Pekín parece que saldrá vencedora de una relación en la que Moscú será cada vez más dependiente de su vecina del este, al margen de cómo termine la invasión.
Occidente ha aumentado esta semana la presión sobre Pekín.
A los llamamientos de los los países europeos y los socios asiáticos
como Singapur, para que utilice su influencia ante Moscú en un papel mediador,
se han sumado las acusaciones de Washington, que sospecha que Pekín esté
dispuesto a aportar ayuda económica y militar a Rusia.
La denuncia ha sido repetida el presidente de EE UU, Joe Biden, en su
reunión telemática con Xi este viernes, en la que según la Casa Blanca ha
reiterado “las implicaciones y consecuencias” de que China “apoye materialmente
a Rusia mientras lanza ataques brutales contra ciudades y civiles ucranios”. No
ha precisado qué tipo de consecuencias, o si podrían incluir sanciones contra
Pekín que se sumen a las ya impuestas contra Rusia.
Pekín ha negado con contundencia que se plantee ayudar a Moscú, algo que
elevaría el conflicto a niveles aún más peligrosos que ahora. Divulgar esa idea
es “desinformación”, ha asegurado su Ministerio de Exteriores. En su réplica a
Biden, Xi dibujaba a su país como una potencia amante de la paz al subrayar que
“la crisis ucrania no es algo que nos guste ver” y que “el conflicto y la
confrontación no le conviene a nadie”.
Desde el principio, China ha adoptado lo que define como una
“neutralidad benévola”, una posición que desde Occidente se percibe como una
ambigüedad escorada hacia Rusia. Envía señales a unos y otros con la aparente
intención de evitar verse arrastrada al conflicto o graves consecuencias para
su economía en momentos de crecimiento más débil. Evita calificar el ataque
ruso de “invasión”, mientras se ha mostrado dispuesta a mediar en colaboración
con la comunidad internacional y asegura que desempeña un “papel positivo” por
la paz entre Kiev y Moscú.
La posición de China “no es tanto prorrusa como anti EE UU”, considera
Alexander Gabuev, analista de las relaciones chino-rusas en el Centro Carnegie
en Moscú. Pekín lee esta guerra siempre a través del prisma de su rivalidad con
Estados Unidos (el gran eje geopolítico del siglo XXI) y “antepone sus
intereses a absolutamente cualquier otra cosa”, explica.
Por tanto, apunta este experto, “China está diversificando sus apuestas”.
De un lado, su amistad con Rusia es de “una importancia primordial”. Putin y Xi
comparten una visión sobre los derechos humanos, el deseo de un nuevo orden
global que les garantice un papel protagonista y el rechazo a EE UU y sus
alianzas. Sus economías, intereses y áreas de influencia son casi perfectamente
complementarias. Pero Pekín también pretende proteger su relación con Europa,
un socio comercial más importante que Moscú y del que no desea que se alinee
por completo con las posiciones de Washington. Tampoco quiere arriesgarse a que
una cercanía excesiva a su socio estratégico le pueda reportar sanciones
secundarias occidentales. Su idea, explica Gabuev, es “encontrar una manera de
no ofender a Rusia y, al mismo tiempo, presentarse como una potencia
benevolente”.
En ningún caso, ocurra lo que ocurra en la guerra o después de ella,
Pekín dará la espalda a Rusia, consideran los expertos. China espera lograr
grandes ventajas, tanto económicas (el 4 de febrero suscribió nuevos contratos
para la compra de gas y petróleo rusos para los próximos 25 ó 30 años por
105.000 millones de euros) como en influencia en Moscú, en esta alianza de la
que ya es el socio más importante.
“La capacidad de presión de China ya era grande, pero ahora es mucho más
grande y lo será todavía más hacia el final del año”, cuando las sanciones
occidentales ya estén haciendo todo su efecto, apunta Gabuev. Tanto si gana
como si pierde la guerra, la economía rusa quedará muy debilitada. “Rusia no
tendrá más remedio que vender a China su tecnología militar más sensible, y
ofrecerle baratas sus materias primas, en yuanes. China podrá fijar el precio.
Antes de la guerra, Moscú tenía otras opciones, pero esas opciones ahora han
desaparecido”, señala.
EDITORIAL
Y al final de la guerra de Ucrania, que algún día acabará, Rusia estará arruinada y endeudada, y vendida al mejor postor, que no me cabe la menor duda, que China será.
Y en mi opinión, finalmente, aunque el todopoderoso Putin salga ganando, los rusos, como siempre, saldrán perdiendo, pues, por mucha desinformación y cierre de fronteras que halla, los soldados muertos pesarán mucho en la opinión pública rusa, además del paro y el hambre, que tampoco se podrán ocultar. ¿Y que hará entonces el zar Putin, encarcelar a cien millones de sus compatriotas rusos, esclavizarlos tal vez o quizás algo peor?.
Fuente: El Pais.com