la perspectiva de la Constitución española (CE) y de acuerdo con el Convenio Europeo de Derechos Humanos (CEDH), es licito decir mentiras, pero no se debe mentir a sabiendas en el debate público de un sistema democrático, ni siquiera a través del ejercicio de la libertad de expresión o del de información, por ser éticamente inaceptable, políticamente reprochable y democráticamente rechazable, al ir contra la esencia misma de la Constitución y por tanto de la ciudadanía, que es sobre quien recae la soberanía nacional.

   Del mismo modo que con Feijóo al timón del partido conservador español, se sabía que nada podría evitar la deriva del PP hacia la extrema derecha, como así ha sido, todos los españoles sabíamos que no nos quedaba otra que aguantar y esperar a que caiga como Casado o se jubile por la edad, con la esperanza que el partido popular vuelva a la senda de la democracia con un nuevo líder en la oposición, naturalmente, y que por supuesto se deje de experimentos fascistas. 

    Acaso creen PP y VOX,  que los españoles no tuvimos bastante con 40 años de dictadura franquista, porque según tengo entendido, tampoco la mayoría de los jueces les dan la razón, pues entiendo que mayormente son demócratas, o al menos eso espero.

Fuente: Redacción