Por entender ser de interés general, debido a la controversia surgida por las reiteradas peticiones de perdón de parte de la Presidencia de México, respecto los desmanes provocados por el reino de España, durante la conquista de las Indias, y por gentileza del periódico digital Publico.es reproduzco íntegramente el artículo publicado por D. Ramón Soriano, Catedrático emérito de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.
En la semana pasada estuvo muy viva en los medios
la polémica sobre si España debía reconocer o no el daño producido a las
poblaciones nativas en la conquista de las Indias. La polémica saltó a la
opinión pública por no haber sido invitado Felipe VI a la toma de posesión de
la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, cuyo motivo es la falta de
respuesta del rey a una carta del presidente mexicano López Obrador de fecha 1
de octubre de 2019, en la que pedía a nuestro monarca que "el Reino de España
expresara de manera pública y oficial el reconocimiento de los agravios
causados" a las poblaciones originarias de México en el periodo de la
conquista española. El presidente del Gobierno y el jefe de la oposición
respondieron que la petición era inaceptable.
España no existía en los tiempos de la conquista de Indias. Luego no tiene que pedir perdón
El argumento va contra las reglas de la lógica elemental. En efecto, España no existía como tal, con esa denominación, pero la España actual contiene en su territorio el reino que emprendió y desarrolló la conquista de las Indias, Castilla. ¿O acaso no forman parte de España dos Comunidades Autónomas, Castilla y León y Castilla-La Mancha? El argumento, además de capcioso, es ilógico.
El proceso de civilización de los nativos
promovida por la Corona española
Sobre la conquista española de las Indias se ha
esgrimido todo tipo de interpretaciones: desde la leyenda negra del infame
dominio español a la leyenda rosa de la civilización y cultura dispensada a los
ignorantes y crueles aborígenes de América Latina. Pero las leyendas no pueden
sobrevivir a los hechos históricos verificados, que ofrecen las fuentes
directas. Entre ellas los cronistas de Indias testigos directos de la conquista
española -González de Nájera, Ovalle, Rosales, etc.- que en sus crómicas
relataron los valores y el buen gobierno de las poblaciones nativas. No solo
los cronistas sino militares de alta jerarquía refirieron en sus escritos de
agravios dirigidos a la Corona, las virtudes y buenas reglas de gobierno de los
nativos, como es el caso de Núñez de Pineda, al que dediqué mi tesis doctoral, maestre general de campo en Chile, autor de un libro de significativo título,
Cautiverio Feliz, en el que relata el buen trato recibido de los indios de la
Araucanía de Chile. Y lo mismo cabe decir de religiosos que acompañaron a los
soldados en sus conquistas, como Bartolomé de Las Casas, muy crítico con el
exterminio de los indios a manos de los españoles, que se deshacía en elogios a
los indios, ensalzando su natural buen carácter y pacifismo.
En los años de la conquista, a los que se
circunscribe la carta del presidente mexicano, no vale hablar de la
civilización española de las poblaciones originarias, sino de su opresión y
exterminio, reducidos a esclavitud en encomiendas de indios concedidas a los
conquistadores por la Corona española como pago a sus servicios. ¿Puede hablarse de propagación de la civilización un país que por aquellas fechas practicaba la
quema de brujas en su territorio?
Las leyes de la Corona española humanizadoras del trato dispensado a los nativos
Se pone como ejemplo las leyes de Burgos de 1542.
Nada que objetar al carácter pionero de la legislación indiana, antecedente de
los que después se llamaría el derecho internacional humanitario, pero eran
leyes ineficaces, que según la fórmula jurídica de los virreinatos de Indias
"se acataban, pero no se cumplían", porque el rey desconocía las
circunstancias por las que atravesaban sus nuevos reinos. Las encomiendas de
indios y la explotación de sus recursos siguieron tan vivas como antes, por
mucho que el católico emperador español llamara a Juntas a sus teólogos para
dilucidar cómo había que emprender una conquista cristiana.
Felipe VI es un rey que reina pero no
gobierna. El presidente de México se equivocó dirigiendo a él su carta.
El rey no debe expresar su opinión ni intervenir en
un asunto de política internacional, pero sí estaba obligado a responder al
mandatario de México con una misiva en la que acusara el recibo de la carta y
comunicara que la trasladaba al Gobierno. Esto es lo que debió hacer el rey y
no consta que lo hiciera.
Por otra parte, es lógico que el presidente
mexicano dirija al rey de España su carta, porque su principal función es la de
representar al Estado español (art. 56.1 CE). Y por ello el rey ha asistido a
casi todas las tomas de posesión de los presidentes/as latinoamericanos en representación de España.
¿A quién, si no, iba a dirigir su carta el presidente mexicano?
La pretensión del presidente mexicano es desmedida y anacrónica.
Desmedida porque exige a Felipe VI que pida perdón por hechos
reprobables que no le incumben. Anacrónica, porque se refiere a una época
lejana, que atenúa la responsabilidad exigida.
La carta del presidente mexicano contiene una
exigencia razonable ante el hecho tan grave como el genocidio de la Corona
española perpetrado no en un reino sino en todos los reinos de las Indias. No pide compensación económica
o de otro tipo, no exige que se abran tribunales de justicia. Simplemente el
reconocimiento público del daño producido. Un reconocimiento que ya han
prestado casi todas las potencias imperiales de Europa - Francia, Bélgica,
Alemania, Países Bajos, Portugal, etc.-
y que hasta el papa Francisco ha asumido, pidiendo perdón por la
conducta censurable de los católicos en México. Y el mismo presidente mexicano,
López Obrador, ha dado ejemplo pidiendo él mismo perdón por las tropelías
cometidas por los Gobiernos mexicanos contra las comunidades indígenas de
México.
¿Qué es lo que hace distinta a España? ¿Qué
justificación da el Gobierno? ¿No advierten que su actitud se ve como un
ejemplo de altanería en el ámbito de la política y de falta de empatía con
nuestros hermanos latinoamericanos en el campo de la ética? ¿Es propia de un
Estado que se ufana de poseer una democracia plena?
EPÍLOGO
Ni Felipe VI ni el Gobierno español están
exonerados de culpa. Felipe VI porque respondió a la carta del presidente
mexicano con un absoluto silencio. En el ordenamiento jurídico de las
democracias las autoridades y las instituciones públicas están obligadas a
responder a las peticiones de la ciudadanía; con frecuencia las leyes exigen
una respuesta motivada. Con mayor razón es inexplicable que no exista una
respuesta en la correspondencia entre macro-instituciones de sociedades
democráticas, como son los Estados de España y de México.
Tampoco el Gobierno español está exento de culpa.
El Gobierno, al que se supone que el rey trasladaría la misiva y encargo del
presidente mexicano, responde por el rey que goza en nuestro Derecho de las
prerrogativas de inviolabilidad absoluta (jurisprudencia dixit, no la
Constitución) e irresponsabilidad. El rey es irresponsable, pero según los
casos la presidencia del Gobierno, la presidencia del Congreso de los Diputados
o los ministros/as responden por las actuaciones y omisiones del rey. Por ello
en las resoluciones del rey nunca falta la firma de una de las autoridades
citadas. Existe en nuestra Constitución la anacrónica institución del refrendo.
Siempre alguien tiene que refrendar al rey y
asumir la responsabilidad, porque el rey es irresponsable. Una diferencia entre una monarquía y una
república. En la república el presidente responde por sus propios actos. En la
monarquía otros responden por él.
Por otro lado, el rey reina pero no gobierna. No
debe emitir opiniones políticas ni intervenir políticamente.
Por ello el Gobierno debió de responder al
presidente mexicano, López Obrador, en lugar del rey, porque en el rey
confluyen dos circunstancias: es irresponsable y no puede intervenir
políticamente.
Fuente: Publico.es